martes, 27 de julio de 2010

TIERRA DE AFGANOS

Una deliciosa, intensa y conmovedora película sobre Afganistán, me ha movido una vez más a considerar la situación de este martirizado País, el quinto más pobre del mundo, ocupado una y mil veces a lo largo de su historia, y cuya población sufre hoy, una vez más, los desastres de la guerra y de la miseria más absolutas, provocando en la población civil innumerables víctimas, causadas por los ya tristemente célebres daños colaterales que siempre acaban golpeando a los más débiles y originados por quienes se suponen están allí para protegerlos de los fanáticos integristas Talibanes, que, por su lado, siembran el odio, la muerte y la destrucción, completando así un triste  panorama para este desolado país que jamás se ha rendido ni humillado ante las constantes invasiones que han jalonado su historia.
Afganistán - Tierra de Afganos - a causa de su situación geográfica, ha sido lugar de encuentro de numerosas civilizaciones e imperios que han surcado su suelo, originando importantes rutas históricas y comerciales, como la Ruta de la Seda. Culturas como la Persa, Helena, Budista e Islámica, han influido en la actual sociedad Integrada por numerosas tribus y etnias que dificultan su estudio histórico, caracterizadas por unos rasgos comunes a todos, como son la conservación de sus tradiciones y el cultivo de la hospitalidad.
Desafortunadamente, la negativa influencia de los talibanes – los estudiantes – durante los años que gobernaron el país, contribuyó a la destrucción de la cultura en general, prohibiendo cualquier manifestación artística y cultural, con un ardor fanático tal que declararon ilegales los libros, la música, la televisión, los museos y todo aquello que supusiese un valor que pudiese enriquecer a la población.
El papel de la mujer, quedó relegado al plano más bajo que imaginarse pueda, encerrada en su casa, sin acceso al trabajo ni a la formación, empobreciendo un poco más a un país necesitado de profesionales que pudieran levantar el país con su trabajo y su preparación técnica. Encerradas en el Burka – hoy siguen igual que entonces – y reducidas a la nada, esclavizadas, sumisas y sometidas, han de salir a la calle acompañadas por una varón, sin el cual no pueden salir de casa, enclaustradas en su cárcel de tela, y observando el mundo a través de la pequeña rejilla, a modo de barrotes de la celda que permanentemente llevan a cuestas y que las humilla despojándolas de su condición de seres humanos.
La película a la que hago referencia – Buda explotó por vergüenza - y que motiva estas líneas, está genialmente dirigida por una valiente y joven mujer Afgana y es una maravillosa y a la vez terrible metáfora de la situación de la mujer en su país. Para ello, utiliza como actores a unos encantadores niños, con su protagonista Baktay, una niña de seis años que desea con todas sus fuerzas ir a la escuela. No tiene ni cuaderno ni lápiz, pero animada por su vecino, un niño como ella, y que acostumbra a recitar el alfabeto a la puerta de su cueva, decide utilizar el pintalabios de su madre como lápiz, y se las arregla para conseguir un cuaderno, comerciando por las calles y consiguiendo cambiarlo por un par de huevos que consigue en su casa, provocando todo ello que unos niños, que juegan a ser talibanes, decidan apedrearla.
Los niños de la aldea juegan a la guerra con ramas que hacen pasar por fusiles y cometas que representan cazas de combate. Pero no todo es de pega: en este juego, las piedras son de verdad. Cuando atrapan a Baktay, ya tienen a otras tres niñas encerradas en una cueva. Los motivos de esta retención, aluden los niños, se deben a que las niñas no pueden ir a la escuela, ni siquiera deben enseñar los bonitos ojos que adornan su cara. La consumación de la metáfora es demoledora y refleja la sociedad en la que viven con sus anacrónicas e injustas costumbres arraigadas en la población hacia una mujer afgana, incapaz aún hoy en día y pese a la presencia occidental, de escapar de la prisión en la que ha quedado atrapada.

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