sábado, 12 de agosto de 2023

La desmesura lingüística

Según la Unesco, en nuestro planeta se hablan, entre lenguas y dialectos, cerca de seis mil diferentes, lo que sorprende hoy en día, en un mundo globalizado, donde la utilización de los medios técnicos y las redes de comunicación, han conseguido unificarlo en muchos aspectos, logrando un continuo y permanente flujo de información al alcance de una inmensa mayoría de seres humanos, que no obstante chocan frontalmente con la muralla idiomática que consigue que esa fluidez comunicativa se vea seriamente frenada y conculcada en gran medida, hasta el punto de cesar una absoluta y totalmente necesaria comunicación que facilite el entendimiento entre las partes.

 Debido a ese mar de lenguas que más que acercar, separa, suele establecerse una barrera a veces insuperable, que fundamentalmente afecta a la vida diaria de las gentes de procedencias cada vez más dispares que habitan nuestros pueblos y ciudades, que ven cómo el entendimiento directo e inmediato con los demás se les antoja imposible, lo que repercute en un continuo problema que crea malentendidos, enfrentamientos y confusiones diversas, que dificultan una relación fluida, deseable y necesaria entre los seres humanos procedentes de diferentes culturas.

Dícese que poseen don de lenguas, quienes tienen la sorprendente y admirable capacidad de hablar múltiples lenguas que no conocen, por lo que se atribuye al Espíritu Santo la atribución de tal facultad concedida a unos pocos elegidos, generalmente incrédulos, por lo que esta concesión representaba para ellos toda una señal celestial, y en general para todos los no cristianos, de que el recién fundado cristianismo contaba con el aval divino, hecho que animaba a su conversión y a la propagación de una fe que comenzaba su andadura y que necesitaba de estas demostraciones prodigiosas, que asombraban y maravillaban a los posibles candidatos a profesar en una fe necesitada de incrementar la nómina de sus fieles creyentes.

No está tocado este País por la divina mano que otorga el Don de lenguas a sus gentes, las cuales adolecen de semejante virtud, ya sea por la intervención directa de los dioses o de los hombres, hasta el extremo de situarnos en la cola de nuestro entorno europeo a la hora de hablar alguna otra lengua, al margen de la nuestra, la cual buena falta nos hace perfeccionar su uso.

Y no digamos, por lo tanto, de otras, tan necesarias y exigidas en el ámbito laboral, donde somos absolutamente deficitarios, hasta el extremo de representar un serio problema a la hora de encontrar un trabajo aquí, en nuestro País, donde se pide el manejo del Inglés con cada vez más frecuencia y más insistencia en todas las ramas de actividad, un idioma universal por excelencia, que no se tomó en serio en su momento en los planes de enseñanza y que desde hace bastante tiempo, parece haberse relanzado en las escuelas, desde la más tierna infancia, cuando cualquier conocimiento se fija con una absoluta y brillante facilidad, entre ellos, y de manera especial, el aprendizaje de varios idiomas.

En nuestros tiempos, y gracias a la generosa y clarividente visión de quienes desde sus poltronas dictaban las normas y leyes que iban a regir en las escuelas, universidades y demás centros de formación oficiales, se implantó el Francés como lengua extranjera, impartida muchas veces, como ahora, por personal enseñante deficitariamente cualificado, lo cual, unido a la inutilidad y obsolescencia del aprendizaje de una lengua que en ningún momento llegó a alcanzar la importancia que hoy tiene el Inglés, supuso para tantos y tan esforzados estudiantes de entonces un soberano y mayúsculo error.

Algo que muchos vimos cómo dichos conocimientos idiomáticos no nos sirvieron para nada, ni en el ámbito personal, ni en el social ni mucho menos en el laboral, salvo para pavonearnos ingenuamente con un pretendido dominio de un idioma, por el hecho de parlotear algunas lindezas como bonjour, bonsoir, mon amour o mercie beaucoup, y poco más.

 En un País tan pretendidamente Católico, el Don de lenguas no nos corresponde por derecho, ya que ese privilegio se les concede a los que aún no se han convertido. Habremos de esforzarnos por lo tanto en su aprendizaje, o abjurar de nuestra fe, en la esperanza de ser elegidos y bendecidos con ese milagroso Don que nos evitaría su exigente estudio, a la par que nos devolvería al rebaño, cuyo redil abandonamos en un acto interesado y egoísta, que no obstante nos devolvería unos impagables réditos lingüísticos dignos de tener en cuenta, como es el de dominar una lengua extranjera.

En un país como el nuestro, dónde se hablan varias lenguas a la par que se domina en  general el español, no debería existir problema alguno para comunicarnos a la perfección y, sin embargo, con frecuencia, necesitamos de traductores simultáneos en los medios de comunicación cuando se empeñan en saltar por encima de los demás, obligando a traducir un mensaje, que todos los demás entenderían en un idioma que es común a todos, que dominan, y que nadie puede aducir que desconoce, ya que esos mismos, cuando les interesa, emiten sus entrevistas y comunicados en ese  Castellano que se niegan utilizar en ocasiones.

 No contentos con ello, ahora se proponen conseguir que en el Congreso y el Senado, se institucionalice el uso de cualquiera de las lenguas que se hablan en España, lo que obligaría a utilizar la traducción simultánea para que el resto de los representantes patrios pudieran entender a quienes manejando el Castellano, se empecinen en utilizar otra lengua, que desconocen los demás, contribuyendo así a unos gastos innecesarios y, sobre todo, a un inevitable confusionismo, que tiene una difícil justificación.

Pero que ellos entienden como un derecho irrenunciable, como es el uso de su lengua natal, que nadie puede negar, pero al que es de justicia debieran renunciar en determinados casos, como es el hecho de facilitar la comunicación y el entendimiento cuando la alternativa para ello es el de utilizar otra lengua que dominan todos, y que de ninguna manera puede suponer una renuncia a la suya, que tienen y tenemos el derecho y el deber de defenderla, pero sin que ello suponga un obstáculo para el entendimiento con los demás.

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