martes, 24 de abril de 2012

QUE CAMBIEN ELLOS

Inasequibles al desaliento, en este País somos fieles como pocos a nuestras acendradas costumbres, tan asentadas y afirmadas en nuestra historia que de ninguna manera estamos dispuestos a abandonarlas en aras de la lógica de los tiempos o de las circunstancias y coyunturas puntuales que aconsejarían la modificación de los hábitos y tradiciones, algunas de ellas centenarias, y que han sobrepasado toda lógica en unos tiempos que demandan cambios como jamás antes se habían hecho necesarios y a los que nos resistimos de una manera absurda ante unos hechos que nos desbordan y ante los cuales no deberíamos ponernos una venda para tratar de obviar lo evidente.
Tardamos cuatrocientos años en abolir la Inquisición Española, aberración histórica cuyos efectos aún nos alcanzan, aunque no fuimos los únicos en llevarla a cabo, cuando nos lo recuerdan de vez en cuando. Y es que a punto de finalizar el siglo XIX, aún seguía vigente, lo cual da una idea de la incapacidad que tenemos para evolucionar, para desterrar usanzas, vicios y rutinas que desdicen en gran manera nuestras posibilidades de ponernos al día, de mostrar una cara amable a la modernidad y a los usos y costumbres imperantes en un mundo en continua mudanza, cambio y transformación que se manifiesta con una celeridad que nos desborda continuamente.
Tradiciones como la de los toros – mal llamada fiesta nacional – las fiestas y los puentes que adornan y abruman el calendario mes sí mes también, las celebraciones religiosas, muchas de ellas tétricas y abusivas a la hora de tomar las calles como la de la semana santa, o falsamente sensibleras como la navidad y no digamos los festejos de cada uno de los pueblos, algunos de ellos con una duración que sobrepasa toda lógica en los tiempos que corren, así como los horarios de las comidas, donde ya somos los únicos en toda Europa en llevarles la contraria. Está claro que España es diferente.
Pero no lo somos, y es por eso que no podemos permitirnos ciertos lujos. Este País está en plena crisis, en recesión, con un espantoso paro que duplica la media Europea y, sin embargo, ahí seguimos con nuestras inveteradas y anacrónicas costumbres, con un nuevo puente de cuatro días y en Andalucía con su feria de Abril, donde trescientas mil bombillas van alumbrar una fiesta de siete días a todo tren, como si no fuera con ellos la delicada situación económica que precisamente en esa Comunidad se ve doblemente agravada por unos índices de paro y de unas perentorias necesidades sociales tales, que contrastan con la algarabía y la charanga y pandereta con que suelen desenvolverse por esos lares.
La expresión que figura como título en este manifiesto, “que inventen ellos”, frase desgraciada y desafortunada donde las haya, no es propia de un país serio, sino de un país que reniega del futuro, que se aferra al pasado, negándose al avance científico, técnico y social, siempre a la espera de que sean los demás países los que desarrollen la modernidad que les hará avanzar, mientras nosotros, siempre por detrás, esperamos a ver si funcionan, lo que supone ir siempre con decenios de años de retraso con respecto a Europa.
Y ahí estamos, sesteando pese a la que está cayendo. Nos quejamos y con razón, pero aparte de eso, reaccionamos tarde y mal, y, sobre todo, sin reconocer errores de siglos y aferrándonos a unos modos, usos y costumbres que debiéramos desterrar. A ver quién le pone el cascabel al gato.

jueves, 19 de abril de 2012

EL FUTURO EN SUS MANOS

Por razón de mi trabajo, estoy acostumbrado a recibir a personas que necesitan formación, sin la cual, poco o nada tienen que hacer en un mundo laboral cada día más exiguo y sin embargo más exigente en cuanto a requerimientos académicos, técnicos y personales, cuya carencia les supone la inmediata marginación de un mercado laboral tiránico y cruel como jamás han contemplado los tiempos que nos ha tocado vivir, condenando al ostracismo y a la marginación a quienes se empeñan en perseguir la maldición bíblica de ganar el pan con el sudor de su frente, como si en lugar de maldita, fuese una bendición del cielo, un premio sublime e inaudito, que se desea y se busca como el bien supremo a lograr en este mundo.
Y así, continuamente contemplo a tanta gente preparada, sobradamente formada, con ganas de incorporarse a un mundo que los rechaza una y otra vez. No son precisamente gente madura, ni siquiera mayor, es gente joven que intenta trabajar, ganarse el sustento diario, con ganas e ilusión que al verse relegadas una y otra vez, acuden en masa a una selección de formación para desempleados en busca de un puesto con el objeto de incorporarse a un curso donde serán quince los elegidos entre una centenar de aspirantes, los cuales, al menos, podrán incorporar a su currículum los nuevos conocimientos que adquirirán.
Son una minoría los que al menos consiguen formarse, reciclarse, ponerse al día en unas aulas que acogen a una minoría de desempleados, que al menos pueden considerarse afortunados al poder formar parte de ese grupo de elegidos que tendrán la oportunidad de prepararse técnicamente para intentar afrontar después el reto de conseguir un trabajo, tarea ardua donde las haya, pese a mostrar su capacitación e idoneidad para desarrollar la correspondiente actividad que el puesto de trabajo demande.
Más que sorpresa, causa auténtica consternación, contemplar cómo desfila ante tus ojos una incesante marea de seres humanos de todas las edades, muchos de ellos en esa edad límite, demasiada alejada de la que hoy exige el mundo laboral, pero aún lo suficientemente próxima para poder aportar su experiencia a la empresa, pero en la que no obstante predominan los jóvenes, algunos de ellos a punto de pasar a la siguiente fase de la juventud, cercana a la madurez, con una expresión de abandono y desasosiego, que impresiona profundamente.
Pero lo que más conmociona, sin lugar a dudas, es comprobar como un alto número de ellos carecen de formación, con unos conocimientos tan mínimos, tan exiguos – algunos de ellos muy jóvenes, lo cual aún sorprende más - que causa estupor y perplejidad. Considerar que van a enfrentarse a un mundo laboral que exigirá de ellos el máximo en preparación académica y técnica, te lleva a pensar que jamás van a encontrar un trabajo, o en todo caso, apenas podrán acceder a labores sin cualificar que la mayoría rechaza.
Con la situación actual de recortes en inversión en todos los sectores, el futuro de la educación se vislumbra de un color espantosamente oscuro. Téngase en cuenta que España es uno de los países con más fracaso escolar de toda Europa, que la preparación con la que terminan nuestros estudiantes de la enseñanza obligatoria es de las más bajas y que los índices de lectura por habitante están por los suelos. Si con este panorama, se insiste en recortar en educación, el porvenir de las nuevas generaciones es desalentador y por ende, el de nuestro País, ya que representan su futuro.

lunes, 16 de abril de 2012

TIEMPOS PASADOS QUE FUERON MEJORES

No hace tanto tiempo que en los pueblos y aldeas más pequeños, generalmente con una población de apenas unas pocas centenas de habitantes, los afortunados lugareños disponían, disponíamos, de unos servicios envidiables, sobre todo si tenemos en cuenta la época y las circunstancias y establecemos una comparación con los tiempos actuales, donde, por recurrir a un ejemplo, conseguir fecha para el ambulatorio de atención primaria, para que puedas ser recibido por tu médico de cabecera, ha de pasar casi una semana, durante la cual posiblemente se te haya pasado ya el mal que te aquejaba y decidas no acudir a la cita.
En los tiempos a los que hago referencia, cada pueblecito, por imposible que pueda parecer, disponía de su médico y de su veterinario, no le faltaban ni el panadero, ni el carnicero, disponíamos de al menos un par de tiendas donde no faltaba de nada, así como de al menos un bar donde echar una partida de mus tomar el vermut los sábados y domingos después de la obligada misa y ver la tele cuando aún no todos los vecinos podían disponer de ella.
Gozábamos de un excelente y eficiente servicio de transporte público con un coche de línea que pasaba todos los días y enlazaba cada pueblo con la capital, Segovia, y no faltaba el servicio privado, ya que siempre algún vecino hacía las funciones de taxista si fuera necesario. La formación de los más pequeños estaba asegurada, pues no faltaban ni el maestro ni la maestra en su escuela – ella las niñas y él los niños - ni el farmacéutico en su farmacia ni el Alcalde y el Secretario en el Ayuntamiento, edificio principal que presidía la plaza del pueblo.
No faltaba casi de nada para satisfacción de unos vecinos que apenas necesitaban desplazarse para disponer de casi todos los servicios necesarios, abrumadores en cuanto a la cantidad y calidad de los mismos y para lo que hoy nos toca contemplar, así como por la inmediatez de su prestación – todo un lujo disponer del médico las veinticuatro horas del día - y más si consideramos que hablamos de poblaciones de alrededor de trescientos vecinos.
Hablo, en mi caso, de pueblecitos de la provincia de Segovia, donde un pueblo de mil habitantes disponía incluso de cine, taller mecánico y comercios varios, todo lo cual visto desde la perspectiva actual, parece imposible, si consideramos el tiempo transcurrido desde entonces y lo comparamos con lo que hoy contemplamos en pleno siglo XXI, con una tecnología que ni se podía llegar a soñar entonces y que pese a todo no nos hace felices ni nos soluciona todos los problemas que nos acucian cada día ni nos acerca determinados servicios esenciales, pues más bien al contrario los aleja cada día más.
Hoy, sin embargo, en los mismos lugares, en los más pequeños claro está, no existe ni médico, ni farmacia ni escuela ni otros servicios que tuvieron en su tiempo. Para disponer de ellos necesitan desplazarse a las poblaciones aledañas o recurrir a la venta ambulante de los panaderos, fundamentalmente, que recorren aquellos pueblecitos que en su momento dispusieron no de uno, sino en ocasiones de dos panaderías, como tenía el pueblecito donde nací, hoy con cincuenta habitantes, pero que en aquellos tiempos llegaría a los doscientos cincuenta. Qué tiempos.
Pido cita al médico, aquí en la gran ciudad, y me dan hora para dentro de cinco días. Solicito una prueba radiográfica y me la dan para tres meses. Decido ir a la compra a uno de los numerosos supermercados para lo cual he de desplazarme con el coche, buscar aparcamiento, y soportar las prisas, los empujones y los a veces malos modos de unos y otros, después de aguantar media hora en la fila, total para comprar después un pan indecente, una fruta penosa y una cerveza que sigue siendo la misma de entonces, pero a unos precios astronómicos.
Claro que no todo era perfecto, por supuesto, ya que en otros aspectos de diversa índole, existían importantes deficiencias que hoy se han superado. Por lo tanto, aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, es sólo una verdad a medias. Más bien, y recurriendo a una añorada medida que entonces era ampliamente empleada, puede quedarse en cuarto y mitad.

martes, 3 de abril de 2012

EL ESTADO ARROGANTE

Relación asocial, es aquella que se establece entre un individuo y su grupo social en el que el primero no se identifica de modo consciente con el segundo, no hace esfuerzo deliberado alguno para contribuir a su bienestar y es indiferente respecto a él, es decir, el individuo vive y deja vivir, pero no tiene interacción alguna con el grupo social al que pertenece.
Si en este razonamiento invertimos los términos que lo componen y ponemos en primer lugar al grupo social, en este caso al Estado, representado por su gobierno y en segundo lugar colocamos al individuo, al ciudadano de a pie, la conclusión resultante nos dejará a éste último inerme ante un Estado que se muestra insensible, indolente e indiferente ante él, sin interactuar ni mostrar interés alguno por sus problemas, mostrando siempre una pasividad, una apatía y un distanciamiento tales, que llega a sentir estos agravios como un ataque a su dignidad personal.
Y así es como nos sentimos muchos ciudadanos de este País, ante un gobierno que parece habernos abandonado, que está logrando que nos sintamos agredidos por una actitud excluyente que sólo espera de nosotros que le saquemos las castañas del fuego para no quemarse, y así nos exige continuamente esfuerzos y más esfuerzos, exprimiéndonos hasta lo indecible con una capacidad recaudatoria por un lado y por otro con una continua presión impositiva unida a una rebaja de nuestra capacidad adquisitiva tal, que va sumiendo poco a poco en la desesperación a demasiadas capas de una población que no sale de su asombro ante la que le está cayendo día sí y día también.
Y lo hacen con tal arrogancia que parece que no va con ellos, que no son ellos quienes ejercen una presión continua y constante, que su misión no es de este mundo, que están por encima del bien y del mal, en suma, que están exentos de responsabilidad – seguramente piensan en aquello de que sólo son responsables ante Dios y ante la historia – y, por lo tanto, no tienen que dar cuenta alguno a unos simples ciudadanos, a los que al fin y al cabo sólo consideran a la hora de depositar el voto.
Se hace realmente insoportable su altanería y su soberbia, siempre con su aspecto impecable y su sonrisa a mitad de camino entre presumida y despectiva, siempre con una autosuficiencia desbordante, cuando aparecen en los medios de comunicación con esa seguridad que les da su absoluta mayoría y su convencimiento de que es argumento más que suficiente para exigir y presionar sin necesidad apenas de justificar unas medidas que invariablemente suponen una vuelta más de tuerca.
Una vuelta más que siempre afecta a los mismos, a los que no les valen ni quejas, ni huelgas ni argumentos varios por lógicos y razonables que sean, ante un Estado todopoderoso en manos de un gobierno que mira siempre hacia el mismo lado y que tiene la desfachatez de afirmar que promulgará una ley que exonerará de responsabilidad a la vez que condonará una importante deuda a todos los defraudadores fiscales que declaren haber estafado al fisco, y por ende a todos los ciudadanos, yéndose por ello de rositas, como si de honrados y leales ciudadanos se trataran, cuando basta con que usted o yo intentemos colar unos míseros euros, para que nos caigan rayos y centellas sin compasión, ni amnistía fiscal alguna.
El gobierno, evidentemente, no es el Estado, pero éste en manos de gobiernos así, se constituye en un Estado Asocial y de dudoso Derecho. Juzguen ustedes.