domingo, 11 de noviembre de 2007

CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE

Me permito dirigirme a usted, Sr. Presidente, en representación de los sentimientos a menudo contradictorios de muchas personas que piensan como yo y que desearían transmitirle lo que nos dicta nuestra conciencia sobre usted y su labor como presidente de este País, confiando en que su difusión contribuya a crear un estado de opinión más que se pueda contrastar con las múltiples que ya existen y que son las que me han animado a redactar estas líneas cargadas de sinceridad y buena fe, ausentes de malicia o de una cínica doble intención que en cualquier caso el respeto que siento hacia su persona me lo impediría.
Conozco a mucha gente que no simpatiza ni con su persona ni con su obra, - y esto no es una frase hecha - que no ponen en duda su buena intención, que piensan que usted obra con arreglo a lo que su conciencia y su ideología le dictan y que lo hace con total rectitud en la seguridad de que está haciendo lo que debe. En definitiva, no dudan de su buena fe, pero naturalmente, consideran que está completamente equivocado y en el mejor de los casos le tachan de ingenuo.
En el otro extremo están los otros, los mal intencionados, aquellos que quieren hacerle daño con sus opiniones ausentes de sinceridad, por rivalidad política o personal y que no me merecen la menor consideración. Tergiversan los hechos y tratan por todos los medio de desacreditarle valiéndose de cuantos ruines medios tienen a su alcance. Se salen del ámbito y la intención de esta carta que surge de las contradicciones que su personalidad me sugiere, pero siempre dentro de la leal y sincera compostura basada en el respeto hacia su persona y el cargo que ostenta.
Donde entonces quedo yo y cuantos así pensamos. En el centro. No en el centro político, porque no pertenecemos a él. No estamos ni en el extremo que le considera un ingenuo – aunque la mente nos traicione a veces – ni por supuesto en el otro extremo. Somos de izquierdas y pensamos como tales y coincidimos con usted en muchas más cosas de las que nos separan.
Pero no compartimos con usted algunos comportamientos, algunas actitudes, algunos hechos. No entendemos como el presidente de la décima potencia industrial del mundo, sea casi ninguneado por el presidente de la primera potencia. No me digan que no les importa. A mí si me importa y a mucha gente también. Claro que tampoco comprendo como un presidente puede llegar a cometer un acto tan pueril como el de no levantarse ante los signos representativos de una nación, sea cual fuere, porque esos signos representan a todos los ciudadanos de ese país, no solamente a una persona por muy detestable que sea o le parezca, y tienen derecho a sentirse ofendidos. Un presidente está muy por encima de esos comportamientos.
No aprobamos su actitud que calificamos de débil en todo lo que atañe a su relación con los nacionalismos, ante los que pensamos debería haberse mostrado más enérgico. Desaprobamos también su comportamiento ante el llamado proceso de paz, llenos de puntos oscuros que no han hecho sino sembrar de dudas a todos aquellos que creemos en el diálogo pero no llevado en la forma que lo ha hecho, a veces con ausencia total de una necesaria transparencia que no ha hecho sino sembrar la duda en la opinión pública, hasta el punto de quedar desairado ante diversos acontecimientos de variada índole que tuvieron lugar en fechas pasadas relacionados con dicho proceso de paz.
Asimismo, no creemos que sea de recibo la poco o nula presencia de nuestro país en el mundo. No nos hacemos respetar y eso repercute en nuestras relaciones internacionales que son las culpables de la poca representatividad de España en la escena internacional. La décima – incluso la octava – potencia mundial no puede estar a esa altura y usted, señor presidente, es el responsable de esta situación y de todas las demás, no sólo de hecho, sino de derecho y aunque usted nunca las rehuye, sino todo lo contrario, siempre las asume, no nos basta con esto y nos gustaría que se mostrase más enérgico de vez en cuando, más rotundo, más seguro, más firme ante determinados acontecimientos.
Estoy seguro, señor presidente, que está al tanto de la general opinión cada vez más extendida de su fama de blando, de bueno, incluso en ocasiones, como ya he resaltado, de ingenuo. Ninguna de ellas creo que sea la adecuada para el presidente de un país. No es necesario dar un giro de ciento ochenta grados que le llevarían al extremo contrario y que igualmente denostaríamos.
Señor presidente. No necesito felicitarle por todo aquello que considero ha hecho bien. También mucho ha sido lo positivo y en esas estamos con usted. No obstante esa es su obligación y no considero necesario halagar su vanidad con ello. En cualquier caso y dado que nunca he dudado de sus buenas intenciones, le deseo la mejor de las suertes.
Atentamente.