lunes, 21 de mayo de 2012

LA LEY DE LA SACA

Contaba mi padre, que fue secretario de ayuntamiento de varios pueblecitos de la provincia de Segovia -  llevaba simultáneamente varios de ellos -  incontables, sabrosas y divertidas historias sobre sus andanzas por esas tierras de Dios y de hombres y mujeres buenos, adonde llegaba a lomos de una yegua en sus primeros tiempos, andando con la nieve a la cintura cuando el sufrido y noble animal no podía desplazarse, más adelante en moto, una vieja Guzzi, que hoy sería una joya de colección, y en los últimos tiempos en un flamante Seat Seiscientos, el amo de las polvorientas carreteras de aquel entonces, por donde más que circular, volaba a la increíble velocidad de ochenta kilómetros por hora, nuevo, impecable, que heredé cuando mi padre lo cambió por un ochocientos cincuenta – salto cualitativo por aquel entonces - y que yo utilicé durante varios años para desplazarme a cada uno de los tres pueblos donde ejercí de maestro de escuela en aquellos maravillosos e imborrables años.
Relataba mi padre una situación de las muchas que tuvo que abordar con aquellas buenas gentes, que los concejales, al verle tan jovencito, desconfiaban de su capacidad para llevar las cuentas, por lo que le reprendían cuando hablaba de partidas y conceptos, de arqueos, de activos y pasivos. Qué sabrá usted, señor secretario, nosotros tenemos todo el dinero del ayuntamiento en una bolsa – evidentemente la caja – y eso es la que hay y nada más, es decir, no hay más cera que la que arde.
Y de ahí no había forma de sacarles, no había otra contabilidad que las pesetas que había en aquella saca, ni debe, ni haber, ni débitos, ni activos, ni pasivos ni bancos, ni otros conceptos de una contabilidad que no existía para ellos. Inútil explicarles que podía haber débitos, pagos por realizar, créditos y otras zarandajas, conceptos vanos y vacuos que ellos no querían tomar en consideración. El dinero del que disponía el ayuntamiento del pueblo estaba en la susodicha saca y todo lo demás sobraba para ellos.
Contabilidad creativa, podríamos denominarla, clara, sencilla y transparente, sin posibilidad de llamarse a engaño ni a fraude ni corrupción. Se contaba lo que había en cada momento y de eso era de lo que disponía la corporación municipal para sacar adelante sus proyectos y sus pagos y si se trataba de ingresos, pues adentro, a la bolsa, se volvía a contar y santas pascuas.
Pocos paralelismos con los tiempos actuales podemos hallar, ya que el seiscientos que surcaba las carreteras de tierra levantando nubes de polvo a ochenta por hora, se ha transformado en un lujoso automóvil, de tal forma que el más pequeño, con un tamaño poco mayor que aquel histórico coche de leyenda, posee hoy una serie de comodidades activas y pasivas que ni se podían soñar entonces y todo ello a ciento cincuenta y sin despeinarse, a todo gas por las modernas autopistas y autovías que hoy surcan la irreconocible red de carreteras estatales, plagadas, de radares y controles con un afán recaudatorio tal que llenarían en un instante la caja de caudales de nuestros inefables concejales.
Menos comparaciones aún podríamos establecer entre aquellos y estos tiempos en cuanto a despilfarro, corrupción y dilapidación de fondos públicos, que los habría también - desde luego no en la corporación municipal que nos ocupa – aunque dudo que llegaran al descomunal nivel alcanzado en estos momentos en los que la megalomanía de tantos malhechores sin escrúpulos, ha dibujado un panorama desolador con monstruosas y descomunales obras en unos casos – léase ciudades de la cultura, aeropuertos, autopistas, complejos polideportivos y edificios emblemáticos diversos – vacíos, sin apenas ocupación, abandonados algunos, con unos costes de mantenimiento imposibles de sufragar, y todo ello para satisfacer el afán de ego personal en algunos casos, la corruptela de las comisiones en otras y en todos ellos la desfachatez más estúpida y extrema que pueda imaginarse.
Mientras tanto, los cajones estaban llenos de las facturas debidas a los proveedores a los que se les adeudan cifras millonarias, con la consiguiente ruina de infinidad de pequeñas y medianas empresas y autónomos que han quebrado al no poder soportar el impago de enormes cantidades adeudadas, con la consiguiente repercusión en el cierre y el despido de los trabajadores, incrementándose así unas cifras de desempleo que hace tiempo ya son insoportables para una ciudadanía que cada día se encuentra con un nuevo escándalo en un país donde todos nos preguntamos cómo puede haber sucedido todo esto, cómo se ha permitido tanto y tan desmedido descontrol, tanto desbarajuste, tanta infamia.
La ley de la saca parece explicarlo todo, así como la ambición desmedida y la falta de supervisión por unos y por otros. Ya sólo falta encontrar y condenar a los culpables. Pero eso, en este País, es demasiado pedir. Mientras tanto para volver a llenar la bolsa recurren a los de siempre, faltaría más.

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