viernes, 18 de febrero de 2011

LA REINA DE LAS PROMOCIONES

Estudia en la universidad historia del arte, una carrera que muy pronto terminará y que trata de compatibilizar con un trabajo por las tardes o los fines de semana que le dé una cierta autonomía, a ella, que posee una envidiable y maravillosa capacidad innata para desarrollar cualquier actividad plástica, sea la pintura, la escultura, la danza, la música, cualquiera de las artes. Pero eso no se valora hoy en día en el mundo laboral, no es relevante, la cultura no es rentable, no parece ser un valor seguro y en todo caso habría que valorarlo en su justa medida, y eso sale muy caro.
Posee un currículum completo que le capacita para llevar a cabo diversas actividades laborales, variados trabajos, diferentes puestos en múltiples empresas donde se desenvolvería con soltura y eficacia a plena satisfacción, pero que no le sirve absolutamente de nada. Ha pasado por muchos trabajos, mejor, trabajillos. Desde servir banquetes en las bodas a recepcionista, pasando por encuestadora telefónica y tantos otros, siempre a tiempo parcial siempre con contratos en precario.
Vive con sus padres a los que no les pide ni un euro porque no desea ser una carga, y así, se recorre los centros comerciales en los que los fines de semana y con el oportuno e infame uniforme de turno, de pie, cinco, seis ó siete horas, se sitúa en el correspondiente pasillo del centro comercial o gran almacén, con el objeto de promocionar un producto, cualquiera, el que sea, qué más da, una maquinilla de depilar, una tostadora, un licor.
Le pagan a razón de cinco euros brutos, que líquidos se le quedan en cuatro de las antiguas pesetas, que, por supuesto, no recibirá de inmediato, sino al mes y medio siguiente, cuando podrá percibir sus ochenta euros escasos con los que podrá tirar unas semanas más hasta que consiga la siguiente promoción. Esta vez será ese espantoso almacén mayorista, frío, oscuro, desvencijado, donde se colocará frente al ridículo puesto que ella misma tendrá que montar y en ocasiones recoger adonde le digan.
Para ello ha tenido que llegar media hora antes que, claro está, no le van a pagar y que deberá desmontar cuando cierren el local, allá por las diez de la noche, en los que empleará otra media hora sin paga, sin ningún reconocimiento, sin que nadie, salvo los clientes de paso ante los que deberá explayarse con el objeto de contarles las bondades del producto en cuestión. A veces, con vender uno ó dos maquinillas, le sobra a la empresa para pagarle a ella.
No por ello dejará de estar controlada, ya que suele haber alguien a quien no conoce y que trabaja por allá vigilando de forma anónima, no sea que vaya al baño o se distraiga. Es así y lo saben ella y otra compañera que suele acompañarle en este desdichado trabajo, y que coinciden de vez en cuando, cada una en su promoción, donde están sujetas a las oportunas llamadas para comprobar cómo va el negocio, cuantos productos han vendido, a cuantos han informado.
Y así va tirando, esperando la llamen para la siguiente promoción. Mientras tanto se recorre los numerosos centros comerciales del lugar, sus múltiples, idénticas e impersonales tiendas que lo abarrotan, confiando que necesiten a alguien, vendiendo lo que sea, ya sean baratijas, gafas, chuches o camisetas, pero nunca necesitan gente, así que se pone frente al monitor y envía cientos de currículos a través de Internet. Y a esperar la siguiente promoción.
Ha decidido rebajar su currículo, retirar cuanto se refiera a preparación académica, cultural, y formativa, dejarlo simple y llanamente en lo más elemental, en la ESO, a ver si así la toman en serio y consigue algún trabajillo, algún ingreso que le permita pagarse lo más elemental – ahora quiere sacarse el carnet de conducir - y evitar la desesperación en la que en ocasiones se ve sumida, aunque se lo toma con cierto sentido del humor, que afortunadamente no le falta.
Papá, me dice una mañana, me han llamado para una promoción en un supermercado. Tienes que llevarme a Madrid a recoger el puesto que tengo que montar una hora antes de empezar la promoción. Cuando termine, tendré que recoger y llevarlo de nuevo y aunque no me pagan ese tiempo ni el desplazamiento, son sesenta euros el fin de semana, en horario de once a diecinueve, con cuarenta y cinco minutos para comer, ¿Qué te parece?
Tú eres la reina de las promociones, hija mía, no puedes, por lo tanto, rebajarte hasta esos extremos. Que se lo alojen donde les corresponda, le dije - evidentemente en otros términos mucho más claros y rotundos -. Seguramente alguien acabará por acatar los términos de ese humillante trabajo, pero tú, en esta ocasión, no lo vas a hacer.
Con todo, lo realmente indignante, vil y rastrero, es que el Sistema permita, firme, selle, registre y apruebe unas infames condiciones – y me refiero al susodicho contrato y a tantos otros que no son sino auténticas vilezas - que nos devuelven a tiempos de la esclavitud laboral.
El Estado Social y de Derecho no puede, ni debe ni tiene que permitir estos atropellos.

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