El hastío, la intransigencia,
la intolerancia y una profunda irresponsabilidad, empuja a muchos grupos
sociales a sumarse a una infantil revolución ajada y trasnochada que han dado
en denominar anti sistema, anticapitalista, y cuantos calificativos podamos
encontrar que signifiquen y definan sus pretensiones, que no son otros que
oponerse a cuanto esté establecido.
Surgen por doquier, a la sombra
de tanto populista barato y pseudo revolucionario anacrónico tan de moda en la
actualidad, que seduce y obnubila las mentes de jóvenes y maduros que parecen
ver en esta actitud una forma de protesta y oposición al mundo y sus
circunstancias.
Nada aportan con sus protestas,
quejas y desvaríos, salvo el rastro que a su paso van dejando, que no es otro
que los destrozos en instalaciones turísticas, medios de transporte, locales y
mobiliario urbano que pagan las consecuencias de su violencia, y que en muchos
casos acaba sufragando el erario público, en definitiva los ciudadanos, pues
tal es su grado de inconsciencia y tales los desmanes que llevan a cabo estos
individuos, mensajeros de la estupidez y la sinrazón más elocuentes y
disparatadas.
El desconcierto alcanza su
punto más álgido cuando el ciudadano contempla cómo determinados grupos políticos
con representación en gobiernos regionales, apoyan y aplauden estos hechos y
estos comportamientos que no dejan indiferente a nadie y que conducen a preguntarse
qué está pasando, qué está sucediendo, qué puede pasar por la mente de estas
personas, que recurren a la violencia sin ambages en una sociedad abierta y
plural que permite como nunca divulgar, denunciar, y comunicar en definitiva,
al instante, y a toda la sociedad en su conjunto, cuantas observaciones e
inquietudes tengan a bien transmitir a través de las redes sociales.
Revolucionarios de nuevo cuño, fuera
de lugar y de tiempo, que dicen oponerse aun Sistema establecido del que se
nutren y alimentan en su tiempo libre para su disfrute y bienestar,
utilizándolo a su antojo e interés, cuando de obtener una ventaja se trata,
para a renglón seguido cuestionarlo y perseguirlo en una malévola maniobra
tenazmente reiterativa.
¿Y qué decir de los
responsables políticos, representantes de una ciudadanía que contempla
asombrada cómo desvirtúan una actuación que debiera repercutir en el bienestar
de sus votantes?
¿Acaso esos ciudadanos les han
autorizado a cometer tales desmanes?
¿Pueden justificarse de alguna
forma, los destrozos causados en nombre de una llamada turismofobia?
Evidentemente no. Es absolutamente
condenable e injustificable. Mientras, quienes de alguna forma les apoyan en
las altas esferas regionales, utilizan una doble vara de medir, con el objeto
de contentar a los suyos y al resto, es decir, a unos y a otros, a propios y
extraños, en una clamorosa y vergonzante ceremonia de la confusión, que acaba
por atraparlos en sus propias redes, en un doble juego que acaba por no
contentar a nadie.
La han emprendido contra el
turismo, al que acusan de masivo, comenzando por Barcelona y continuando en
otras ciudades, dónde grupos similares han tomado su ejemplo, llevando a cabo
acciones violentas contra instalaciones turísticas de todo tipo, desde hoteles
y autobuses a bicicletas turísticas de alquiler, ante la atónita mirada de
quienes los visitan, que no dan crédito a estos hechos violentos, que no pretenden otra cosa que visitar sus
ciudades, contribuyendo con ello a su economía, y a la de un País, dónde esta
actividad es la principal fuente de recursos.
Los excesos de cierto turismo
marginal, facilitados en gran medida por hosteleros y agencias de viaje sin
escrúpulos con sus campañas del todo a cien, por otra parte muy localizado, y
que puede y debe controlarse y perseguirse por los medios legales oportunos, no
puede de ninguna forma justificar estos actos vandálicos, siempre condenables y
rechazables.
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