El catorce de febrero de mil
novecientos noventa, la nave Voyager 1, se encontraba a seis mil millones de
kilómetros de la Tierra, a punto de abandonar nuestro Sistema Solar y entrar de
lleno en el espacio exterior, rumbo a lo desconocido, en un viaje estelar que
durará cuarenta mil años como mínimo, para acercarse a los dominios del sistema
estelar más próximo.
Entonces, cuando el largo y
solitario viaje de la sonda duraba ya trece años, viajando a velocidades de
vértigo por el oscuro y frío espacio, se le dio desde la base desde dónde fue
lanzada, la imperiosa orden de girarse ciento ochenta grados sobre sí misma, y
dirigir por última vez sus poderosas lentes hacia atrás, con el objeto de enfocarnos
por última vez.
Lo que sus ojos pudieron ver y
que sus cámaras se encargaron de registrar, fue la negrura profunda del espacio
que había dejado atrás, salpicada por una inmensa cantidad de minúsculos puntos
blancos, brillantes, entre los cuales destacaba especialmente uno de ellos, tan
minúsculo e insignificante como los demás, pero con una peculiaridad
característica, muy especial, que lo hacía diferente al resto, debido a su
colorido ligeramente azulado.
Se trataba de nuestro hermoso
planeta Tierra, nuestro hogar, contemplado desde miles de millones de
kilómetros. Un pálido punto azul, tal como lo describió el genial científico Carl
Sagan, que fue quién tuvo la brillante idea de llevar a cabo dicha acción, que
proporcionó unas increíbles imágenes, que nos sitúan inmersos en un mar de estrellas, como un astro más, pequeño,
minúsculo, donde se desarrolla una civilización que nosotros mismos hemos
calificado de inteligente.
Y es en ese punto, que desde la
Voyager 1 no destaca más que por su ligera coloración diferente al resto, dónde
se abre camino ese portentoso milagro que hemos dado en llamar vida, que sin
duda proliferará en el inmenso y sobrecogedor universo, pero de la que no
tenemos más noticia que la que se abrió camino hace millones de años en ese
minúsculo astro que hemos dado en llamar Planeta Tierra.
Sobrecoge pensar que millones
de seres humanos, cada uno con sus azarosas vidas, puedan habitar un espacio
tan ínfimo, tan insignificante, en un desolado, y gélido Cosmos de dimensiones
ciclópeas, que visto desde la inmensa distancia que la nave pone por medio, causa
un tremendo desasosiego en las mentes de quienes han tenido la suerte de
contemplar tan sobrecogedor espectáculo.
Las imágenes enviadas por la
nave, causan más que sorpresa y asombro, un auténtico estupor e incredulidad, al
ser conscientes de la absoluta incapacidad de la que hacemos gala para poder
entender el destino que espera a una Humanidad que no sabe ni cómo ni por qué, se halla habitando ese punto olvidado en
medio de la oscura soledad de la eterna noche que lo envuelve.
Estamos solos, inmensamente
solos, en un universo de proporciones inimaginables para nuestro insignificante
cerebro, que no puede llegar a concebir, entender y asimilar tanto derroche de
materia y energía que nos envuelve, en un universo, que por lo poco que
conocemos, no tiene ni límites ni fronteras, ni comienzo ni fin.
Lo desconocemos todo de él, ante el cual
nuestra humana soberbia es incluso capaz de mostrar un momentáneo respeto, que
no suele durar más allá de nuestra escasa capacidad de asombro, después de lo
cual, retornamos indefectiblemente a dar rienda suelta a un estúpido y vano
orgullo por el nivel que nuestra tecnología ha alcanzado, en contraste con la
miseria a la que se ve abocada media humanidad, condenada por la otra mitad al
abandono, al olvido y al atroz sufrimiento que experimentan sus vidas presas
del hambre, el dolor y de una desesperación insoportable ante la oscura
perspectiva de una vida sin futuro.
La nave Voyager 1, continúa en
su largo y esperanzador viaje en busca de otras civilizaciones que puedan
llegar a entender los mensajes que porta, grabados en un disco de oro, que
contiene imágenes de la vida en la tierra, de los seres humanos, animales,
plantas, de los mares, ríos y montañas, de las diferentes razas, culturas,
lenguas, tradiciones, melodías, folklore, sinfonías, sonidos, y otras
representaciones de nuestro Planeta.
Todo ello con la intención de
que ilustren e informen acerca de nosotros los humanos, a quien pueda llegar a
verlas y sea capaz de traducirlas e interpretarlas, con el objeto de dar a
conocer a posibles viajeros interestelares, que en medio de la negrura profunda
de un inmenso y sobrecogedor universo, se halla girando alrededor de una
poderosa y brillante estrella, un hermoso planeta que contiene el más preciado
bien que el Cosmos puede llegar a albergar: la vida.
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