martes, 21 de marzo de 2017

EL SIGLO DE LOS MITOS

Hace unos cuantos años, cuando se percibía desde la lejanía el mítico año dos mil como el comienzo de una nueva era para la humanidad, las mentes más fantásticas aventuraban un futuro de ensueño, donde las máquinas sustituirían a los seres humanos en el trabajo, lo que propiciaría un mundo de ocio y tiempo libre de tales dimensiones, que los ciudadanos no sabrían cómo ni dónde emplearlo.
 Era tan prodigiosa y abundante la imaginación de estos augures, que consideraban que el espacio de tiempo del que iban a disponer iría in crescendo, merced a que los robots desarrollarían la inmensa mayoría de las funciones laborales y otras más específicas, como las propias de la casa y afines, con lo que el asueto, recreo y holganza permanentes, estarían garantizadas para unos ciudadanos felices y dichosos a tiempo completo.
La loca e irrefrenable agudeza clarividente de aquellas obnubiladas mentes, descargaban en las máquinas la mayor parte de la actividad humana. Las ciudades cambiarían radicalmente hasta el punto de hacerlas irreconocibles a los ojos de entonces.
Los silenciosos y autónomos automóviles surcarían los cielos a través de las autopistas aéreas que sobrevolarían las inmensas avenidas recorridas únicamente por los peatones, todo ello en un ambiente descontaminado, ausente del bullicio y del ruido propio de las urbes de la época.
Mostraban con una delirante capacidad imaginativa, un panorama de ensueño para los felices y afortunados seres humanos que viviesen y disfrutasen el idílico, paradisíaco y fantástico siglo XXI, que tan lejano y ansiado se veía entonces desde la perspectiva de la mitad del siglo XX.
Tan calenturientas mentes no paraban de aventurar nuevos e imaginativos inventos que transformarían radicalmente los fabulosos años del legendario año dos mil, hasta el punto de que se editaron numerosas publicaciones gráficas plenas de ilustraciones, así como abundantes documentales exhaustivamente informados.
En ellos se mostraban unas modernísimas ciudades transformadas hasta lo indecible, con gigantescas y futuristas construcciones, entre las que se desenvolvían con suma agilidad, y presteza, ingentes cantidades de vehículos y todo tipo de naves ultramodernas que se deslizaban entre los rascacielos a velocidades de vértigo.
Si bien es verdad que tanta y tan exhaustiva predicción resultaba exagerada y hasta ridícula para muchos, bien es cierto que el resto, una gran cantidad de ciudadanos del mundo, llegaron al extremo de creer que en gran medida cuanto se predecía, no estaba tan lejos de la realidad.
 Y es que tan abrumadores y fabulosos pronósticos, pensaban que no estaban exentos de una razonable veracidad, llegando a pensar que el ocio pronosticado y la transformación de las ciudades y de la vida en general, entraba dentro de las capacidades del ser humano para cambiar un futuro que aún se percibía lejano.
Si se considera además, que dado el hecho de que la ciencia y los avances técnicos que con frecuencia empezaban a experimentarse, tenían la virtud de sorprender y admirar a los ciudadanos que sentían curiosidad y capacidad de asombro ante los ingenios y nuevos inventos habidos, todo ello les hacían concebir esperanzas de que los cambios sugeridos pudiesen llegar a darse, dada la capacidad demostrada por el hombre a lo largo de su historia, para superarse y progresar. Desdichadamente aquellas iluminadas mentes no dieron ni una en el clavo.

No hay comentarios: