domingo, 17 de enero de 2010

DANDO ALAS A L A CRUELDAD

Leo en un periódico un artículo sobre los toros que me ha dejado hondamente perplejo a la vez que sorprendido por unos argumentos que considero fuera de lugar, incalificables en ocasiones, pasando por encima de de toda ética, dejando de lado cualquier consideración que pretenda recurrir a la lógica, la razón y la sensibilidad.
Para justificar la existencia y la continuidad de la mal denominada fiesta nacional, exhibe una serie de argumentos que ponen los pelos de punta a aquellos que, como yo, que ni soy nacionalista de los que utilizan su oposición a los toros para derrocar los cimientos de la nación, ni creo que desaparezca el toro de lidia por la ausencia de corridas de toros – hermoso animal donde los haya -, que no puedo argumentar, como él hace en el sentido de que la fiesta cobra valor al estar siempre presente la muerte, que no pienso que esto constituye un valor moral, y que no puedo pasar por alto como él aduce, ni su crueldad ni su valor atipedagógico – reproduzco literalmente sus razonamientos-, para justificar un espectáculo al que le quieren dar categoría de arte, cuando nada hay más opuesto a este calificativo que el derroche brutal, inhumano y profundamente antiestético en oposición a la belleza, la cultura y la sensibilidad de las artes clásicas conocidas.
Agradezco, al menos, no tener que soportar el calificativo de Maestro a la hora de nombrar al matador – siniestra y tétrica manera de designar al receptor de los aplausos, vítores y trofeos que se traducen en orejas y rabos del bravo animal-, y que resulta ofensivo, burdo e incalificable, denominar así, a quien no reúne ninguno de los méritos y cualidades que adornan a quien ostenta ese digno nombre, ofendiendo a la inteligencia y sensibilidad más elementales, al confundir a semejante personaje con el del entrañable maestro de nuestros primeras letras o la del creativo amante de cualquiera de las artes que ilustran la cultura universal.
El socorrido, pobre y absurdo argumento aquel de que si se termina con la fiesta, se termina con la bella y hermosa raza del toro de lidia, se viene abajo por sí mismo, pues nada tiene que ver una cosa con la otra ya que existen innumerables ejemplos con los que se puede demostrar que la ausencia de una determinada actividad no implica necesariamente la desaparición de uno de los elementos que la componen. En algún sitio leí aquello de que una vez desaparecido el circo romano, no desaparecieron ni los leones ni los cristianos.
No cita en ningún momento, y aquí quiero dejar constancia de la alternativa existente a la sangrienta fiesta actual y que muchos aplaudiríamos, la posibilidad de eliminar el sacrificio del animal y de todo el ritual sangriento que conlleva. Bastaría, como ya se hace en Portugal, con evitar el tormento al que se somete al toro, que lo convierte en anacrónico y aborrecible para una gran parte de la población que se mantiene silenciosa y que considero que recibiría de buen grado la eliminación de la muerte del toro en el ruedo.
¿Por qué los amantes de los toros, así como sus detractores, nunca suelen plantear esta posibilidad que conllevaría la aceptación de una gran mayoría de los ciudadanos?. Yo la propongo aquí con toda la seriedad de la que soy capaz, y quiero pensar que los partidarios de la fiesta taurina no se opondrán, salvo que consideren que la esencia del espectáculo resida en el derramamiento de sangre, argumentación rechazable por bárbara e inhumana cuando estamos hablando de un espectáculo público que se desarrolla en abierto, al aire libre, al lado de templos de la cultura, el arte y el saber como los museos, los teatros o las catedrales que representan la oposición a cuanto se desarrolla en esos templos de la muerte celebrada con gritos, jolgorio, entrega de trofeos y salida en hombros, que constituyen un auténtico esperpento nacional en pleno siglo veintiuno.

No hay comentarios: