Se atribuye al Canciller de
Hierro, Otto Von Bismarck, la célebre e inefable frase de que “España es el
País más fuerte del mundo, porque lleva años tratando de destruirse a sí misma,
y todavía no lo ha conseguido”, en un memorable ejercicio de una dudosa,
arriesgada y siniestra capacidad para analizar y extraer conclusiones acerca
del porvenir de toda una Nación.
Se permite utilizar el adverbio
de tiempo “todavía”, según afirma dicha expresión, como una licencia, un margen
de maniobra, una permanente duda, que sólo el tiempo determinará, pero que en
cualquier caso, no deja imperturbable a nadie, pues las consecuencias que
parece atisbar el Canciller, aunque nadando en la duda y la vacilación, más
bien deberían quedar en el terreno del esperpento.
Claro que contemplando la
situación actual de nuestro País, con una clara y problemática
ingobernabilidad, tanto a nivel nacional – con altas probabilidades de
convocatoria de nuevas elecciones – como a nivel de una región con ínfulas
independentistas como la Catalana - que lleva tres meses de desgobierno – la deducción
inmediata, es que no parecemos andar tan lejos de un fatal desenlace, que
aunque de hecho es materialmente imposible en un País moderno y europeo, impone
en cualquier caso al contemplar el desolador panorama actual.
Jamás este País se había encontrado
en una situación similar a la actual, sumido en una incertidumbre política de
proporciones inimaginables hace apenas dos años, cuando surgieron los hoy
influyentes y poderosos partidos emergentes que han puesto el punto final al
bipartidismo, y que han dividido profundamente a una ciudadanía que ha
procurado con sus votos una fragmentación inusitada.
Algo que a nadie debería
extrañar, pese a los agoreros que no quieren entender ni admitir una situación
que es de todo punto de visto lógica dadas las circunstancias que vivimos. Y es
que harta está una inmensa parte de una ciudadanía que no soporta tanta
corrupción, tanto despilfarro y tanto político envilecido, que han arrasado
este País a espaldas de una población que no quiere, ni puede, ni debe perdonar
tanta estulticia, tanta rapiña y tanta maldad como ha soportado proveniente,
fundamentalmente de los dos partidos que se han ido turnando en el poder desde
el principio de los tiempos de esta incipiente democracia.
Por otro lado, la situación
Catalana, cada día más enrevesada y enrocada en sus postulados
independentistas, ha logrado en estos últimos dos años, algo que entonces era
inimaginable, que no es otra cosa que el auge del separatismo en unas
proporciones que multiplican casi por cuatro a los independentistas que se
hacían valer hace poco más de dos años.
Con un Artur Mas empeñado en
continuar en el poder, pese a quien pese, arrastrándose vilmente y haciendo
todo tipo de concesiones ante una CUP, anti sistema, anticapitalista y anti
europeo que, que nada tiene que ver con el ideario y el programa político que
represente el partido de Mas. Todo con tal de seguir, de cubrirse, de
protegerse, de vaya usted a saber qué oscuros e inconfesables intereses, que
está llevando a Cataluña a un desgobierno que ya dura demasiado tiempo.
Es por todo esto, que este
País, necesitado de una renovación urgente, no va hacia su autodestrucción, ni
mucho menos, tal como aventuraba Bismarck, sino más bien hacia una regeneración
política necesaria, urgente y que sin duda traerá aires nuevos a una sociedad
que ya ha sufrido lo indecible.
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