Resulta como mínimo curioso, el
hecho de que en algunos países, como es el caso de Grecia, la toma de posesión
del nuevo ejecutivo surgido de las urnas, no se hace apenas esperar, y así
hemos podido comprobar en varias ocasiones últimamente, y no solamente en ese
País, como la toma de posesión del nuevo gobierno, una vez celebradas las
elecciones, es de efecto casi inmediato.
Apenas un par de días después
de celebrados los comicios – al día siguiente en algún caso - el nuevo
ejecutivo toma los mandos, las riendas del poder que los ciudadanos le han
otorgado, y comienzan su labor sin más espera, sin dilación alguna, sin que cree
un vacío de poder y mantenga en vilo a una ciudadanía deseosa de experimentar los
oportunos cambios prometidos y las mejoras anunciadas por los nuevos
representantes del pueblo elegidos democráticamente.
Es lo lógico, lo justo y
oportuno, lo necesario y deseable por parte de una población que ha decidido
con su voto quienes les han de gobernar en una nueva legislatura que no ha de
demorarse en su comienzo, que debe surtir efecto lo más rápido posible, de tal
forma que los cambios y mejoras a que hubiere lugar, surtan sus efectos ya, sin
esperar dilatados espacios de tiempo, que no benefician a nadie.
Algo que ya quisiéramos para
nosotros en nuestro País, dónde han de pasar periodos de tiempo con frecuencia
excesivamente largos, incluso en condiciones normales, cuando las mayorías
absolutas campaban por sus respetos y el nuevo ejecutivo tomaba posesión con un
tiempo excesivo siempre, que el ciudadano no acaba de explicarse y que no hace
sino retrasar siempre las acciones de un gobierno, que estando en funciones,
apenas tomaba decisiones, en espera de un traspaso de poderes, que no resulta fácil
de entender, y mucho menos de justificar, ya que dicho retraso conlleva un
pérdida de tiempo que suscita todo tipo de suspicacias.
Pero aquí, en nuestro país, ni
siquiera se da este caso, sino uno infinitamente más complicado, ya que los
resultados surgidos de las últimas elecciones, han arrojado un panorama
infinitamente más complicado, con una tremenda dispersión del voto, que ha
propiciado una fragmentación política tan diversificada, tan alejada del hasta
ahora omnipresente bipartidismo, que ha dejado irreconocible el reparto de
escaños, en un Congreso de los Diputados que lleva esperando ya demasiado
tiempo a que sus señorías decidan ocupar sus respectivas poltronas, algo que
por cierto está causando problemas, a la hora de la adjudicación física de las
mismas.
Y ahí andan a la greña los
diversos grupos, tirándose los trastos a la cabeza, en un acto de suprema
irresponsabilidad que tiene a la ciudadanía pasmada ante tanto desvarío, tanto y tan falaz
despropósito, que desdice a todos nuestros políticos, ya suficientemente
desacreditados, cuando afirman que están deseando llevar a cabo el mandato que
han recibido de sus electores, cuando son incapaces de ponerse de acuerdo, por
un quítame allá esas pajas, que les lleva a coincidir única y exclusivamente en
la negación y la crítica del otro, del contrincante, que no debería serlo en
estos casos, pues la incapacidad para llegar a acuerdos, no sirve sino para
crear el recelo y la desconfianza en una opinión pública, que ya empieza a
sentir inquietud y cansancio.
Es preciso llegar a acuerdos
incluso entre formaciones tan dispares como las que han deparado los comicios. Incluso
las bases están obligadas a entender posibles alianzas que puedan resultar
inadmisibles.
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