La ciudadanía, no acaba de
creerse, de fijar en su mente, la posibilidad de que los representantes de las
candidaturas que han irrumpido con inusitada fuerza en los últimos comicios,
lleguen a formar parte de un gobierno, aún por constituir, a los que imagina al
frente de un partido, incluso de un despachito oficial, pero no de contemplar su imagen al frente de todo un
ministerio del Estado Español.
No son capaces de imaginar a
Pablo Iglesias, a Errejón, Bescansa, Garzón, y otros, sentados en torno a la
mesa del Consejo de Ministros, corbata en ristre, elegante traje de diseño,
modales acordes al puesto de ministro correspondiente y coleta suavizada hasta
el extremo de desaparecer, cual torero dispuesto a retirarse.
Presididos por Pedro, ahora
para ellos, Sr. Presidente, los imagino con gesto austero, con un cierto aire
de despiste, con los nervios a flor de piel, deseando intervenir para aportar
las innumerables iniciativas que tienen en mente, y que desean exponer ante tan
ejecutivo auditorio, tal como prometieron a sus votantes, cuando apenas eran
aspirantes a lograr un escaño en el Congreso de los
Diputados.
Habituados como estamos a
visualizar las reuniones del consejo de ministros, bien de un partido, bien del
otro, en su continuo y permanente alternar en el gobierno, a fuerza de un
pertinaz y cansino bipartidismo, nada tendría de extraño, que el aspecto que
dicha mesa ofreciese a nuestros ojos, tan variopinta y singular, tardase un
considerable tiempo en adaptarse a nuestras retinas, tan acostumbradas como
están a la rutina bipartidista.
Y sin embargo, deberíamos
comenzar por adaptar nuestras mentes a una posibilidad, ante la que muchos se
llevan las manos a la cabeza, en un gesto de incredulidad y sorpresa primero
para pasar después a una temerosa incertidumbre, que en muchos casos degenera
en un rechazo ante una situación que les resulta inadmisible y opuesta a toda
lógica y sensata opción de gobierno.
Y así nos encontramos con
declaraciones de políticos situados en una posición que no se considera derecha
radical, sino simple y llanamente derecha tradicional de toda la vida, que se
escandalizan y lanzan a los cuatro vientos, que un gobierno en el que pudieran
entrar integrantes de los nuevos partidos que han logrado unos excelentes
resultados, y que se adornan con camisa de media manga, coleta, rastas, y
jersey de punto, no puede sino desembocar en una confrontación civil que nos
llevarán al desastre.
Agoreros sin pudor, que olvidan
que quienes los han situado en posición de poder acceder al gobierno, han sido
los ciudadanos, los verdaderos protagonistas de la acción de gobernar, que han
decidido con su voto, ese al que tanto se aferran ellos con las consabidas
frases del “mandato recibido”, de la “decisión soberana del pueblo”, pero que
tan pronto se les olvida cuando de anteponer las formas al contenido se trata.
Anteponen el aspecto a la
inteligencia, las formas a la capacidad, y la rutina incapacitante, a la
iniciativa creativa y capaz de innovar, cambiar y gestionar de otra forma unos
asuntos públicos, que a todos nos afectan, y que ellos han demostrado
sobradamente que son incapaces de llevar a cabo, envueltos como están en un mar
de corrupción, despilfarro e ineptitud, que la población detesta.
Un hartazgo expresado en voz alta
y clara, en las urnas, que les han dado la espalda, y cuyos resultados parecen
no querer aceptar con ese rechazo tosco y vulgar, hacia quienes han sido
elegidos por los ciudadanos.