lunes, 7 de junio de 2010

GAUDÍ Y SANTA MARÍA DEL MAR

Para el viajero que se precie de conocer las ciudades más importantes de su país, constituye una auténtica frustración tener que reconocer que le es casi desconocida por completo una de las principales, en concreto la segunda en orden de relevancia, lo cual supone una auténtica declaración de ignorancia, dejadez y sentimiento culpable ante semejante abandono.
Barcelona, a tiro de pájaro hoy en día, volando bajo, en esa maravilla que es el tren de alta velocidad, que en su tiempo fuera tan vejado, vilipendiado y denostado, a poco más de dos horas y media, constituyó, para mí, una agradable, increíble e inesperada sorpresa, que no puedo por menos de destacar y que recomiendo encomiablemente a quién quiera disfrutar de una hermosa ciudad que lo tiene todo.
De sorpresa en sorpresa, fui descubriendo una ciudad moderna, pero no asfixiante, de unas dimensiones tan contenidas que sorprende agradablemente como puede vislumbrarse desde un extremo el opuesto, como por ejemplo desde el parque Güell puede verse el mar, maravillas ambas que pocas ciudades pueden atribuirse, con una impresionante panorámica de toda la ciudad que puede disfrutarse desde cualquier punto de su contorno, desde Montjuïc y el Tibidabo, para contemplar la inigualable disposición de su trazado moderno que parece hecho a mano, con tiralíneas, con una lógica y humana y siempre sabia.
Atrapada entre el mar y la montaña, constituye todo un lujo para los sentidos pasear por sus calles, amplias, luminosas, con enormes aceras, recorrer el paseo de Gracia, mientras te detienes a contemplar la original Pedrera y la Casa Batlló de Gaudí, y tantos otros edificios que engalanan esta sorprendente ciudad. Bajar por las ramblas, entre la multitud y los puestos de flores que la engalanan y llegar a Colón, al puerto, al mar.
Ciudad medieval, moderna, artística, elegante, cultural y marinera. Nada le falta. El Barrio Gótico nos traslada a ciudades monumentales como Segovia o Salamanca, y tantas otras que nos trasladan a la Barcelona del Medievo, pasando en cuestión de minutos, como en un viaje fugaz, del siglo XXI al siglo XIII, moviéndonos por sus calles estrechas, sus plazas, sus edificios, palacios, iglesias y lugares poseedores de un encanto tan especial que enamoran al viajero que no puede evitar distraer la vista a un lado y a otro en un continuo disfrutar de la belleza que por todas partes se prodiga.
El parque Güell, lugar cosmopolita por excelencia, enamora a primera vista. Entre conversaciones en decenas de lenguas de todo el mundo, nos esforzamos en comprender cómo un genio de su tiempo y de ahora pudo derrochar tanta imaginación para crear formas, figuras y edificios en una explosión de creatividad que emociona. Como lo hizo en la Sagrada Familia, templo inacabado que sigue asombrando al mundo por el atrevimiento de su arquitectura y la apabullante mezcla de modernidad y clasicismo que obliga a mantener la mirada elevada recorriendo sus atrevidas torres, repletas de figuras alegóricas y la ingeniosa disposición de los pináculos que las culminan.
En Montjuïc entramos en el Museo de Arte de Cataluña, y visitamos entre otras una impresionante exposición del románico catalán, y sus fuentes con el inenarrable e incomparable espectáculo de agua, luz y sonido, sus museos, como el de Picasso, y tantos otros que convierten a esta ciudad en un templo de la cultura como su hermosa catedral, construida entre los siglos XIII al XV, sobre la antigua catedral románica, edificada a su vez sobre una visigoda a la que precedió una paleocristiana. Hermoso ejemplo del gótico con una imponente torre central y un esplendoroso claustro.
Y la bellísima e incomparable Santa María del Mar, con sus dos torres octogonales y su fachada gótica, que, en principio no presagian la contemplación de un interior que extasía, sorprende y llena de una angustia vital ante la contemplación de semejante maravilla que nos legaron los maestros arquitectos que tanta sabiduría atesoraban, con una explosión de luz y belleza que llenan las tres naves abiertas, diáfanas, bellísimas, con unas columnas que parecen alcanzar el cielo en su viaje hacia unas bóvedas de crucero de una altura tal que nos obliga a mantener la vista en una posición imposible que, sin embargo, nos hace perder la noción del tiempo ante la contemplación de tanta armoniosa belleza.
La historia de su construcción ha sido fuente de inspiración para los autores de varias novelas, en las que se relata cómo participaron activamente los habitantes de la Ribera, en concreto los descargadores del muelle, los Galafates o Bastaixos, que portando enormes piedras desde las canteras y las playas hasta la iglesia, contribuyeron así a su construcción.
Santa María del Mar, La Catedral, La Sagrada Familia, El barrio Gótico, Las Ramblas, El parque Güell, Montjuïc, El Tibidabo, sus teatros, sus museos y el mar. Nada le falta a Barcelona.

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