Vigilante en su privilegiada
posición de guardián de la muy hermosa y monumental ciudad de Segovia, se alza
su singular y admirable parador - que lo es por muchos y muy merecidos motivos
- en una atalaya, un altozano que por sus generosas dimensiones, más parece una
elevada y grácil colina, allí situada expresamente por una generosa orografía,
que a sabiendas de lo que el destino le deparaba como afortunada observadora de
la ciudad que allí surgiría, reservó su espacio y su tiempo, con paciencia y
honda sabiduría.
Una espléndida, audaz y
avanzada construcción para su tiempo, que continúa conservando su plena
vigencia varias décadas después, que sorprende y enamora de inmediato al
asombrado y fascinado viajero, que una vez traspasado el umbral de su imponente
vestíbulo, contempla con deleite y admiración los amplios y luminosos espacios
asombrosamente diáfanos, que acogen en un único y atrevido volumen, una
multiplicidad de espacios sabiamente resueltos para disfrute y solaz de quienes
tienen la suerte de allí alojarse.
Enormes y luminosas ventanas
dejan paso a una prodigiosa visión de la grácil y monumental ciudad, situada al
fondo, próxima y apartada de la ilustre fonda, lo suficiente para no sentirse
relegada a sus pies, siempre orgullosa, bella y radiante, ubicada sobre un
promontorio, que ahora sí, el viajero descubre en toda su extensión, en todo su
esplendor. Prodigiosa ciudad, celtíbera, romana, medieval y eterna.
Desde el grandioso Acueducto
hasta el soberbio Alcázar, pasando por la majestuosa y bellísima catedral, el
agradecido y fascinado observador pasea su deslumbrada vista por las numerosas
y esbeltas torres de las numerosas y espléndidas iglesias que salpican por
doquier un primoroso y delicado paisaje monumental, románico, gótico, mozárabe
y mudéjar, que parece haberse conjurado para conciliar estilos diferentes,
manteniendo una sutil y delicada armonía que es orgullo y seña de identidad de
tan hermosa y digna ciudad.
Todo ello en aras de mantener
una natural y primorosa estética que atrapa y llena de emoción a quién tiene la
fortuna de deleitarse con tan sublime visión que lo mantiene literalmente
pegado a los transparentes y dimensionados ventanales, que le separan de tan
hermoso, sublime e irrepetible espectáculo, y que parecen haberse aliado para
evitar que el emocionado espectador se separe de ellos, pues tal es el derroche
de emocionada belleza que desde allí se contempla.
Todo ello, invita al agraciado
huésped, a recorrer las estancias del formidable y acogedor parador, para
descubrir sus rincones y atractivas estancias, así como para tomar en última
instancia posesión de la habitación correspondiente, que en cualquier caso, sea
cual fuere, gozará del privilegio de disfrutar de unas espectaculares y
deliciosas vistas de la ciudad de Segovia.
A ella se dirigirá sin pérdida
de tiempo, bajando por la cuesta de la Lastrilla, para en pocos minutos acceder
a la ciudad, que le recibirá con los brazos abiertos de un portentoso Acueducto
que descubrirá en primer término, colosal y formidable, prodigio de la
arquitectura romana, que con dos mil años de historia recibe al viajero con sus
más esbeltos y estilizados arcos, algo que perdurará para siempre en su
memoria.
Desde allí, acceder al casco
histórico y a los monumentos que alberga una ciudad declarada Patrimonio de la
Humanidad, será harto sencillo, ya que toda Segovia es una experiencia artística
y gastronómica sin igual.
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