lunes, 16 de abril de 2012

TIEMPOS PASADOS QUE FUERON MEJORES

No hace tanto tiempo que en los pueblos y aldeas más pequeños, generalmente con una población de apenas unas pocas centenas de habitantes, los afortunados lugareños disponían, disponíamos, de unos servicios envidiables, sobre todo si tenemos en cuenta la época y las circunstancias y establecemos una comparación con los tiempos actuales, donde, por recurrir a un ejemplo, conseguir fecha para el ambulatorio de atención primaria, para que puedas ser recibido por tu médico de cabecera, ha de pasar casi una semana, durante la cual posiblemente se te haya pasado ya el mal que te aquejaba y decidas no acudir a la cita.
En los tiempos a los que hago referencia, cada pueblecito, por imposible que pueda parecer, disponía de su médico y de su veterinario, no le faltaban ni el panadero, ni el carnicero, disponíamos de al menos un par de tiendas donde no faltaba de nada, así como de al menos un bar donde echar una partida de mus tomar el vermut los sábados y domingos después de la obligada misa y ver la tele cuando aún no todos los vecinos podían disponer de ella.
Gozábamos de un excelente y eficiente servicio de transporte público con un coche de línea que pasaba todos los días y enlazaba cada pueblo con la capital, Segovia, y no faltaba el servicio privado, ya que siempre algún vecino hacía las funciones de taxista si fuera necesario. La formación de los más pequeños estaba asegurada, pues no faltaban ni el maestro ni la maestra en su escuela – ella las niñas y él los niños - ni el farmacéutico en su farmacia ni el Alcalde y el Secretario en el Ayuntamiento, edificio principal que presidía la plaza del pueblo.
No faltaba casi de nada para satisfacción de unos vecinos que apenas necesitaban desplazarse para disponer de casi todos los servicios necesarios, abrumadores en cuanto a la cantidad y calidad de los mismos y para lo que hoy nos toca contemplar, así como por la inmediatez de su prestación – todo un lujo disponer del médico las veinticuatro horas del día - y más si consideramos que hablamos de poblaciones de alrededor de trescientos vecinos.
Hablo, en mi caso, de pueblecitos de la provincia de Segovia, donde un pueblo de mil habitantes disponía incluso de cine, taller mecánico y comercios varios, todo lo cual visto desde la perspectiva actual, parece imposible, si consideramos el tiempo transcurrido desde entonces y lo comparamos con lo que hoy contemplamos en pleno siglo XXI, con una tecnología que ni se podía llegar a soñar entonces y que pese a todo no nos hace felices ni nos soluciona todos los problemas que nos acucian cada día ni nos acerca determinados servicios esenciales, pues más bien al contrario los aleja cada día más.
Hoy, sin embargo, en los mismos lugares, en los más pequeños claro está, no existe ni médico, ni farmacia ni escuela ni otros servicios que tuvieron en su tiempo. Para disponer de ellos necesitan desplazarse a las poblaciones aledañas o recurrir a la venta ambulante de los panaderos, fundamentalmente, que recorren aquellos pueblecitos que en su momento dispusieron no de uno, sino en ocasiones de dos panaderías, como tenía el pueblecito donde nací, hoy con cincuenta habitantes, pero que en aquellos tiempos llegaría a los doscientos cincuenta. Qué tiempos.
Pido cita al médico, aquí en la gran ciudad, y me dan hora para dentro de cinco días. Solicito una prueba radiográfica y me la dan para tres meses. Decido ir a la compra a uno de los numerosos supermercados para lo cual he de desplazarme con el coche, buscar aparcamiento, y soportar las prisas, los empujones y los a veces malos modos de unos y otros, después de aguantar media hora en la fila, total para comprar después un pan indecente, una fruta penosa y una cerveza que sigue siendo la misma de entonces, pero a unos precios astronómicos.
Claro que no todo era perfecto, por supuesto, ya que en otros aspectos de diversa índole, existían importantes deficiencias que hoy se han superado. Por lo tanto, aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, es sólo una verdad a medias. Más bien, y recurriendo a una añorada medida que entonces era ampliamente empleada, puede quedarse en cuarto y mitad.

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