domingo, 3 de septiembre de 2017

LA PATRIA DEL SILENCIO

Leyendo el libro Patria de Fernando Aramburu, los recuerdos se agolpan con una fuerza y un ímpetu avasallador tal, que cuando aún queda un tercio de la narración, la intención es la de abandonar dicha lectura para no prolongar el pesar y la ira contenida por parte de un lector que vivió desde lejos, pero intensamente, los acontecimientos que en dicha novela se narran, y que más que a una novela, corresponden a una descripción novelada de unos hechos que en su momento tuvieron lugar en el País Vasco.
Hechos que, sin duda, más nos recuerdan a una biografía detallada con personajes y sucesos reales, que a una narración propiamente dicha, elaborada, documentada y relatada conforme a unos cánones novelescos, dónde la imaginación y la fantasía no ocupan lugar alguno, y dónde la dureza y la fría y cruel realidad, cobran todo su sentido a medida que se avanza en un relato que aunque suele dejar espacios de sosiego y alivio, apenas concede un respiro a quien conoció y siguió con detenimiento los hechos que se citan y que ahora duda si debiera rememorarlos de nuevo.
Fueron tiempos de una incomprensible y desgarradora época que marcó a familias enteras por motivos bien diferentes pero conectados entre sí, como el caso que se relata, dónde dos familias en la que todos sus miembros mantuvieron una sincera y entrañable amistad en el pasado, se enemistan, en virtud de unos trágicos hechos que afectan a ambas, pese a que una sufre el desgarro del terrorismo al ser víctima del mismo uno de sus miembros, mientras que la otra alberga en su seno a uno de los terroristas de la banda.
Todo ello provoca un rechazo inexplicable y cruel de la familia de éste hacia aquella, en un desvarío propio de entonces, cuando las familias de las víctimas sufrían antes, durante y después del asesinato, en una ceremonia de odio, rechazo y exclusión, que comenzaba por la denuncia, la ofensa y el hostigamiento continuo y que no terminaba con la eliminación física, sino que continuaba después con una lacerante y cruel animosidad y aversión hacia los familiares.
Fueron aquellos tiempos de plomo que marcaron a toda una generación en Euskadi, los que relata con toda su dureza el escritor Aramburu. Allí lo vivieron directamente, sobre todo en los pueblos del interior, dónde la presión de una sociedad cerrada y radical hizo un absoluto vacío a quienes no confesaban con sus ideales nacionalistas, condenando doblemente a las víctimas y a sus familias que se vieron rechazadas y apartadas por el hecho de serlo, como si fueran apestados a los que había que retirar la palabra.
Pero aquí, en el resto de España, también se vivió intensamente cuanto allí tenía lugar y cuantas injusticias se desataban sobre ellos, a la vez que se soportaban los numerosos atentados a los que sometieron a numerosas ciudades como Madrid, dónde fueron muy numerosas las víctimas del fanatismo de los violentos.
Y es por ello, que al leer Patria, retornan a nuestra memoria aquellos terribles años que desde aquí se vivieron con una mezcla de incomprensión, dolor e ira hacia quienes trataban por todos los medios de destrozar las vidas de quienes pensaban de otra manera, de quienes no confesaban con sus ideales nacionalistas y sobre todo de quienes por el terrible hecho de ser objeto de sus atentados, se convertían en indeseables para ellos.
Recientemente los sucesos acaecidos en Alsasua, dónde dos guardias civiles acompañados de sus respectivas parejas, fueron acosados por los energúmenos radicales de siempre, vienen a despertar los antiguos fantasmas que se creían ya olvidados, hasta el punto de que como entonces, han tenido que abandonar el pueblo, mientras sus familiares sufren del hostigamiento que sobre ellos, ejerce la violencia radical.
Fernando Aramburu muestra las dos caras de una sociedad que ha preservado los valores de unidad familiar, y donde la cuadrilla es el instrumento de socialización de los más jóvenes, dejando muy claro que la misma mentalidad que sustenta una gran cohesión social ha sido sin lugar a dudas el caldo de cultivo de la justificación de la violencia y del feroz acoso hacia quienes no comulgaban con sus dictados radicales y violentos, que desde el resto del País vivimos con angustia e incredulidad y que ahora Patria se encarga de recordarnos.

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