jueves, 4 de junio de 2020

VIVAN LAS CAENAS

Sorprende poderosamente, cómo los seres humanos pueden llegar a plegarse ante determinadas situaciones que les son sobrevenidas, a las que se adaptan sin cuestionarse su origen, oportunidad y hasta su posible ilegalidad, ante las que responden sin analizar, discriminar ni discernir acerca de su razón de ser, dándolas por buenas por el hecho de que por su procedencia, no debiera dar paso a duda alguna, ya que proviniendo del poder establecido, han de aceptarse sin más, como fuente de derecho incontrovertible e incuestionable, que se asumen sin que haya lugar a ponerlas en cuarentena para su posible estudio y análisis, algo que ni se plantean quienes así actúan, limitándose a obedecer y asumir disciplinadamente, en una ilógica e irracional aceptación de unos hechos que se plantean así, cuando quienes han de respetarlos, carecen de la mínima capacidad para diseccionarlos y obtener las oportunas consecuencias, algo con lo que sin duda cuentan quienes se encargan de dictar las correspondientes normas a seguir por quienes no han de mostrar oposición ni cortapisa alguna.
La historia de la humanidad está llena de situaciones de este tipo, que necesariamente no se dan en una sociedad totalitaria, con un régimen tiránico que no da oportunidad alguna a ninguno de los individuos sometidos a sus dictados, sino que tienen lugar en Estados democráticos, donde pueden darse estas anómalas circunstancias, sin que los ciudadanos se encuentren atados por una falta de libertades que los limiten el ejercicio de sus derechos más elementales, pero dónde una mayoría, bien por ignorancia, por una persistente inconsciencia, por una inseguridad subjetiva, o simplemente por desidia, hacen dejación de sus prerrogativas como ciudadanos, y dejan las manos libres a quienes han de decidir por ellos con una cierta impunidad, no exenta de responsabilidad legal, que seguramente no esperan, y que les concede así una auténtica patente de corso para seguir con sus irregulares actuaciones.
Estamos pasando en este País por unos momentos críticos, debido a la pandemia que nos asola, y dónde el llamado estado de alarma declarado por el gobierno, lleva vigente casi tres meses, con una anulación casi completa de las libertades de reunión, manifestación y movilidad,recluidos en los domicilios, dónde los ciudadanos, ante el temor al virus, en su inmensa mayoría, no se plantean el hecho de que no se han limitado las libertades, propio de ese estado, sino que se han anulado, que es lo que regula el estado de excepción, que es en el que, en rigor, nos encontramos, lo que apenas ha sido contestado a un gobierno, que no ha dudado en aplicarlo con toda su dureza, y que sólo al cabo de más de dos meses de confinamiento extremo, ha visto cómo se organizaba una mínima parte de la ciudadanía, mostrando el rechazo ante tan severas medidas, que necesariamente han contenido la enfermedad, pero que han causado pese a todo, decenas de miles de muertos y una dolorosa huella anímica en una población maltratada por el encierro, así como una economía devastada.
Nadie sabe aún qué futuro nos espera, aunque parecen abrirse frentes que se orientan hacia un tiempo sin límite, durante el cual, y mientras no se encuentre vacuna efectiva, y se aplique a toda la población, tendríamos que continuar con las medidas de alejamiento social, y otras prevenciones a llevar a cabo durante nuestra vida privada y social, que nos condicionarán y restringirán cada uno de nuestros días, sin saber hasta cuándo, lo cual supondrá una cortapisa más de nuestras libertades, que nos impondrán por decreto, como ya ha adelantado el gobierno, aunque sin citar expresamente las medidas, una vez que termine el estado de alarma impuesto.
En el año 1814, el rey felón por excelencia, de los muchos que ha padecido y soportado este País a lo largo de su historia, Fernando VII, regresó de su destierro para imponer de nuevo el absolutismo, ignorando y despreciando la Constitución de 1812, y otras disposiciones de las Cortes de Cádiz, y lo hizo vitoreado y ensalzado por las masas, que incluso desengancharon los caballos de la carroza real, y en su lugar, tiraron ellos mismos del carruaje, en un acto de sumisión humillante y de enaltecimiento y homenaje hacia un personaje despreciable en extremo y hacia lo que representaba, es decir, el absolutismo, la traición y la tiranía, todo ello al ignominioso y mezquino grito de “vivan las caenas”, que no es preciso explicitarlo para aceptarlo implícitamente, lo cual nos rebajaría al nivel de vasallos y no de ciudadanos de pleno derecho.

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