miércoles, 14 de noviembre de 2007

QUERIDA MADRE

Querida madre, queridísima tía María, cómo te echo de menos todos los días desde que te fuiste a no sé donde pero tan lejos que sé que nunca más te volveré a ver. Me duele cada día tu ausencia como si fuera el primero con un profundo dolor que no logro desterrar de mi corazón que llora tu ausencia como jamás podía imaginar.
Te recuerdo cada día, todos los días desde que una fría mañana de invierno decidiste dejarnos y descansar. Tú que no parabas nunca con tu eterno trajín como tú decías, y lo hiciste justo cuando comenzaba a nevar copiosamente. Te besé con lágrimas en los ojos y te dije en voz alta: mira madre está nevando.
Nos encantaba la nieve. Cada vez que el paisaje se cubría de blanco, me llamabas: - hola hijo, no veas que nevada está cayendo, la sierra, las eras, las calles todo está cubierto, por lo menos medio metro, apenas podemos abrir la puerta de la calle, ya podías venir por aquí. Ya me gustaría madre, ya me gustaría, que tal todos. Tu padre, como siempre, no para de acá para allá y pablo, arriba, con sus cosas.
Hoy me encuentro sumido en una tristeza infinita. Hoy es tu cumpleaños, el primero que no podré felicitarte después de tantos, y eso me llena de una grandísima pena que lo llena todo. Hoy cumplirías ochenta y ocho años. Cómo habrías disfrutado repitiéndonos una y otra vez tu edad.
Y es que parece mentira, decimos de vez en cuando los que tanto te queríamos, que la tía María se haya ido. Hasta que caemos en la cuenta de tu avanzada edad. Pero es que la tía María era mucha tía María. No aparentaba su edad. Su presencia y su temperamento lo llenaban todo – me cagüen la mar, trae acá, que yo lo hago – y allí estaba ella para partir la leña, cavar la huerta, las faenas de la casa, todo.
A veces pienso que no es verdad, que estás de viaje y pido un gesto, una señal, algo que me haga pensar que vas a volver. La tía María – así la llamaba yo cariñosamente – no puede haberse ido para siempre. Ella, tan activa, tan bondadosa con todos, con su genio y su enorme corazón – es de bien nacidos ser agradecidos, hijo - me decía de vez en cuando.
Me contaba que antes las gentes se ayudaban mutuamente, que no eran egoístas como ahora que cada cual va a su aire. Esto, como decía ella, me pone mala, me llevan los demonios pensar que la gente sea así.
Y es que ella siempre se dio a la gente. Le dolía profundamente los gestos de desagradecimiento por parte de las personas que conocía, ella que siempre estaba dispuesta a ayudar, que se daba a todo el mundo. Nadie podrá hablar mal de ti madre que siempre estabas dispuesta para echar una mano a los demás.
Querida madre, descansa allá donde estés. Te lo mereces. Que sepas que aquí nunca te olvidaremos, que te echamos de menos. Nada me confortaría más que volver a oírte decir ese –Ay que hijo – que tanto me repetías y que añoro con una mezcla de pena por tu pérdida y de alegría por esos preciosos recuerdos que siempre serán míos.
Hay una canción que me llena de una profunda tristeza cada vez que la oigo o la recuerdo y que Tú cantabas con frecuencia cuando yo era pequeño. Su estribillo decía – por el camino verde camino verde que va a la ermita / las flores se han secado las azucenas están marchitas -. A veces la canto en susurros y te escucho a ti, madre. Una profunda tristeza inunda mi corazón y los ojos se me nublan añorándote. Cada día de mi vida te tendré presente.
Un beso, madre.