El final de la atroz crisis sanitaria vivida por este País,
comienza a visualizarse ahora que vamos a dar comienzo a la llamada nueva normalidad,
que nadie sabe en realidad lo que de hecho significa, en qué consiste, cómo se
va a materializar, ya que no debería ser preciso añadir el término que califica
esta equívoca expresión, como una
novedad, cuando debería quedar claro que la normalización debería despejar toda
duda sobre su entendimiento para cualquier mente medianamente pensante, y que
sin embargo, sí se hace necesaria una aclaración, dadas las circunstancias en
las que nos encontramos, que obligan a situarla en un contexto no vivido desde
hace tiempos inmemoriales, y que nos condicionan en todos los aspectos.
Para empezar, cuando dábamos por hecho no hace mucho tiempo,
que una vez terminado el confinamiento todo volvería a ser como antes, nos
encontramos con unas medidas sanitarias con las que tendremos que convivir por
tiempo indefinido, pese a que nos dicen, que concluirá con la oportuna vacuna
de la que poco o nada sabemos, y que supondrían el uso de la incómoda
mascarilla, y la no menos molesta distancia social, que pensábamos que ya eran
historia, y con las que volvemos a encontrarnos una vez libres del forzado
encierro a que nos han sometido durante noventa largos y dramáticos días, que
nos han dejado una indeleble huella a todos los niveles, y por mucho tiempo.
Continuando con la narración de las consecuencias de la
apertura de fronteras a todos los niveles, nos hallamos con unos confusos y
complejos datos económicos, que intuimos, y así lo claman los que de ellos se
ocupan, son absolutamente devastadores, que han dejado un panorama desolador,
con unas cifras de pérdidas, déficits y deudas rotundamente brutales, así como
de una pérdida de actividad, que en muchos casos serán insalvables, y de un
aumento del paro a niveles desconocidos desde hace tiempo, que conllevan una
situación de miseria para muchos ciudadanos, que se ven obligados a unirse a la
cola de quienes no tienen medio de subsistencia alguno, y que han quedado de
improviso excluidos de una sociedad, que contempla con estupor un espectáculo
desalentador, pero del que aún sólo visualizamos la punta del iceberg que se ha
ido formando en estos tres trágicos meses.
Ayudas a numerosas y
diversas actividades, subvenciones sin cuento, compensaciones a diversas
sectores de todo tipo, aplazamientos de pagos, salario mínimo vital y otros
inmensos gastos habidos y por haber, que muy pocos saben, si es que llegan a
saberlo con certeza, cómo se van a poder llevar a cabo, y sobre todo, de dónde
va salir, y en su caso, cómo se van a recaudar las gigantescas cifras, que al
margen de las ayudas europeas, los ciudadanos tendremos que aportar, sin dejar
de lado los recortes que nos veremos obligados a soportar para poder financiar
las consecuencias económicas de esta tremenda herida que esta pandemia ha
dejado en la piel de toro de este sufrido país, que aún no tiene información
suficiente para conocer el alcance real de la dramática crisis que tendremos
que afrontar.
Las mareantes cifras que cada día oímos, han dejado ya de
sorprendernos, hasta el punto que el ciudadano apenas se pregunta ya cómo es
posible, que si los problemas para pagar las pensiones constituían un auténtico
reto, ahora, con unos gigantescos desembolsos que han de dejar exhaustas las
arcas del estado, ni se plantea ese problema u otros semejantes, como si el
dinero fuese a caer del cielo, como si no hubiese pasado nada, como si todo se
resolviese por sí solo, y no hubiéramos de preocuparnos por un futuro incierto,
que sabemos, porque lo suponemos de una manera lógica y racional, que se
adivinan tiempos difíciles, y eso es algo que no pueden ocultarnos, por lo que
los ciudadanos comienzan a especular, sorprendidos por ese silencio, esa
tranquilidad, que suele presagiar una tormenta, que sin duda, no tardará en
llegar.
Se limitan a decirnos que hay que reconstruir el País, sin
hacernos partícipes de los portentosos gastos que citan de vez en cuando, y que
asombran al tiempo que sorprende cómo es posible sufragarlos, cómo se están
pagando, si a los ciudadanos nada nos han pedido, salvo que las arcas
estuvieran más llenas de lo que nos decían, lo que es imposible con el déficit
y la deuda que soporta España, por lo que la incógnita está ahí, y, o bien
exageran las cifras, o nos mienten, o tenemos unos gobernantes ineptos e
ignorantes, que no sólo han gestionado mal la pandemia, sino que están llevando
a la ruina a este País, y por ende, a sus ciudadanos, expectantes ante tanta
parsimonia a la hora de mostrar unas cuentas que a todos nos implican, y que de
una u otra forma, habremos de hacer frente.
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