Este popular refrán, tan
conocido y usado, siempre ha estado de una vigencia plena, de una actualidad
persistente, y de una absoluta y acertada pedagogía de andar por casa, que todo
el mundo asimila y descifra al instante, que sirve tanto de consuelo ante las interminables
desgracias, como de preventivo eficaz ante las aventuras más alocadas, y las
fantasías más dispares, llevadas ambas a su más disparatado extremo, y a las
que el ser humano es tan propenso, dispuesto siempre a tropezar dos veces con
la misma piedra.
Tan rico es en acepciones y en
interpretaciones de toda índole, que se precia de tener múltiples, diversas y
jugosas versiones, todas ellas más o menos sabiamente acertadas y no menos
aceptadas, que completan su introducción inicial, aquí a modo de título, y que
rezan como las que siguen:
No hay mal que cien años dure,
ni cuerpo que lo resista; con las que también juega el usuario para conseguir
efectos cómicos como en la siguiente: no hay mal que cien años dure ni cuernos
que lo aguanten; o adaptadas a
variadas circunstancias, como la
inmediata siguiente, tan taxativa y transparente, que no deja lugar a
controversia alguna: no hay mal que cien años dure, ni enfermo que lo resista.
Y es que llevamos tanto tiempo con
la insoportable y cansina melodía del llamado proceso catalán, que incluso para
tratar de evadirlo, hemos de citarlo expresamente, en una ceremonia de la
confusión, que nos ha conducido a gran parte de los ciudadanos, a una colectiva
y desestabilizadora catarsis.
Tan emocional y obsesiva se nos
presenta, que ha logrado que este tema esté presente en nuestra diaria vida, desde
que nos despertamos hasta que retornamos al que debería ser un reparador sueño,
que incluso puede verse alterado por unos acontecimientos que llegan incluso a
influir en tan necesario descanso.
No hay noticia que cien años
dure, ni ciudadano que lo soporte, es lo que esperamos y deseamos, con un ánimo
plenamente dispuesto a que se cumpla esta nueva versión del tantas veces citado
aforismo, que aquí materializado, nos martiriza día tras día, con su machacona
y persistente presencia en los medios de comunicación, en las redes sociales, y
en los lugares más próximos a cada uno de nosotros.
Y es que ya sea en el trabajo o
en las reuniones, ya sean con los amigos y conocidos, o bien con los
familiares, pueden acabar en ocasiones como el rosario de la aurora, ya que
difícil es descartar con la mención de estos temas, las disensiones y desacuerdos,
acerca de un tema que nos tiene absortos, sin desearlo, sin haberlo pedido ni
expresamente solicitado.
Deseando estamos que ceje ya en
su pedante e insoportable soniquete, esperando no dure, no ya cien años, sino
su equivalente en días, que pese a que muchos nos pueden parecer, son bastante
más los que ya llevamos soportándolo, con lo que pese a todo, y dadas las
circunstancias, satisfechos quedaríamos si al menos nos dejasen de vez en
cuando un remanso de paz, aunque solo fuesen unos cuantos días de sosiego.
Porque hay vida después de este
desenfreno secesionista, que tan sólo a los vendedores de banderas, a los
psicólogos y a los medios de comunicación les ha traído buenas y remuneradas
nuevas, ya que a los ciudadanos, de la tendencia que fueren, les está
suponiendo una desmesurada carga de tensión que ni desean ni merecen que se
prolongue un solo día más.
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