martes, 16 de mayo de 2017

LA IMPARABLE FLECHA DEL PROGRESO

En los últimos ciento cincuenta años, la humanidad ha progresado más que en el resto de su pasada historia, que se remonta a varios milenios, durante los cuales se sucedieron largos periodos de tiempos sin que ningún nuevo hallazgo alterase para bien la vida de quienes poblaban entonces la faz del planeta Tierra.
Se sucedían los siglos sin que apenas se experimentaran avances en ninguno de los órdenes establecidos, ya fuera científico, cultural o social, en un mundo atrapado en un círculo vicioso de sobrevivencia, que no daba lugar a progreso alguno, sumidos los pueblos en la miseria, la incultura y el abandono, que conllevaba necesariamente a la ignorancia, la superstición y el miedo.
Las guerras y las epidemias diezmaban a una población sumisa y explotada por los poderes absolutos, mientras los únicos que poseían una cultura mínima, léase la iglesia y sus acólitos en los conventos y monasterios, amenazaban a la plebe con la condenación eterna por sus muchos pecados, mientras los desastres naturales de toda índole, los atribuían a  un Dios intransigente y poderoso, que mostraba así su santa ira.
Y así pasaron los siglos sin más esperanza para el pueblo llano que evitar en la medida de lo posible el sufrimiento y la desesperación, llegando a asumir su doloroso y duro destino en vida, corta por aquel entonces, para afrontar el paso a la otra, temerosos siempre de encontrarse allí con los fuegos del infierno. Condenación eterna a la que se enfrentarían, tal y como se lo describían con fieras amenazas, quienes ostentaban entonces el látigo del oscurantismo más siniestro.
Clero, nobleza y pueblo llano, constituían los pilares de la sociedad en la Eda Media, con el pueblo en el escalón más bajo, soportando el peso de todas las injusticias, unido a una ausencia total de una mínima cultura que se le negaba desde el principio de los tiempos.
El advenimiento del Renacimiento, supuso un impulso de las artes y las ciencias como jamás tuvo lugar, situando al hombre en el centro del universo, con un Humanismo que proporcionó un nuevo concepto del hombre y la sociedad, que no paró de avanzar hasta la llegada de la revolución francesa a finales del siglo XVIII, donde se culmina el nacimiento de una nueva época, con la caída de las monarquías absolutistas y el advenimiento de los ideales de libertad, fraternidad, y el concepto de la soberanía popular.
La revolución industrial, supuso un cambio radical en una sociedad en la que las clases más bajas, se afanaban en las labores propias del campesinado. Desligados ya del feudalismo que los ataba a su señor, se convirtieron en propietarios, mientras el resto se constituían en gremios de artesanos que se establecieron en las ciudades, adonde llegaba un flujo cada vez mayor de las zonas rurales.
Con el descubrimiento de la máquina de vapor y la mecanización consiguiente, se desarrolló un nuevo tipo de obrero esclavizado por durísimas condiciones de trabajo, que incluían en muchos casos a menores, que eran utilizados como fuerza de trabajo, sin ninguna consideración humana hacia quienes apenas eran unos niños.
La aparición de los sindicatos defensores de los derechos de los obreros, supuso un importante salto adelante para conseguir la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores, que con el tiempo alcanzarían la jornada de las ocho horas semanales y otros logros de diversa índole, que unido al derecho del voto universal con la aparición del estado social y de derecho, la consolidación de las democracias, la escolarización obligatoria y la extensión de la cultura y el conocimiento a todos los individuos, elevó a la máxima categoría social y humana a un ser humano nuevo, que con la aparición de las nuevas tecnologías, le condujeron hasta el mítico siglo XX.
Y llegó con la dignidad y la esperanza propias de quien vio cómo durante milenios, tales derechos le fueron negados, en aras de una siniestra e interesada utilización por parte de los diversos poderes establecidos, que le relegaron a un mero objeto, a una simple fuerza de trabajo, llegando a protagonizar un siglo de imparables avances, que le condujeron hasta el siglo XXI.
Inmerso en una globalización a escala mundial a todos los niveles y en una portentosa era de las nuevas tecnologías, el ser humano vuelve estar otra vez en el centro de un nuevo universo, en el que sin duda es el rey, pero donde le resulta imposible conocer el alcance y los límites de un progreso, que como la flecha del tiempo, siempre viaja en el mismo sentido, avanzando hacia delante.

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