martes, 16 de febrero de 2016

ESTADO DE DEMORA

Resulta como mínimo curioso, el hecho de que en algunos países, como es el caso de Grecia, la toma de posesión del nuevo ejecutivo surgido de las urnas, no se hace apenas esperar, y así hemos podido comprobar en varias ocasiones últimamente, y no solamente en ese País, como la toma de posesión del nuevo gobierno, una vez celebradas las elecciones, es de efecto casi inmediato.
Apenas un par de días después de celebrados los comicios – al día siguiente en algún caso - el nuevo ejecutivo toma los mandos, las riendas del poder que los ciudadanos le han otorgado, y comienzan su labor sin más espera, sin dilación alguna, sin que cree un vacío de poder y mantenga en vilo a una ciudadanía deseosa de experimentar los oportunos cambios prometidos y las mejoras anunciadas por los nuevos representantes del pueblo elegidos democráticamente.
Es lo lógico, lo justo y oportuno, lo necesario y deseable por parte de una población que ha decidido con su voto quienes les han de gobernar en una nueva legislatura que no ha de demorarse en su comienzo, que debe surtir efecto lo más rápido posible, de tal forma que los cambios y mejoras a que hubiere lugar, surtan sus efectos ya, sin esperar dilatados espacios de tiempo, que no benefician a nadie.
Algo que ya quisiéramos para nosotros en nuestro País, dónde han de pasar periodos de tiempo con frecuencia excesivamente largos, incluso en condiciones normales, cuando las mayorías absolutas campaban por sus respetos y el nuevo ejecutivo tomaba posesión con un tiempo excesivo siempre, que el ciudadano no acaba de explicarse y que no hace sino retrasar siempre las acciones de un gobierno, que estando en funciones, apenas tomaba decisiones, en espera de un traspaso de poderes, que no resulta fácil de entender, y mucho menos de justificar, ya que dicho retraso conlleva un pérdida de tiempo que suscita todo tipo de suspicacias.
Pero aquí, en nuestro país, ni siquiera se da este caso, sino uno infinitamente más complicado, ya que los resultados surgidos de las últimas elecciones, han arrojado un panorama infinitamente más complicado, con una tremenda dispersión del voto, que ha propiciado una fragmentación política tan diversificada, tan alejada del hasta ahora omnipresente bipartidismo, que ha dejado irreconocible el reparto de escaños, en un Congreso de los Diputados que lleva esperando ya demasiado tiempo a que sus señorías decidan ocupar sus respectivas poltronas, algo que por cierto está causando problemas, a la hora de la adjudicación física de las mismas.
Y ahí andan a la greña los diversos grupos, tirándose los trastos a la cabeza, en un acto de suprema irresponsabilidad que tiene a la ciudadanía pasmada ante  tanto desvarío, tanto y tan falaz despropósito, que desdice a todos nuestros políticos, ya suficientemente desacreditados, cuando afirman que están deseando llevar a cabo el mandato que han recibido de sus electores, cuando son incapaces de ponerse de acuerdo, por un quítame allá esas pajas, que les lleva a coincidir única y exclusivamente en la negación y la crítica del otro, del contrincante, que no debería serlo en estos casos, pues la incapacidad para llegar a acuerdos, no sirve sino para crear el recelo y la desconfianza en una opinión pública, que ya empieza a sentir inquietud y cansancio.
Es preciso llegar a acuerdos incluso entre formaciones tan dispares como las que han deparado los comicios. Incluso las bases están obligadas a entender posibles alianzas que puedan resultar inadmisibles.

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