jueves, 22 de marzo de 2012

LA MAGIA DE LA MEMORIA

La memoria es un portentoso almacén de recuerdos, donde se graban hechos, lugares, personas y acontecimientos que hemos atesorado durante toda nuestra vida y que nos acompañarán para siempre en algunos casos, en otros los olvidaremos con suma rapidez – aunque pueden aflorar más adelante – y el resto, desaparecerán, quedarán borrados, eliminados de nuestra existencia, como si nunca hubieran tenido lugar, desechados de nuestra mente por una selectiva acción de la misma, que o bien no los quiere rememorar por negativos, o no les concedió la suficiente relevancia como para pasar a formar parte de un patrimonio retentivo del que poder disfrutar en el futuro.
Y así, nos vamos configurando, sumando día a día nuevos hechos y experiencias que se van acumulando y que nos van aportando conocimiento y experiencia, indispensables ambas para la supervivencia del individuo y para la conformación de un futuro hacia el que nos dirigimos sin remisión, siempre hacia adelante, permanentemente apuntando hacia el devenir, sin posibilidad ni ocasión de volver atrás, hacia el pasado.
Comienzan nuestros recuerdos con la infancia primera, los tiernos años en los que nuestra memoria comenzó a guardar las primeras rememoraciones que somos capaces de recuperar ahora, que tantos años han pasado. Y nos encontramos en lugares donde nos desenvolvimos esos primeros tiempos, con nuestros padres siempre presentes, una casa, la nieve que parece siempre presente, el río, los intensos olores del campo en primavera, las blanquísimas y luminosas noches del cálido verano, la sierra, blanca en invierno, azul en verano, hermosa y altiva siempre, al fondo en la lejanía, formando un arco que parece abrazar la suave y verde llanura donde se encuentran los pueblecitos, que como el mío, se salpican el campo que su abrazo resguarda.
Todo un tanto difuso, muy lejano y querido, pero siempre recordado pese al tiempo pasado, que no obstante parece afianzar esa memoria impidiendo que semejantes tesoros celosamente guardados no nos abandonen jamás y podamos disfrutar de ellos mientras nuestra existencia y la correspondiente capacidad de retentiva nos lo permitan. Recuerdos de nuestros queridos padres, de los bondadosos abuelos, de amigos y familiares de los tiempos de la infancia.
Los juegos infantiles en las eras cubiertas de enormes montones de gavillas de cereal, la parva, la gente alventando, lanzando al aire la mezcla de paja y grano, para separarlos y obtener así el trigo, la cebada y el centeno. La gente en los campos segando a mano, desde el alba hasta el anochecer, para transportar después los haces en los carros tirados por las sufridas vacas, hasta el espacio que cada vecino tenía asignado en las verdes eras.
Los años en la deliciosa escuela, cantando las tablas, sentados en los pupitres con las pinturas de colores que tan felices nos hacían cuando los Reyes Magos nos los traían. Los recreos en invierno eran pura diversión. La nieve siempre estaba presente, eterna, de noviembre a marzo. Los muñecos de nieve, los carámbanos colgando de los tejados, Somosierra permanentemente nevada, el río helado, el agradable calor de la cocina al amor de la lumbre.
Mágica memoria que nos permite rememorar el cálido y dulce pasado de la infancia, recuerdos de aquel niño que fuimos y que llevamos dentro de nosotros para siempre, que tanto añoramos, que tanto echamos de menos, y al que podemos regresar visitando las indelebles páginas de nuestra memoria.

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