miércoles, 19 de septiembre de 2012

LA APARENTE DIVERSIDAD

El diccionario de la Real Academia, define este término como variedad, desemejanza, diferencia, gran cantidad de varias cosas distintas y si buscamos sinónimos de diversidad, hallaremos multiplicidad, complejidad, heterogeneidad y otros similares que nos ilustran sobre las múltiples acepciones de una palabra tan socorrida últimamente, a la que recurren con demasiado frecuencia determinados políticos para tratar de justificar los elementos diferenciadores que por sí mismos sobran y bastan para justificar la disparidad, desavenencia y disconformidad con una determinada situación con la que están en desacuerdo y a la que el Estado Central y la Nación a la que representa les obliga a mantener en contra de su concepción, en este caso territorial, cuya diversidad materializada en varios y diferentes aspectos, son motivo y justificación suficientes para mostrar su oposición y enfrentamiento.
Conozco la mayoría de las regiones españolas, las he recorrido y he disfrutado de todo cuanto pueden ofrecer al viajero empeñado en disfrutar su estancia en tierras que, en ocasiones, llegó a considerar diferentes, fundamentalmente porque así ha llegado a sus oídos una y otra vez, machaconamente, con cierta pedantería no exenta de ocultas y siniestras intenciones no declaradas abiertamente que no hacen sino confundir al ciudadano que aún no ha tenido oportunidad de visitar los lugares que se acogen y se amparan bajo el paraguas de la tan cacareada diversidad.
Una vez allí, el viajero después de informarse como corresponde, sin problema alguno a la hora de lograr la oportuna comunicación, se desplaza, se mueve, recorre los lugares recomendados y desconocidos, pregunta, indaga, se comunica en definitiva, aclarando las dudas que se le plantean puntualmente y observa la amable y correcta disposición del ciudadano de la desconocida ciudad que está visitando y descubre poco a poco que son gente de este mundo, de este País, que las diversidades tan repetidamente planteadas no son tales, no son ciertas, sencillamente no existen.
Ni la lengua, ni las gentes, me son extrañas, una cultura conocida de antemano como cualquier otra al alcance de mis posibilidades, un paisaje diferente, unos atractivos distintos, como es lógico, natural y previsible y una gastronomía con alguna peculiaridad dentro de la oferta general que puedo encontrar del lugar de donde procedo y nada más que destacar.
¿Dónde está entonces la diversidad, la disparidad, el elemento diferenciador en definitiva que me haga sentir en un mundo distinto, extraño, ajeno al mío? He estado en Londres, y salvo el idioma inglés, tan universal en el resto del mundo – oí tanto español como inglés – y la comida, aunque tampoco es para tanto, no noté una especial diferencia. En los museos pude contemplar el mismo arte que en el Prado, en el de Ciencias o en el Arqueológico – aunque con amplias diferencias con el famoso British – aunque sí disfruté de las peculiaridades lógicas de una ciudad diferente, como puede serlo Segovia, Burgos o Madrid, la primera vez que las visitas. Y poco más.
Deberían los políticos que arrastran a los ciudadanos a semejantes aventuras, hablarles con claridad e informarles de lo inmensamente costoso y caro que les saldría la segregación. Las indemnizaciones que deberían abonar al Estado serían gigantescas, con el consiguiente empobrecimiento general. Claro que en cuanto se enterasen de que tendrían que jugar su mini liga con sus equipos, tanto de fútbol como de baloncesto, seguramente cambiarían de idea. Y es que la pela es la pela.

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