martes, 12 de junio de 2007

Venerables ancianos

Vivimos en una cultura que rinde tributo a la juventud, empeñada en adorar a un becerro de oro pasajero y fugaz, dando la espalda a nuestros mayores, que se constituyen en un obstáculo para el desarrollo de nuestras vidas.
Queda lejos la imagen de los entrañables abuelos por los que los nietos sentíamos un inmenso respeto y adoración, a los que visitábamos con frecuencia y atendíamos con dedicación. Hoy, los jóvenes están demasiado atareados con el Messenger y el móvil como para ocuparse de ellos.
Por circunstancias de la vida, visito con frecuencia una residencia de ancianos. Los más viejecitos depositan en ti su mirada a veces luminosa, a veces apagada, siempre tierna, con ese aire triste y suplicante, que te llega a lo más profundo del corazón. Hace unos días, estando de visita, me encontraba en cuclillas y con las manos de mi anciano padre entre las mías, cuando observé como una delicada viejecita me miraba desde el otro extremo de la sala donde nos encontrábamos. Sentada, extendía su frágil mano hacía mí, sonriendo. Le devolví la sonrisa y en cuanto pude le cogí la mano que apretó con fuerza y que no quería soltar. Qué poco nos cuesta hacerlos felices, aunque sea de un modo fugaz.
Afortunadamente, hablo de un lugar dotado de todos los medios en todos los aspectos, donde los ancianos son atendidos con todas las garantías y comodidades posibles en cuanto a cuidados médicos, alimenticios e higiénicos se refiere. Pero cuantos pobres ancianos se encuentran todavía alojados en lugares que no reúnen las mínimas condiciones exigibles abandonados allí como si de muebles viejos se trataran, o lo que es peor, viviendo sólos y con unas pensiones de miseria.
Y qué me dicen de las unidades geriátricas de los hospitales. Habrá excepciones, pero en general, a los ancianos se les trata como enfermos sin remedio a los que les tratan a reglamento, la mayoría de las veces sin la menor consideración, sin cuidados especiales, sin cariño, sin perspectiva de futuro. Los alimentan, los cambian los atiborran a medicamentos, martirizando sus frágiles cuerpos con agujas y sondas que no hacen sino prolongar su sufrimiento. Así día tras día, y a esperar.
El Estado tiene la obligación de velar por los mayores volcándose en ellos y controlando estas situaciones, siempre procurando su bienestar. Es inadmisible que a estas alturas existan todavía instalaciones que no cumplan los mínimos exigidos. La ley de Dependencia es una encomiable iniciativa del gobierno que debe llegar a quién más lo necesite y debe llegar a todos.
No puedo despedirme sin dedicar un emocionado recuerdo a mi queridísima madre que me la ha arrebatado este invierno cuando más la quería. No podía imaginar cuanto la iba a echar de menos. Y a mi querido y casi centenario padre, que sumido en su mundo interior, mantiene una dignidad venerable. Le cuidaré con todo mi cariño mientras viva.