jueves, 19 de noviembre de 2020

LA SUPERIORIDAD MORAL

Definir algo tan abstracto como el término moral, no es ni fácil, ni asequible para cualquiera, sin consultar un medio de apoyo como puede ser un diccionario, una enciclopedia un texto especializado, un ensayo sobre el tema, o, más rápido y versátil en estos tiempos, el compendio de todo el saber, que lo es, posiblemente, ese prodigio del conocimiento que es Internet, que lo define como“disciplina filosófica que estudia el comportamiento humano en cuanto al bien y el mal”, o aquella que se sustancia como “conjunto de costumbres y normas que se consideran buenas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una comunidad”.

Definiciones que, como todas, no son sino una declaración de intenciones elaboradas por determinadas personas, que a su vez se basan en otras, que previa la correspondiente consulta, elaboran el texto que consideran definitivo, y que no siempre satisface a todos, sobre todo, como en este caso, se trata de un término tan conceptual, tan inmaterial, tan inconcreto, susceptible de un cierto tratamiento subjetivo, que no favorece en absoluto su clara y absoluta percepción, sin posible lugar a duda alguna.

Leo un ensayo, que considero atrevido en extremo, excesivamente personal y radicalmente concebido, que asegura que “los de izquierdas son moralmente superiores a liberales, conservadores y democratacristianos porque sus ideas son la expresión más pura de la mejor forma de vida en sociedad, aquella donde no hay explotación ni dominación y los hombres y las mujeres son, como diría Rosa Luxemburgo, completamente iguales, humanamente diferentes, totalmente libres”.

Esto no deja indiferente a nadie, pues afirma categóricamente algo que no resiste un análisis profundo, no solamente sobre la acepción conceptual de la izquierda, sino sobre la ausencia de una objetividad desapasionada, que brilla por su ausencia en este texto, que no duda en calificar como “superior” la ideología de izquierdas, cuando semejante afirmación, deja serias dudas sobre la imparcialidad de semejante aserto, así como de su “moralidad”, que denota una soberbia personal, y una ausencia de sensibilidad, que desacredita a quién generaliza de semejante y altiva forma.

Nadie puede arrogarse la facultad de estar en posesión de la verdad, como meridianamente queda claro el intento mostrado en las rotundas afirmaciones que en dicho texto se vierten. Nadie está capacitado para apropiarse de una verdad que considera suya, única y excluyente, pues ello supone una concepción autoritaria y tiránica de una posición que por sí misma se desacredita por motivos obvios, porque no hay verdad suprema alguna, porque todo es relativo, y sobre todo, porque somos humanos, seres falibles y susceptibles de errar una y otra vez.

Por supuesto, el razonamiento exhibido sería el mismo en caso de invertirse los términos, es decir, afirmar la superioridad moral de la derecha - barbaridades sin cuento han cometido unos y otros a lo largo de la historia - ni de ningún otro caso similar, salvo de declarar la bondad humana como cualidad superior, de la que necesariamente dimanan otras íntimamente relacionadas con ella, y que nadie le negaría su alto valor humano, tan alejado de la soberbia y la tiránica arrogancia de quienes se creen infalibles, en posesión de la única y absoluta verdad.

Tanto la izquierda como la derecha han dado amplios y números ejemplos de no estar en posesión de verdad alguna, sino más bien todo lo contrario, como podemos contemplar ahora con un gobierno de coalición integrado por una izquierda moderada y otra radical, que están dando incontables muestras de comportamientos caudillistas, con una deriva autoritaria que está sorprendiendo a propios y extraños.
Tal ha sido su deriva, que mintiendo, falseando e imponiendo actitudes impropias de su supuesta ideología, desmienten absolutamente la susodicha afirmación de la superioridad moral de las izquierdas, cometiendo los mismos errores y desmanes que criticaban y censuraban a las derechas, siempre con el objetivo de mantenerse en el poder a toda costa, integrándose en la casta que antes denunciaban, haciéndolo de una forma vergonzante y ruin, cayendo en las mismas miserias que decían rechazar, y donde ahora parecen haber encontrado su confortable lugar.

Carl Sagan, eminente científico estadounidense, afirmaba que en la ciencia, la única verdad sagrada es que no hay verdad sagrada, en un rotundo y radical aserto, que es válido en el ámbito dónde él se desenvolvió, en el que solamente la demostración y la experimentación de los hechos demostrables tienen valor científico, algo que es en parte trasladable al tema que nos ocupa, en el sentido de que nadie posee la verdad absoluta, que todo es relativo, que tratar de apropiarse de la única verdad, arrogándose su exclusivo patente de corso, es además de una soberana insensatez, propio de majaderos y mentecatos, de cuya soberbia altanería y estúpido alarde, se ríen y burlan quienes tienen dos dedos de frente.

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