miércoles, 19 de enero de 2011

REBELIÓN A BORDO

No es éste un País que se distinga en exceso por su capacidad de autodisciplina, su espíritu de sacrificio ante determinadas situaciones que exijan un posicionamiento restrictivo ante las circunstancias negativas que puedan afectarle, su grado de unidad nacional, de solidaridad y de unión a la hora de defender valores comunes que afectan a la comunidad, salvo si se trata de celebrar los triunfos futboleros, las corridas de toros, las procesiones de semana santa, los innumerables puentes y fiestas de todo tipo que abundan por doquier y otros valores patrios que puedan afectar a la intocable individualidad que siempre nos ha caracterizado.
No obstante, es de justicia manifestar que seguimos siendo un tanto Quijotescos en determinadas situaciones, a la hora de defender causas perdidas – sobre todo si ello no nos afecta al bolsillo - , y, y así, somos solidarios con las desgracias ajenas ante las cuales mostramos un alto grado de capacidad de ayuda humanitaria como hemos demostrado en varias ocasiones ante diversas calamidades públicas que han asolado nuestro territorio y otras que afectan y han afectado a otros países.
Somos los primeros a nivel mundial en donar órganos y en la capacidad organizativa necesaria por parte de las instituciones sanitarias que llevan a cabo dicha labor, lo cual nos honra a todas luces vista. En otro orden de cosas, también hemos sido pioneros en legalizar las bodas gay, en tomar al asalto el islote Perejil y en declarar los toros Bien de interés Cultural, equiparándolos así al Museo del Prado, al acueducto de Segovia o a la Catedral de Burgos, por citar unos pocos ejemplos que muestren a las claras la desfachatez de semejante medida. Así de contradictorios nos mostramos con frecuencia, lo cual no puede ser un buen síntoma, pues denota o bien cierta inseguridad, o bien cierta anarquía o quizás cierta incapacidad para dilucidar entre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo oportuno y lo inconveniente.
Y es que en este País, somos asín.
Pero lo que ya resulta incalificable es la rebelión a bordo que se está gestando por parte de los afectados – según ellos, aunque en mayor grado lo son los clientes – por la reciente ley antitabaco, que ha llevado a muchos propietarios de hostelería a declararse en rebeldía haciendo frente a una medida que hace años debería haberse puesto en marcha y que en Europa funciona a la perfección desde hace tiempo.
Claro que aquí, somos diferentes. Que nos suben la gasolina, la luz, el teléfono y otros productos de primera necesidad, pues oiga, no pasa nada, a aguantar. Nos congelan el sueldo – si no nos lo bajan como a los funcionarios – nos paralizan las pensiones, nos jubilan a los setenta años, pues muy bien, aquí no se mueve nadie, que me lo resuelva el vecino.
Ahora bien, que no nos dejan fumar en lugares públicos, que me impiden contaminar a los demás, que tengo que tomarme una cerveza sin el oportuno pitillo; pues no señor, de eso ni hablar, monto en cólera, me declaro insumiso en abierta desobediencia ciudadana y decido no respetar la ley, faltaría más.
Eso los clientes, que los propietarios, amparándose en la lentitud de la justicia – hay locales que se han declarado abiertamente rebeldes y no han sido ni multados – hasta rotulan sus locales declarándose en rebeldía y recabando firmas en contra de una norma que debería cumplirse con absoluto rigor.
La cultura del esperpento nacional, llega en este caso a tachar de chivatos a quienes denuncien a aquellos que incumplan, no lo olvidemos, una norma con rango de ley. Está claro que, desgraciadamente, siguen aún vigentes algunos idearios patrios que confunden la integridad y la dignidad con la estúpida desfachatez de la solidaridad mal entendida.

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