En los últimos ciento cincuenta
años, la humanidad ha progresado más que en el resto de su pasada historia, que
se remonta a varios milenios, durante los cuales se sucedieron largos periodos
de tiempos sin que ningún nuevo hallazgo alterase para bien la vida de quienes
poblaban entonces la faz del planeta Tierra.
Se sucedían los siglos sin que
apenas se experimentaran avances en ninguno de los órdenes establecidos, ya
fuera científico, cultural o social, en un mundo atrapado en un círculo vicioso
de sobrevivencia, que no daba lugar a progreso alguno, sumidos los pueblos en
la miseria, la incultura y el abandono, que conllevaba necesariamente a la ignorancia,
la superstición y el miedo.
Las guerras y las epidemias
diezmaban a una población sumisa y explotada por los poderes absolutos,
mientras los únicos que poseían una cultura mínima, léase la iglesia y sus
acólitos en los conventos y monasterios, amenazaban a la plebe con la
condenación eterna por sus muchos pecados, mientras los desastres naturales de
toda índole, los atribuían a un Dios
intransigente y poderoso, que mostraba así su santa ira.
Y así pasaron los siglos sin
más esperanza para el pueblo llano que evitar en la medida de lo posible el
sufrimiento y la desesperación, llegando a asumir su doloroso y duro destino en
vida, corta por aquel entonces, para afrontar el paso a la otra, temerosos
siempre de encontrarse allí con los fuegos del infierno. Condenación eterna a
la que se enfrentarían, tal y como se lo describían con fieras amenazas,
quienes ostentaban entonces el látigo del oscurantismo más siniestro.
Clero, nobleza y pueblo llano,
constituían los pilares de la sociedad en la Eda Media, con el pueblo en el
escalón más bajo, soportando el peso de todas las injusticias, unido a una
ausencia total de una mínima cultura que se le negaba desde el principio de los
tiempos.
El advenimiento del
Renacimiento, supuso un impulso de las artes y las ciencias como jamás tuvo
lugar, situando al hombre en el centro del universo, con un Humanismo que
proporcionó un nuevo concepto del hombre y la sociedad, que no paró de avanzar
hasta la llegada de la revolución francesa a finales del siglo XVIII, donde se
culmina el nacimiento de una nueva época, con la caída de las monarquías
absolutistas y el advenimiento de los ideales de libertad, fraternidad, y el
concepto de la soberanía popular.
La revolución industrial,
supuso un cambio radical en una sociedad en la que las clases más bajas, se
afanaban en las labores propias del campesinado. Desligados ya del feudalismo
que los ataba a su señor, se convirtieron en propietarios, mientras el resto se
constituían en gremios de artesanos que se establecieron en las ciudades,
adonde llegaba un flujo cada vez mayor de las zonas rurales.
Con el descubrimiento de la
máquina de vapor y la mecanización consiguiente, se desarrolló un nuevo tipo de
obrero esclavizado por durísimas condiciones de trabajo, que incluían en muchos
casos a menores, que eran utilizados como fuerza de trabajo, sin ninguna
consideración humana hacia quienes apenas eran unos niños.
La aparición de los sindicatos
defensores de los derechos de los obreros, supuso un importante salto adelante
para conseguir la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores, que
con el tiempo alcanzarían la jornada de las ocho horas semanales y otros logros
de diversa índole, que unido al derecho del voto universal con la aparición del
estado social y de derecho, la consolidación de las democracias, la
escolarización obligatoria y la extensión de la cultura y el conocimiento a
todos los individuos, elevó a la máxima categoría social y humana a un ser
humano nuevo, que con la aparición de las nuevas tecnologías, le condujeron
hasta el mítico siglo XX.
Y llegó con la dignidad y la
esperanza propias de quien vio cómo durante milenios, tales derechos le fueron
negados, en aras de una siniestra e interesada utilización por parte de los
diversos poderes establecidos, que le relegaron a un mero objeto, a una simple
fuerza de trabajo, llegando a protagonizar un siglo de imparables avances, que
le condujeron hasta el siglo XXI.
Inmerso en una globalización a
escala mundial a todos los niveles y en una portentosa era de las nuevas
tecnologías, el ser humano vuelve estar otra vez en el centro de un nuevo
universo, en el que sin duda es el rey, pero donde le resulta imposible conocer
el alcance y los límites de un progreso, que como la flecha del tiempo, siempre
viaja en el mismo sentido, avanzando hacia delante.
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