Asistimos con asombro a numerosos debates e incontables tertulias
en todos los medios de comunicación, sin duda con un insoportable predominio televisivo,
que suele mantener en vilo a una entregada audiencia, que se mantiene fiel a
sus principios que no abandonarán jamás para dar paso preferente al enemigo
tertuliano, que exhibe sus argumentos opuestos, como está mandado, a los que
defienden los suyos, y por los que están dispuestos a mantener y bregar a capa
y espada, aunque pierdan el hilo, y muy poco entiendan de lo que allí se trata.
Todo ello,
en un ejercicio de disciplina auto impuesta que les obliga a convertirse en
palmeros impenitentes de los razonamientos allí expuestos, sin molestarse lo
más mínimo en tratar de entender las propuestas del bando contrario, que desde
el principio desechan con contundente, intolerante y despectiva sinrazón, al negarse,
no ya a analizarlos, no sea que les convenzan, sino a escucharlos, anulando así
toda posible contaminación identitaria, que inquiete y trastoque su monolítico
ideario.
Constituye
todo un privilegiado regalo de la inteligencia, el hecho de mantener una
actitud independiente y neutral a la hora de adoptar una postura libre, en
cuanto a la asimilación y respuesta intelectual desapasionada pueda darse, acerca
de las manifestaciones de los asistentes a estos modernos foros, donde se
suelen agrupar los que mantienen posturas similares o muy cercanas, separándose
incluso físicamente, de tal manera que reconozcamos de antemano las dos
opuestas opiniones que se van a manifestar, generalmente de izquierdas a un
lado y de derechas en el otro, cómo no, siempre intransigentes, sin que haya
posibilidad alguna, ni exista la más remota esperanza de que desde uno de los
extremos se le reconozca algo, por nimio que sea, al contendiente del lado
opuesto.
Dogmáticos
irreconciliables con otra doctrina que no sea la suya, mantienen sus dictados
sin concesión alguna a quienes piensan y argumentan lo contrario o simplemente
de forma diferente, sin ceder en absoluto en sus postulados, ni conceder el
menor beneficio de la duda a su opositor, algo que, aunque parezca elemental, y
le haya rebatido con lógica razonada, jamás reconocerá, ya que semejante
acción, se interpretaría como un insoportable e inadmisible signo de debilidad.
Algo que no
puede permitirse el vocero de turno, ni sus partidarios se lo perdonarían jamás,
en un ejercicio de irracionalidad, cinismo y estupidez, que afectaría tanto a
los tertulianos como a sus dogmáticos y sectarios partidarios, que no se preocupan
por el hecho de que la verdad y la razón se impongan, sino por su intocable y absurdo
fanatismo dogmático, que les lleva a engañarse a ellos mismos, sin el menor resquicio,
ni la mínima concesión a los más elementales y ridículos prejuicios, que le pudieran
hacer dudar, por un instante, de sus blindadas, fanáticas y radicales
posiciones.
Se
insultan con más o menos sutilezas, se levantan la voz, se interrumpen, se
tachan de fascistas, de comunistas, o de sus equivalentes, con intención
malévola y peyorativa, se faltan el respeto con denodada frecuencia, se
cuestionan despectivamente, sin hacerse la mínima concesión, sin reconocer nada
al contrincante, como si se tratase de una pelea de gallos, ordinarios y
cutres, ignorantes y falsarios, todo vale, todo se permite, arrabaleros
irredentos, sin educación ni cultura suficiente para debatir sobre ciertos
temas, permitiéndoselos todos, como si de sabios se trataran, cuando apenas
conocen un par de teclas del piano que del que se creen auténticos virtuosos,
cuando no son, sino simples y vulgares charlatanes, que carecen en su mayoría, de la capacidad, la
preparación, y la categoría suficiente para debatir sobre los variados temas
que suelen tratar.
Mientras
tanto, los fieles e intolerantes seguidores, siguen a los suyos con la misma e
inflexible intransigencia, permitiéndose el lujo de desoír a los otros, dando
por hecho que su discurso está equivocado y viciado de razón alguna, permitiéndose
el lujo de cambiar de canal hasta que termine su intervención, que para nada
les interesa, en un bárbaro ejercicio de un dogmatismo siempre insólito y negativamente
irracional, que ofende a la inteligencia más elemental y humana, que nos
debería permitir escuchar a todos, y a no prejuzgar acerca de sus ideas allí expuestas,
a las que negamos, a priori, todo valor y credibilidad, concediéndoles el beneficio
de la razón, si así lo consideran, algo que les niegan a priori, faltaría más.
Craso error que se comete con excesiva y ordinaria frecuencia, cuando se obstinan en negar sus razones y argumentos, por alejados que en un principio consideren que están de los suyos, demostrando con ello la capacidad que se le supone al ser humano pensante, de escuchar, razonar y discriminar, antes de emitir juicios de valor precipitados, arriesgando con ello la posibilidad de acercar posturas que nos permitan vislumbrar, si no la verdad, que nadie posee en exclusiva, sí la posibilidad de reconocer y valorar las posiciones contrarias, para sumándolas a las nuestras, lograr un mundo mejor, más libre y más razonablemente compartido por todos.
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