sábado, 26 de enero de 2008

LA CAMPANA DE LA PAZ

Cada seis de agosto y desde hace sesenta y tres años, la Campana de la Paz de la ciudad japonesa de Hiroshima, repica recordando al mundo el horror de una población que sufrió la ira de quienes desde entonces han tratado de justificar semejante barbarie con la injustificable excusa de evitar más dolor y sufrimiento.
Murieron casi doscientas mil personas inocentes y muchas más que quedaron pavorosamente impedidas para el resto de sus días. Población civil que no participaba en las acciones militares y que fueron tratados como conejillos de indias en el pavoroso experimento que pocos días después se repitió en Nagasaki.
Japón claudicó, pero nunca sabremos si la guerra se hubiera prolongado mucho más sin el lanzamiento de las bombas y si el dolor causado hubiera sido semejante al que soportaron los habitantes de estas ciudades mártires.
Lo que sí es seguro es que desde entonces se estableció una loca carrera por dominar la energía nuclear que en varias ocasiones ha puesto en peligro la paz mundial con la amenaza del holocausto nuclear que sufrimos durante la llamada guerra fría que se libró entre las dos superpotencias y que sigue latente hoy en día.
Las consecuencias de aquel espantoso e inicial experimento van mucho más allá. Hoy están en posesión de armas atómicas una multitud de países, muchos de ellos con una inestabilidad política y social que hace temer una confrontación entre naciones que mantienen diversas rivalidades que podrían ocasionar la utilización de dichas armas y que podrían arrastrar a las superpotencias a un cataclismo de incalculables consecuencias.
Pero la Campana de la Paz no dobla hoy en día únicamente por aquellos espantosos sucesos. Los frentes bélicos abiertos en todo el mundo son incontables y en todos los continentes, menos, claro está, en aquellos que se encargan de suministrarles las oportunas herramientas de destrucción.
Los países suministradores de armas, España entre ellos, se limitan a contemplar como se destruyen, experimentando de paso el empleo de nuevo armamento más letal y efectivo. Causa verdadero espanto constatar que existen ferias y exposiciones de armamento donde se muestran los últimos avances en la tecnología armamentística destinada a causar sufrimiento, muerte y destrucción.
La Campana de la Paz no debería doblar solamente cada seis de agosto. Debería hacerlo cada día para recordar a los seres humanos su pavorosa y estúpida capacidad de destrucción.