miércoles, 14 de diciembre de 2011

LA IDENTIDAD PERDIDA

Somos la inmensa mayoría de los humanos de a pie, y cada vez en mayor medida, un claro, diáfano y transparente libro abierto, con sus páginas desplegadas sin posibilidad de ocultar su contenido, con todo su material impreso al descubierto, listo para que cualquiera, ya sean instituciones públicas o privadas, ya sean individuos u organismos varios, ojeen en sus entrañas y su argumento penetrando en sus más íntimos vericuetos con el afán y la intención poco disimulados de conocer la vida, obra y milagros que dicho relato puedan depararles, aquellos, que más que desaprensivos, no son sino unos indefensos individuos.
No es necesario para ello que nos esforcemos en mantenerlo abierto de par en par, ni que proclamemos a los cuatro vientos su contenido, ya que basta con que poseamos una identidad pública, para que los organismos oficiales correspondientes extiendan sus numerosos brazos para mantenernos permanentemente conectados y atados a ellos para siempre, manteniéndose un flujo de información constante y efectivo, siempre desde nosotros hacia ellos, y así constituir con todos una inmensa red tejida con hilos invisibles que permitirá que el Gran Hermano nos controle, dirija e inspeccione, con el objeto de satisfacer sus necesidades que nunca se verán totalmente satisfechas.
El común de los mortales no puede escapar a este destino, salvo que se recluya en un apartado e inaccesible paraje, que no existe, se retire a un monasterio alejado del mundanal ruido, donde seguramente no lo van a admitir, o comunique que su vivienda habitual se localiza bajo un puente dada su condición de indigente, en cuyo caso tomarán nota de la superficie que ocupa, zona donde se halla ubicada su residencia y comodidades de las que dispone con el fin de incorporar sus datos al correspondiente fichero que emitirá puntualmente los correspondientes recibos catastrales.
Claro que hoy en día, nosotros solos, sin apenas darnos cuenta, nos damos a conocer sin necesidad de que esta condición sea impuesta por los poderes públicos. No me refiero, aunque también, a las conversaciones a gritos que ya sea en la calle, en el autobús o en cualquier lugar público, mantienen a través del móvil ese tipo de gente que no tiene escrúpulo alguno en proclamar a los cuatro vientos sus intimidades más recónditas, dándolas a conocer a cuantos se encuentran a cien metros a su alrededor.
Hablo de aquellos que de una ingenua forma se identifican en las redes sociales, haciéndolo en ocasiones de una manera exhaustiva, proporcionando no sólo su filiación, sino divulgando su historial tanto gráfico como textual, sin reparos, sin remilgos, sin pudor alguno, sin darse cuenta de que esa información puede ser no sólo conocida al instante por quienes quizás no desean, sino que sobre todo puede manipularse con oscuras intenciones por quienes medran por esas redes tratando de obtener inconfesables beneficios.
Y así, entre unos y otros, sin comerlo ni beberlo, sin haberlo solicitado sin creer en ello y sin vocación, nos vemos inmersos en la tupida red que nos han ido tejiendo y de la cual nadie puede escapar sin sufrir daños de algún tipo. Los unos friéndonos a impuestos, declaraciones, tasas, obligaciones, restricciones y crisis varias y los otros cotilleando y metiéndose en nuestras vidas, publicándolas y amplificándolas sin nuestro permiso. ¿Alguien puede sustraerse a esta situación? Por supuesto. Pero esa es otra historia.

No hay comentarios: