sábado, 22 de noviembre de 2008

ENTRAÑABLES CÓMICOS

Hay profesiones que no sólo marcan profundamente a quienes las ejercen, sino que tienen la peculiaridad de influir intensamente sobre aquellos que son objeto de su labor y sobre los que recaen las consecuencias de su acción. Son muchas, y prefiero no citarlas por que casi con toda seguridad, dejaría alguna en el tintero.
Destaco una que me merece un especial reconocimiento y que valoro especialmente porque me ha regalado gratísimos momentos desde que era niño y el cine era una de mis principales aficiones: hablo de los juglares, trovadores, titiriteros cómicos, comediantes. Hablo de las actrices y los actores.
Desde siempre he sentido una profunda admiración y un sincero respeto hacia estos profesionales de la farsa, que dedican su vida a ponerse en el lugar de los demás, a transformarse, a meterse en la piel de sus personajes, siendo con ello capaces de emocionarnos, apasionarnos, ilusionarnos, entristecernos. Logran que experimentemos sentimientos de odio, de venganza, de amor, de ternura hacia los personajes que representan y en los que se convierten cada vez que los interpretan ocupando su lugar.
Nos muestran el mundo con sus miles de caras, a veces gratificantes, a veces miserables, en ocasiones odiosas, esperanzadoras y, por desgracia, la mayoría de las veces casi siempre terribles. Nos colocan frente al espejo para mostrar nuestras virtudes y mezquindades, nuestras verdades e hipocresías. Y lo harán pese a nosotros, aunque no queramos reconocernos en ellos, logrando despojarnos del disfraz que nos ponemos cada día y bajo el que pretendemos, a veces, ocultar nuestros verdadero rostro.
Salen los cómicos al escenario, al plató, a los estudios de grabación, a la calle, llevando dentro el personaje que van a interpretar y que durante el tiempo que dure la farsa, se apoderará de ellos, serán ellos. Y durante la representación, nos harán reír, sufrir, odiar, nos harán vivir situaciones reales, ficticias, fantásticas, nos trasladarán a mundos imaginarios a lugares paradisíacos, terribles. Nos harán soñar, nos deleitarán con su humor, con su ternura, con su ira.
Podría citar interpretaciones memorables que me han causado una honda emoción. Son muchas las películas y dramatizaciones de todo tipo que han merecido mi más entusiasta y sentido aplauso, hacia esos cómicos capaces de hacer que su interpretación nos conmueva hasta el punto de conseguir provocar una intensísima emoción, o consigan hacernos pensar, reflexionar. Hacen que nos sintamos realmente vivos. Resulta difícil imaginar a los cómicos una vez desprotegidos del disfraz, de la máscara bajo la cual han vivido el personaje representado. Tienen que volver a adquirir su verdadera personalidad mil veces trastocada, cambiada, tergiversada. El espectador supone que esta nueva transformación ha de ser difícil, complicada. Quizás no, posiblemente solo sea el comienzo de una nueva interpretación.

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