miércoles, 21 de diciembre de 2011

ESOS ODIADOS LÍDERES

De surrealista, irracional y degradante, puede calificarse el espectáculo proporcionado por las imágenes que hemos visto de Corea del Norte, en las que unos hundidos y apesadumbrados ciudadanos lloran desesperada y trágicamente, con una desgarradora impresión de desamparo y absoluta amargura la pérdida de su amadísimo benefactor padre de la patria, tienen más de patéticas, histriónicas y melodramáticas que de conmovedoras.
Da la impresión, a fuerza de resultar anacrónicamente irreales y kafkianas, que se trata de una singular y gigantesca dramatización montada a escala nacional en cada una de las ciudades y pueblos que componen esa triste, sombría, y enigmática nación Coreana, encerrada, encarcelada en sí misma, prisionera de los enloquecidos sátrapas que la dirigen con fiero y cruel puño de hierro tratando de ocultarla a toda costa al resto del mundo.
Nada traspasa sus fronteras, ni en un sentido ni en el otro, tan sólo algunas esporádicas noticias e imágenes tomadas con el riesgo de las vidas de quienes manifiestan semejante atrevimiento. En una de esas ocasiones, en un documental se contempla a un grupo de niños de tiernísima edad, repitiendo a coro las consignas que su fanática maestra les repite una y otra vez sobre el amado líder al que tanto deben, al que se le debe absoluto respeto y sumisión, en lo que constituye un continuo lavado de cerebro que les acompañará el resto de sus días.
No es extraño por lo tanto que aunque nos parezca un espectáculo tragicómico, los ciudadanos lo vivan con auténtico sentimiento, con lágrimas que no son de cocodrilo, sino de sincero pesar por la pérdida de un tirano que les ha anulado la voluntad y la capacidad de discernir y que ha sumido a ese pobre país en la miseria más absoluta que se traduce en continuas hambrunas que diezman la población, mientras mantiene un ejército de un millón de soldados – el cuarto del mundo – con una capacidad nuclear que mantiene en continuo jaque a los países limítrofes y al resto del mundo al que se permite amenazar en una continua locura que desafía la razón humana.
Resulta inconcebible a estas alturas una situación semejante de docilidad, esclavitud, y subyugante vasallaje hacia unos personajes – se trata de una monarquía comunista hereditaria – absolutamente despreciables que viven a cuerpo de rey mientras la ciudadanía pasa hambre y necesidades sin cuento, donde la penuria llega hasta extremos de carecer de combustible para calentar sus hogares en invierno.
Ciudades con avenidas inmensas sin tráfico alguno, estatuas del amado líder por doquier, consignas continuas de los comisarios vigilantes de la miserable revolución hacia una población que rinde culto hacia el amado y endiosado dirigente al que todo deben y que los ha empobrecido hasta límites inhumanos, reduciéndolos a meros supervivientes dedicados a adorar a un falso ídolo.
La historia demuestra que los enloquecidos déspotas como este tiranuelo, no siempre acaban siendo derribados, o si es así, no siempre reciben el castigo que merecen – me pregunto cómo podrían pagar todas sus atrocidades cualquiera de los innumerables autores de crímenes contra la humanidad que a lo largo de la historia han sido – lo cual es un claro y flagrante indicativo de la injusticia, la iniquidad y la sinrazón que golpea a la especie humana a la hora de juzgar los atropellos a los que con frecuencia se ve sometida. Afortunadamente estamos contemplando cómo han ido cayendo dictadores de todo signo en diferentes partes del Planeta, pero aún quedan demasiados.
Confiemos en que los que hoy adulan y reverencian a este despreciable y déspota personajillo, sean los que mañana lo derriben con todo el estruendo que merece. No sería la primera vez en la larga lista de los tiranos que asolaron a sus pueblos. Sin embargo, parecen no tomar nota de una historia que de todas formas los condenará. Pero está claro que con eso no basta.

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