miércoles, 1 de noviembre de 2017

NO HAY MAL QUE CIEN AÑOS DURE

Este popular refrán, tan conocido y usado, siempre ha estado de una vigencia plena, de una actualidad persistente, y de una absoluta y acertada pedagogía de andar por casa, que todo el mundo asimila y descifra al instante, que sirve tanto de consuelo ante las interminables desgracias, como de preventivo eficaz ante las aventuras más alocadas, y las fantasías más dispares, llevadas ambas a su más disparatado extremo, y a las que el ser humano es tan propenso, dispuesto siempre a tropezar dos veces con la misma piedra.
 Tan rico es en acepciones y en interpretaciones de toda índole, que se precia de tener múltiples, diversas y jugosas versiones, todas ellas más o menos sabiamente acertadas y no menos aceptadas, que completan su introducción inicial, aquí a modo de título, y que rezan como las que siguen:
No hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista; con las que también juega el usuario para conseguir efectos cómicos como en la siguiente: no hay mal que cien años dure ni cuernos que lo aguanten;  o adaptadas a variadas  circunstancias, como la inmediata siguiente, tan taxativa y transparente, que no deja lugar a controversia alguna: no hay mal que cien años dure, ni enfermo que lo resista.
Y es que llevamos tanto tiempo con la insoportable y cansina melodía del llamado proceso catalán, que incluso para tratar de evadirlo, hemos de citarlo expresamente, en una ceremonia de la confusión, que nos ha conducido a gran parte de los ciudadanos, a una colectiva y desestabilizadora catarsis.
Tan emocional y obsesiva se nos presenta, que ha logrado que este tema esté presente en nuestra diaria vida, desde que nos despertamos hasta que retornamos al que debería ser un reparador sueño, que incluso puede verse alterado por unos acontecimientos que llegan incluso a influir en tan necesario descanso.
No hay noticia que cien años dure, ni ciudadano que lo soporte, es lo que esperamos y deseamos, con un ánimo plenamente dispuesto a que se cumpla esta nueva versión del tantas veces citado aforismo, que aquí materializado, nos martiriza día tras día, con su machacona y persistente presencia en los medios de comunicación, en las redes sociales, y en los lugares más próximos a cada uno de nosotros.
Y es que ya sea en el trabajo o en las reuniones, ya sean con los amigos y conocidos, o bien con los familiares, pueden acabar en ocasiones como el rosario de la aurora, ya que difícil es descartar con la mención de estos temas, las disensiones y desacuerdos, acerca de un tema que nos tiene absortos, sin desearlo, sin haberlo pedido ni expresamente solicitado.
Deseando estamos que ceje ya en su pedante e insoportable soniquete, esperando no dure, no ya cien años, sino su equivalente en días, que pese a que muchos nos pueden parecer, son bastante más los que ya llevamos soportándolo, con lo que pese a todo, y dadas las circunstancias, satisfechos quedaríamos si al menos nos dejasen de vez en cuando un remanso de paz, aunque solo fuesen unos cuantos días de sosiego.
Porque hay vida después de este desenfreno secesionista, que tan sólo a los vendedores de banderas, a los psicólogos y a los medios de comunicación les ha traído buenas y remuneradas nuevas, ya que a los ciudadanos, de la tendencia que fueren, les está suponiendo una desmesurada carga de tensión que ni desean ni merecen que se prolongue un solo día más.

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