Hace unos cuantos años, cuando
se percibía desde la lejanía el mítico año dos mil como el comienzo de una
nueva era para la humanidad, las mentes más fantásticas aventuraban un futuro
de ensueño, donde las máquinas sustituirían a los seres humanos en el trabajo,
lo que propiciaría un mundo de ocio y tiempo libre de tales dimensiones, que
los ciudadanos no sabrían cómo ni dónde emplearlo.
Era tan prodigiosa y abundante la imaginación
de estos augures, que consideraban que el espacio de tiempo del que iban a
disponer iría in crescendo, merced a que los robots desarrollarían la inmensa
mayoría de las funciones laborales y otras más específicas, como las propias de
la casa y afines, con lo que el asueto, recreo y holganza permanentes, estarían
garantizadas para unos ciudadanos felices y dichosos a tiempo completo.
La loca e irrefrenable agudeza clarividente
de aquellas obnubiladas mentes, descargaban en las máquinas la mayor parte de
la actividad humana. Las ciudades cambiarían radicalmente hasta el punto de
hacerlas irreconocibles a los ojos de entonces.
Los silenciosos y autónomos
automóviles surcarían los cielos a través de las autopistas aéreas que
sobrevolarían las inmensas avenidas recorridas únicamente por los peatones, todo
ello en un ambiente descontaminado, ausente del bullicio y del ruido propio de
las urbes de la época.
Mostraban con una delirante
capacidad imaginativa, un panorama de ensueño para los felices y afortunados
seres humanos que viviesen y disfrutasen el idílico, paradisíaco y fantástico siglo
XXI, que tan lejano y ansiado se veía entonces desde la perspectiva de la mitad
del siglo XX.
Tan calenturientas mentes no
paraban de aventurar nuevos e imaginativos inventos que transformarían
radicalmente los fabulosos años del legendario año dos mil, hasta el punto de
que se editaron numerosas publicaciones gráficas plenas de ilustraciones, así
como abundantes documentales exhaustivamente informados.
En ellos se mostraban unas modernísimas
ciudades transformadas hasta lo indecible, con gigantescas y futuristas
construcciones, entre las que se desenvolvían con suma agilidad, y presteza,
ingentes cantidades de vehículos y todo tipo de naves ultramodernas que se
deslizaban entre los rascacielos a velocidades de vértigo.
Si bien es verdad que tanta y
tan exhaustiva predicción resultaba exagerada y hasta ridícula para muchos,
bien es cierto que el resto, una gran cantidad de ciudadanos del mundo,
llegaron al extremo de creer que en gran medida cuanto se predecía, no estaba tan
lejos de la realidad.
Y es que tan abrumadores y fabulosos
pronósticos, pensaban que no estaban exentos de una razonable veracidad, llegando
a pensar que el ocio pronosticado y la transformación de las ciudades y de la
vida en general, entraba dentro de las capacidades del ser humano para cambiar
un futuro que aún se percibía lejano.
Si se considera además, que dado
el hecho de que la ciencia y los avances técnicos que con frecuencia empezaban
a experimentarse, tenían la virtud de sorprender y admirar a los ciudadanos que
sentían curiosidad y capacidad de asombro ante los ingenios y nuevos inventos
habidos, todo ello les hacían concebir esperanzas de que los cambios sugeridos
pudiesen llegar a darse, dada la capacidad demostrada por el hombre a lo largo
de su historia, para superarse y progresar. Desdichadamente aquellas iluminadas
mentes no dieron ni una en el clavo.
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