viernes, 28 de mayo de 2010

UNA MIRADA AL PASADO

En nuestra lengua abundan los refranes, dichos, proverbios y aforismos, que no siempre son acertados. Desafortunados en algunos casos, anacrónicos en otros y absurdos e inexactos lo son multitud. Esto, lógicamente no supone una condena para estas expresiones, la mayoría de ellas acertadas y plenas de ingenio y sabiduría popular, que llenaron nuestros oídos desde la más tierna infancia y que han ido integrándose en nuestro lenguaje pasando a formar parte del mismo, y al que recurrimos de vez en cuando como una forma de expresar gráficamente determinadas situaciones y hechos de una forma rápida, clara e inteligible para todos. Son multitud y todas ellas conforman el denominado refranero popular.
Recurro ahora a una de ellas, muy empleada en su tiempo, y ahora con cierta frecuencia citada, no exenta de una carga nostálgica en su interpretación. Me refiero a “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Generalizar, en cualquier caso, suele constituir un error, y este es un ejemplo de sentencia que utiliza la generalización para describir hechos, casi siempre subjetivos que responden a situaciones y vivencias concretas y personales que no pueden aplicarse ni extenderse universalmente.
Pero cada persona es un mundo y cada mundo una situación y unos hechos a analizar. Me explico: solía yo hablar con mis queridos padres, reunidos en la cocina de la casa del pueblo, al amor de la lumbre y del brasero, sobre los tiempos pasados, los de su juventud, y les pedía que me contasen cómo vivían entonces, en aquellos duros tiempos de posguerra. Les urgía para que los comparasen con los actuales, tan distintos, tan distantes, y la respuesta de ambos, era inmediata y rotunda: ahora se vive mucho mejor, tenemos de todo, no nos falta de nada, no hay comparación posible; estos tiempos son infinitamente mejores que los pasados.
Mi madre, mi querida madre, cuya ausencia tanto lamento, era una mujer con un carácter y un genio equivalentes a su bondad y sentido de la solidaridad que siempre recordaré. Me decía en ocasiones, que algo sí echaba de menos de tiempos pasados. Se refería a la capacidad de la gente para ayudarse mutuamente, para echarse una mano entre ellos cuando alguien lo pudiera necesitar, lo que fuera: ayudar en la matanza, en las faenas del campo, cuando paría una vaca, cuando necesitaban una ayuda económica o una hogaza de pan o una vuelta de chorizo o en cualquier situación que supusiera echar una mano a aquel que lo necesitara.
Ahora, me cagüen la mar, me contaba con su acento característico cada vez que se enfadaba, cada uno va a lo suyo, todo es egoísmo, nadie ayuda a nadie. No te olvides hijo, me decía, que es de bien nacidos ser agradecidos, me repetía con frecuencia. Y ésta sí que es una verdad absoluta, una expresión a todas luces cierta y aplicable en general, objetiva donde las haya, pero de cuyo seguimiento y respetabilidad me permito dudar en los tiempos que corren. Yo en honor a mi madre, procuro seguir siempre este consejo, valioso donde los haya.
Es indudable que con este ejemplo, no queda plenamente demostrado que no todo tiempo pasado fue mejor, ya que cada uno suele contar de la fiesta según le haya ido en ella. No obstante es indudable que tendemos a mirar hacia atrás en determinados momentos, unas veces con nostalgia y otras con reconocimiento hacia el pasado como al valorar el legado de nuestros antepasados cuando de las artes hablamos, la tranquilidad de antaño cuando renegamos de las ruidosas y estresantes ciudades que soportamos o los valores éticos y estéticos tradicionales cada día más denostados, olvidados y vejados y que nos hacen volver la vista atrás, rememorando nuestra infancia y con ella el recuerdo del respeto debido y voluntariamente aceptado hacia nuestros padres, hacia los mayores, hacia nuestros maestros. Y es que algún tiempo pasado sí fue mejor.

No hay comentarios: