Tendemos los seres humanos a
crearnos dioses y prodigios de todo tipo y naturaleza, bien humanos, bien
divinos, sin excluir a los puramente físicos o naturales, en un intento quizás
de superar nuestra humana existencia, en aras de elevarnos a alturas que nos
son inaccesibles por superar nuestras limitadas capacidades terrenales.
Llegamos así a reverenciar a
estos mitos, con una actititud que es una mezcla de devoción y entrega,
buscando una satisfacción que es tanto mayor, cuanto más satisfechos estamos
con el aporte de humana felicidad que esta relación añade a nuestras vidas.
Dejando a un lado la religión
en la que la gente se apoya como medio para darle un sentido e su existencia, y
que suele basarse en el miedo y la ansiedad vital y la temida condenación o
salvación eterna, así como la búsqueda de las respuestas a las preguntas
clásicas acerca de quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, el resto de
la mitología de la que hablamos, tiene un origen plenamente humano.
Suele depositarse en personajes
ampliamente conocidos, provenientes de múltiples sectores que destacan en variados
campos, como las artes y las letras, la ciencia, la política o el deporte en
sus múltiples manifestaciones, y que logran hacerse tan visibles y presentes en
la vida diaria de los ciudadanos, que con el tiempo, fruto de la admiración que los profesan, pasan
a formar parte de sus vidas.
Tal llega a ser la devoción que
les mueve, que llega a transformarse en una satisfacción que llega a alegrar su
existencia, incorporándolos a su bagaje vivencial y cultural, que de esta forma
se ve incrementado por una reverencial disposición a mostrarles una incondicional
disposición a seguirles en la correspondiente trayectoria de sus venerados
dioses.
Pero en ocasiones, y no siempre
de inmediato, sino después de mucho tiempo, estos mitos, vivientes o no, caen
estrepitosamente ante sus incrédulos ojos, al tener conocimiento de oscuras y
ocultas sombras hasta entonces desconocidas, que barren de un plumazo toda la
admiración y la fascinación experimentadas ante la imagen del ahora ídolo
caído.
Algo muy frecuente, ya que
incontables héroes y leyendas, históricos o en activo, muy conocidos por la
multitud, no son capaces de aguantar estoicamente un riguroso examen de sus
vidas, cubiertas muchas veces de demasiados puntos sombríos, lóbregos y
vergonzantes, que los desmitifican, sumiéndolos en una profunda y siniestra
penumbra de duda y desconcierto ante sus entregados admiradores.
La sombra de la duda se cierne
entonces sobre quienes no pueden admitir mácula alguna en la vida de su héroe,
al que no podrían perdonar los correspondientes desvaríos que ahora salen a la
luz, respondiendo entonces con una cierta incertidumbre e incredulidad que
intentará despejar a base de una información profunda y temerosa de verse
confirmada.
Lo logrará, sin lugar a dudas,
si investiga con decisión y sin dejarse llevar por una parcialidad culpable en
lugar de aplicar una objetividad que le conduzca al conocimiento de la verdad.
Y así descubrirá cómo su escritor favorito, su admirado científico o su famoso
y adorado personaje de tintes variados, caen de su trono destrozado por las
nuevas a las que ha tenido acceso, tras investigar en sus vidas y hallar que no
eran todo virtudes las que adornaban a sus adorados y venerados dioses.
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