sábado, 6 de diciembre de 2008

LAS RAÍCES DEL ODIO

En estos días terribles, en los que el odio y la violencia más irracionales han resuelto decidir sobre la vida de los demás arrancándosela a una persona inocente e indefensa para defender por medio de la violencia y la muerte postulados puramente políticos, se han levantado multitud de críticas hacia los ciudadanos vascos, acusándolos de indolentes, cuando no de cobardes, ante la actitud que todavía una mayoría importante suele mostrar ante los hechos que nos ocupan y que una vez más no es sino la a expresión de la dictadura del miedo reinante entre la población, que les impide dar rienda suelta a sus verdaderos sentimientos, haciéndolos mirar hacia otro lado, como si no pasara nada, como si no fuera con ellos.
Pero sí va con ellos, y es algo que les afectará por mucho tiempo si continúan adoptando la posición del avestruz y otras actitudes que conducen a una situación aberrante en pleno corazón de Europa, en un país democrático y en una zona con un nivel y un bienestar económico de los más altos del mundo, donde la gente no se atreve a decir lo que piensa en voz alta, donde el odio instalado desde hace décadas en ciertos sectores de la población, se sigue inculcando a los más jóvenes, creando más odio, más intolerancia y más fanatismo.
Escucho testimonios que hablan de una sociedad enferma y cobarde que mirando hacia otro lado pretende ignorar estos sucesos. No es fácil entender estas reacciones que nos dejan perplejos e incrédulos y que ofenden a la más elemental de las sensibilidades golpeando a los familiares de las víctimas que se sienten doblemente doloridos y humillados.
El miedo es libre y no es fácil, supongo, afrontar con valentía posiciones que podrían complicar sus vidas. No obstante, sigue habiendo un importante sector de la población que sigue justificando estos aberrantes actos contra la libertad y la vida. Lo verdaderamente terrible es comprobar como un importante número de jóvenes, la mayoría de los cuales nacieron con la democracia, y no conocieron por lo tanto los trágicos tiempos de la dictadura, constituyen el núcleo más numeroso de fanáticos, capaces de llegar a usar la violencia hasta sus últimas consecuencias en aras de la “liberación de un país oprimido por el Estado Español”.
Cómo es posible, que treinta años después, continúe ese odio y esa aversión por todo lo que tenga que ver con España y los españoles. La dictadura la sufrimos todos. Yo mismo pasé varios días en los calabozos de la siniestra DGS, y todo por defender los derechos y las libertades conculcadas en aquella época. Llegó después la transición y con ella la democracia, y en ella nos instalamos todos.
Por qué entonces estos jóvenes que no conocieron la dictadura, ya que nacieron en plena democracia, mantienen hoy ese odio visceral e irracional que les conduce a utilizar la violencia, arruinando las vidas de sus víctimas, sus familiares y las suyas propias en aras de una ideología fanática que tanto sufrimiento origina.
Las raíces de esta sinrazón se encuentran, sin duda, en quienes les han ido adoctrinando desde sus primeros días en ese odio que van alimentando día a día, y que tienen por origen no solamente el ámbito familiar, sino lo que es aún más injustificable, el ámbito institucional, a través de los centros educativos donde les inculcan ese odio y ese fanatismo que los convertirá en jóvenes que creerán que la violencia es el único camino para liberar a su país de la supuesta opresión.
La otra vía que hará que esta situación se perpetúe, es la política, en la que los partidos nacionalistas, hipócritas ellos, con un discurso intencionadamente ambiguo, aunque no lo admitan, continúan aplicando el postulado de “el árbol y las nueces”, es decir, unos mueven las ramas y otros recogen las nueces.
Escuchando la radio, he podido oír un testimonio bastante revelador sobre el tema y que nos puede aclarar en gran medida por qué esos jóvenes llegan a los extremos de odio fanático y violencia injustificable en una país con plenas libertades y derechos democráticos y con un nivel de vida envidiable como disfrutan en el País Vasco.
Se trata de una mujer de Bilbao que tiene una hija de doce años en una ikastola. Aclara previamente que se siente tan vasca como española y siempre ha deseado que la educación de su hija fuera en Español. Añade que la formación que recibe, en Euskera por supuesto, está dirigida y programada para inculcar a los alumnos el odio a España y a todo lo español.
El locutor, sorprendido ante semejante respuesta le pregunta por qué entonces tiene a su hija en la ikastola. Con pesar, le responde que no hay alternativa. En Euskadi, es muy difícil encontrar un centro en el que la formación se imparta en español a lo que hay sumar el hecho de que encontrar trabajo allí sin saber Euskera, es harto complicado, por lo que la única solución es contrarrestar en casa la perversión ideológica, fanática y alienante que les inculcan. Desolador.
He visitado el País Vasco en varias ocasiones. Es para mí un territorio entrañable que me gustaría conocer más en profundidad. En San Sebastián y en Bilbao puedes encontrarte como en tu propia casa. Nunca me he sentido extranjero allí. Quizás en el ámbito rural y en los pueblos del interior se pueda apreciar una cierta frialdad, un ligero distanciamiento que no obstante nunca llega a molestar al viajero.
El odio inculcado a través de generaciones y mantenido por ciertas instituciones oficiales está destruyendo a muchos jóvenes vascos. En necesario cortar las raíces que los mantienen atados a ese sentimiento que destruye, anula y nubla el entendimiento. Es necesario cortar las raíces del odio.

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