lunes, 6 de noviembre de 2017

LA GRAN PANTOMIMA

Por fin se bajó el telón, y la larga e insoportable ópera bufa, acerca de la independencia catalana llegó al último acto de una penosa y patética representación que ha mantenido al público expectante y tenso ante una obra que ha durado mucho tiempo.
Demasiado, sin duda para la inmensa mayoría, que ahora, al abandonar sus incómodas y fatigadas butacas, respiran con un cierto aire de alivio, que no es interpretado por igual por todos los asistentes, que en función de sus expectativas, muestran sus impresiones divididos en dos irreconciliables bandos.
Unos más que otros, han salido desigualmente satisfechos de este inacabable drama, que en demasiados actos y sin apenas descanso alguno, ha logrado crear un ambiente de crispación y permanente estado de incredulidad, que no ha cesado durante toda la dramatización.
 Y es que ha conseguido mantener un estado de excitación permanente con continuas bajadas y subidas de tono, avances y retrocesos exhaustivos, dudas y afirmaciones, que han mantenido la atención de un público, que incrédulo ante lo que veía, sólo decidió abandonar la sala cuando creyeron que el desenlace había llegado a su fin, ignorantes de lo que aún tendrían que soportar.
Ha sido tanta la tensión acumulada durante todo este tiempo, tantas las falsas alarmas, los desmentidos, las idas y venidas, que los ciudadanos que creyeron quedar plenamente satisfechos en un caso y sumamente desencantados en el otro, pronto se darían cuenta de que todo había sido un engaño.
Una pesada y grotesca broma, que supuso un desencanto para los que pensaron que la independencia y la consiguiente República habían sido por fin proclamadas sin suspensiones ni arbitrariedades, y un alivio para quienes se oponían a una secesión que no parecía tomar carta de naturaleza.
 Así fue pasando el tiempo, sin proclamas solemnes en el balcón de la Generalitat, a cargo del President, sin arriar la bandera española en el Palau, algo que cabía esperar si la independencia se hubiera llevado a cabo sin ningún género de dudas, algo que a medida que pasaba el tiempo se iba sustanciando y materializando, con un gobierno que no dudó en aplicar la ley que suponía la intervención de la Autonomía Catalana.
Algo que dejó en su forzado y tozudo lugar, una división de opiniones manifestada antes de comenzar una cómica y burlesca función, que a su término pareció dejar bien claro que unos, al final, y afortunadamente, habían visto lo que ya no esperaban lograr, mientras que el resto, que pensaban disfrutar intensa y vivamente, quedaron sumidos en la más desesperante de las frustraciones.
Nadie, ni los más atrevidos y audaces profetas, podían prever el final de esta absorbente e impredecible ópera bufa, que ha divertido tan sólo a unos, mientras el resto, que todo lo esperaban y que tenían fundadas esperanzas de salir airosos y plenamente satisfechos, se preguntan ahora cómo es posible que algo que veían tan cercano y próximo, lo contemplen ahora lejos de su alcance.
Mientras tanto, los responsables políticos que fueron los culpables de tensionar la situación hasta extremos insoportables y que crisparon profundamente una sociedad ahora más dividida y fracturada que nunca, han tomado las de Villadiego, abandonando a sus partidarios que no cesan en su desconcertado asombro.

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