miércoles, 5 de septiembre de 2012

LA CONSPIRACIÓN FINAL

Desde mis más tiernos años de infancia he venido oyendo repetidamente con harta y machacona frecuencia aquella cantinela catastrofista del fin del mundo, en el que los cantamañanas aprendices de agoreros anuncian a bombo y platillo con fechas y señales varias, que esto se acaba, que nos vayamos preparando, que el final se acerca, que nos arrepintamos de nuestros desmanes, excesos, tropelías y pecadillos varios, porque esto toca a su fin, porque el mundo se acaba.
Y aquí seguimos, soportando a los actuales augures que siguen campando por sus respetos y que ya nos adelantan con suma gravedad y sibilino convencimiento, que esta vez sí, que este año dos mil doce toca y que de esta no nos escapamos ni aunque nos matemos a rezos, arrepentimientos y mea culpas más o menos interesados, que no son sino recursos hipócritas ante la que se nos viene encima y que de todas formas de nada nos servirán.
Claro que esta cantinela viene de lejos, pues ya los Egipcios aseguraban que se acabaría el mundo exactamente a los treinta y seis mil quinientos años cumplidos, y desde entonces, no han parado las predicciones y así, Cicerón, Virgilio, San Pablo, San Lucas y tantos otros personajes conocidos, cifraron el final del mundo en una fecha concreta o coincidiendo con unos acontecimientos determinados.
En la Edad Media y coincidiendo con fenómenos naturales de toda índole para los que entonces las iletradas gentes no encontraban explicación, los anuncios del final se multiplicaban sin cesar, lo cual resultó harto rentable para los especuladores frailes que recibían en sus conventos las donaciones de los aldeanos con posibles, en forma de tierras u otras posesiones con el fin de evitar la condenación eterna ante la llegada del juicio final.
Y aquí seguimos, en un solitario planeta con cuatro mil quinientos millones de años de antigüedad, que sigue dando tumbos alrededor del Sol, el cual será su verdadero ejecutor, cuando esta majestuosa estrella llegue a su final al convertirse en una gigante roja que devorará literalmente la Tierra, lo cual sucederá dentro de miles de millones de años, si antes no lo hemos conseguido nosotros mismos, lo cual, al paso que llevamos, tampoco sería del todo improbable, pero en cualquier caso, se supone que bastante después de que se haya conseguido terminar con la crisis que nos azota.
Llegados a este punto y tras la introducción llevada a cabo, que al final, como siempre, nos ha conducido al mismo punto de partida, adonde solíamos, a la problemática actual que nos ocupa, y dado el hecho de que lo que expondré a continuación no deja de estar íntimamente relacionado con la susodicha introducción acerca de la llegada del fin del mundo, paso a relatarles los hechos que interpreto como tales y que pudieran, sin pretenderlo expresamente, ser constitutivos de señales más que suficientes para anunciar una vez más el final de nuestros días.
Todo viene a cuento de un artículo del profesor asociado de ciencia política y sociología de la universidad Carlos III de Madrid, Javier Camacho, acerca de la situación actual en Europa, y que ha conseguido que se me pusieran los pelos de punta y que un sentimiento de miedo, espanto y temor a partes iguales, me dominaran por completo hasta el extremo de anularme el ánimo y la esperanza durante un breve espacio de tiempo, situación de la que afortunadamente pude salir, no sin arduo esfuerzo por mi parte.
Relataré brevemente cada uno de los puntos en los que este profesor se apoya – el artículo lo titula el IV Reich, lo cual ya previene al lector - para alumbrar la catastrofista visión que de la situación actual de crisis tiene formada.
Las reformas estructurales, ajustes fiscales y rescate financieros, constituyen una ataque sin precedentes a la democracia y al bienestar de los ciudadanos. Confieso que no anda errado.
Estamos ante una guerra implícita contra las democracias a través de la imposición de unos dogmas neoliberales que consolidada el imperio de los mercados. Aplicación de una política económica orientada a la recuperación de la tasa de beneficios del gran capital. Lo resume como “modelo de acumulación por desposesión”. Verdaderamente asusta, pero creo que dice verdad.
Transferencia de las rentas del trabajo hacia el capital, mediante la reducción de los salarios y otras medidas tendentes a ese objetivo. ¿Exagera quizás? No lo podría asegurar tajantemente.
Privatización de los servicios públicos que supongan un trasvase de los recursos hacia el sector privado. Ya está sucediendo.
Transferencia de la riqueza desde las naciones europeas periféricas, hacia las potencias hegemónicas, en concreto hacia Alemania. Posiblemente exagerado, pero la duda me asalta.
Una consecuencia grave de ese proceso, sería la conversión de los gobiernos en títeres a merced de los grandes lobbys financieros internacionales. Me resisto a creerlo, pero no sé qué pensar.
Defensa de los Intereses de la banca alemana, mediante la financiación a coste cero de su deuda a costa de la destrucción de los tejidos económicos del resto de los países deudores. La actividad frenética de la Merkel, así parece confirmarlo.
Estamos por lo tanto ante el IV Reich alemán, no con los Panzer, sino con los poderes económicos destruyendo los débiles estados del bienestar. Alemania, añade, vuelve a ser, como en los años treinta, el principal peligro para Europa, por lo que hay que reaccionar para evitar que la historia se repita. Comprendan que aquí el espanto me atenazara.
Es necesaria una actitud de denuncia con el objeto de que lo primero ha de ser el bienestar de los ciudadanos amenazado por los grandes poderes económicos. Absolutamente de acuerdo.
Se pregunta qué sentido tiene pertenecer a una estructura política basada en la desigualdad y en la desconfianza y donde se celebra como un triunfo la imposición a los ciudadanos de sacrificios y sufrimientos sin cuento. Sin duda da que pensar.
Termina asegurando que nuestra permanencia nos conduce al empobrecimiento y al sometimiento al IV Reich, imperio neoliberal financiarizado, en la que nuestra pobreza es condición ineludible para la prosperidad de otros. Quizás demasiado fuerte, quizás demasiado trágico y catastrofista, quizás.
Confieso que una vez escritas las líneas que configuran este artículo, mi opinión difiere de la lectura inicial que hice con anterioridad. Me sigue asustando lo mismo que entonces, pero el catastrofismo percibido es de menor cuantía y, en cualquier caso, no considero que sean motivo de alerta sobre un posible final del mundo. Juzguen ustedes.

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