viernes, 14 de enero de 2022

LA FRÁGIL E INCIERTA LIBERTAD

Siglos después de la Revolución Francesa, que pese a todos los excesos, errores y horrores cometidos, supuso un definitivo comienzo a la hora de lograr dar un paso adelante en la liberación de las ataduras impuestas por los absolutismos imperantes hasta entonces, los seres humanos, a falta de compararnos con otras civilizaciones allende nuestras fronteras cósmicas, en este desconocido y vasto universo en el que nos hallamos prisioneros de nuestra absoluta y obligada soledad, seguimos planteándonos la persistente duda existencial, entre otras, acerca de la libertad a la que creemos nos hicimos acreedores desde el principio de los tiempos, y de la que seguimos interrogándonos si su disfrute aún nos pertenece, si es sólo una ilusión, o si en realidad, nunca llegamos a cabalgar sobre sus blancas y frágiles alas.

Quizás sólo se trata de un sueño, de una falsa sensación de una realidad inexistente, imaginada, arduamente deseada, y por lo tanto más difícil de reconocerla cuando se hace presente, y mucho más de disfrutarla cuando  la reconocemos como propia, como algo inseparable ya de nuestras vidas, algo que nada ni nadie nos podría quitar, y que nos mantiene en una continua y pertinaz vigilancia que nos somete a duras y constantes pruebas de supremo esfuerzo para defender tan preciado valor, que no cambiaríamos por nada, salvo por nuestra propia existencia, que sería la única excusa para renunciar a una libertad, que sacrificaríamos quizás, a la espera de poder recobrarla, sin la cual, la vida pierde su sentido, pero siempre con la esperanza de retornar en el futuro a gozar de su amable, sutil y delicado abrazo.

A lo largo de la historia, la libertad no sólo no ha sido un valor reconocido, deseado, lamentablemente ausente, sino que no existía conciencia alguna del derecho que asistía a los ciudadanos en su inalienable reconocimiento, anulado por completo por los poderes absolutos que dirigían sus vidas, ora los terrenales, que explotaban su fuerza de trabajo, ora los sobrenaturales, que pretendían dirigir y manipular  sus vidas para alcanzar la que denominaban vida eterna, que no era sino una insidiosa manipulación a cargo de los que se erigían en representantes de Dios en la Tierra, que según ellos salvarían sus almas, a costa de obnubilar sus mentes, inculcándolos el miedo, y el temor que anulaba toda posibilidad de conocimiento, y por tanto de soñar siquiera con una inalcanzable y lejana libertad.

No será hasta un muy avanzado el Renacimiento, que una pequeña parte de la ciudadanía, con un difícil y rudimentario acceso a unos mínimos y rudimentarios conocimientos, que le permitieran vislumbrar la esperanza de desligarse de las ataduras que le permitirían albergar la posibilidad de deshacerse de las vendas físicas y morales que le habían impedido ver y pensar libremente, contemplando el mundo de otra forma, que le permitía explicárselo de una manera radicalmente distinta a como hasta entonces lo había concebido, descubriendo y explicando cuanto le había sido vedado por quienes se habían ocupado de negarle una nueva e ilusionante visión de cuanto le rodeaba, ante la cual abrió poderosamente su ojos y su mente, que con el tiempo le conducirían a sentirse un hombre nuevo y gozosamente distinto, autor y propietario de su existencia.

Pero el camino para lograrlo, apenas comenzaba a perfilar su largo y complejo trazado que se vería pleno de obstáculos de todo signo, tanto materiales como inmateriales, que sería necesario eliminar, labor ardua, lenta y dolorosa que duraría siglos, durante los cuales, los progresos fueron lentos y complicados, con avances y retrocesos continuos, que costaron sangre, sudor y lágrimas, pero que encendieron la mecha que ya no se apagaría jamás, mientras el conocimiento iba llegando a las masas como un soplo de aire fresco que liberó a un hombre nuevo de sus ataduras, que le indujo a luchar contra los tiranos y las tiranías que le mantenían atado a sus oprobioso dictados, al tiempo que descubría a quienes les tenían sumidos en el miedo y el temor a la condenación eterna, una iglesia que seguía ostentando un enorme poder sobre las mentes y las vidas del pueblo llano y trabajador, al que desde los púlpitos, amenazaban con la condenación eterna, a la que decían, se habían hecho acreedores por sus numerosos pecados.

Vivimos tiempos convulsos en cuanto al ejercicio de la libertad se refiere, no siendo preciso mirar muy lejos de nuestra casa, para hallar ejemplos claros en pequeños y en grandes países, donde este elemental derecho está conculcado en todas sus vertientes y manifestaciones posibles, con gobiernos déspotas, que no permiten que los ciudadanos elijan a sus gobernantes, con lo que la posibilidad de ejercer las libertades civiles se convierte en una quimera, que de una forma tiránica se ejecuta sin posibilidad alguna de que los ciudadanos puedan intervenir en la decisión fundamental de elegir a sus gobernantes, al no existir una democracia que garantice el derecho elemental al voto, como sí disfrutamos en los países dónde este derecho está recogido en una Constitución que así lo contempla.

No obstante, esto no es garantía absoluta de que determinados derechos puedan ser conculcados, anulados y prescritos, en determinados momentos históricos como los que estamos viviendo en estos dos últimos años, que aunque temporalmente, han sido llevados a cabo de una forma radicalmente severa, que aunque a posteriori la Ley Suprema declaró como inconstitucional, han supuesto una seria llamada a las conciencias libres, como un toque de alerta ante un peligro siempre latente, incluso en nuestras supuestamente afianzadas democracias, en el sentido de que la fragilidad de la libertad está siempre latente, y que la vigilancia y la defensa de la misma, nos compete a todos los ciudadanos que amamos la libertad como valor supremo de la civilización humana.

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