viernes, 17 de septiembre de 2021

MAREAR LA PERDIZ

Esta expresión tan conocida, tan nuestra, tan campechana y al mismo tiempo tan culta y refinada, tan cristalina y gráfica, ilustra a la perfección determinadas situaciones, no solo de la vida diaria, sino de acontecimientos más o menos puntuales, dónde alcanza plenamente todo su significado y todo el alcance que semejante dicho, que no refrán ni chascarrillo, logra en numerosas ocasiones, a las que fielmente se presta, y que puede aplicarse a numerosos y jugosos casos, a los que sienta como un guante a fuerza de ajustarse a la perfección su literal significado, claro, conciso y ausente de posibles ambigüedades, a las que es totalmente ajena.

Dicha expresión, corresponde al ámbito de la cinegética, cuando se cazaban perdices, dónde con frecuencia se las “marea”, con el fin de cansarlas, ya que es un ave muy terrestre y de vuelo corto, por lo que son susceptibles de fatigarse con rapidez, con lo que ello supone a la hora de capturarlas. Existe una definición precisa como pocas, que la define como tratar un mismo asunto una y otra vez, sin la intención de llegar a ninguna conclusión, perdiendo el tiempo o dando largas, a fin de no llegar a nada, a base de agotar, cansar y aburrir al contrincante, opositor, o interlocutor que tenga la desdicha de aguantar semejante lastre.

Hacer perder el tiempo a los demás de forma intencionada, sin interés alguno por llegar a acuerdo alguno, demorando o retrasando más de la cuenta una determinada acción, y evitando ser directos, con el fin último de incumplir un compromiso, un acuerdo o una obligación contraída, y así podríamos señalar mil y un casos aplicables a  nosotros mismos y a otros, que sin duda conocemos, y que suelen pasar desapercibidos a la hora de calificarlos con la susodicha expresión, pero que están ahí, y que a todos, de alguna manera, alguna vez nos han afectado en nuestra vida diaria, y, sobre todo en la de otros, como es el caso de los políticos, que, cómo no, suelen ser los mejores especialistas en este reto de no ir al grano,  de dar mil vueltas sin decir ni hacer nada, en definitiva, de marear la perdiz.

Repetir lo mismo una y otra vez, a sabiendas de que no se está respondiendo a lo que se pregunta, evadirse, eludir la respuesta que corresponde, salirse por la tangente, son sinónimos de la expresión aquí tratada, y que los políticos practican con harta, pertinaz, excesiva e insoportable frecuencia, arte en la que son auténticos expertos, y en la que son permanente adiestrados por los asesores de imagen que los instruyen al efecto, con la clara intención de no decir nada, de no ir al fondo del asunto, evitando complicarse la vida, dejando al margen cualquier complicación que les pudiera reportar una respuesta directa, clara y concisa, que es justamente lo que de esta forma quieren y suelen evitar.

Tenemos en el presidente del gobierno de este País, a un excelente experto en estos menesteres, hábil como pocos en estas mareantes labores que despliega con una increíble y frecuente facilidad, mostrándose como un auténtico maestro en estas actitudes, que prodiga en sus declaraciones políticas, con una asombrosa facilidad para hacer lo contrario de lo que dice pensar, cambiando de un día para otro lo que dijo, tergiversando, retorciendo y haciendo auténticos equilibrios malabares a la hora de llevar a cabo sus acuerdos, alianzas y pactos.

Todo ello constituye una auténtica ceremonia de la confusión, que deja perplejos a quienes negocian con él, como sucede con la llamada mesa de negociación con los catalanes, que ahora afirma durará un mínimo de dos años, a largo plazo, sin afirmar ni negar nada, sin dejar nada claro, nada nítido, sin dejar espacio ni lugar para duda alguna, y así, se dedica a dar rodeos en un eterno circunloquio que tiene en vilo a la otra parte, que aún así, y conociéndolo, sin fiarse  por lo tanto, dada su trayectoria, quieren no obstante sentarse a dicha mesa, confiando en que quizás esta vez logren algo, algún progreso, algún avance pese a las continuas promesas defraudadas, debido todo ello a lo necesitados que están de alcanzar algo positivo, pero siempre, no obstante, con las precauciones debidas ante quién es, por derecho propio, un maestro en el viejo y sutil arte de marear la perdiz.


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