martes, 8 de febrero de 2011

NO NOS MERECEMOS ESTO

Me pregunto con frecuencia si de verdad hemos vivido, como nos dicen, como nos quieren hacer creer, muy por encima de nuestras posibilidades, consumiendo como posesos, endeudándonos con los bancos hasta extremos inconcebibles, viviendo alegre y despreocupadamente sin mirar hacia adelante, hacia un futuro que ahora parece de lo más negro e incierto para un importante sector de la población que se ve abocado al paro con la consiguiente marginación laboral que les impide mirar hacia adelante con ilusión, con esperanza, con una alegría de vivir sin la cual nada tiene sentido.
Cómo es posible que un período de tiempo tan pequeño – en poco más de un año - todo haya dado un vuelco de trescientos sesenta grados, que en tan poco tiempo se haya trastocado toda la economía mundial, que nadie, durante décadas, haya podido percibir que esto pudiera pasar, que no se haya podido remediar poco a poco, paso a paso, con medidas lentas y progresivas y no de golpe, cual hachazo doloroso y cruel, con unas consecuencias altamente traumáticas que han llevado a gran parte de la población al desánimo y al desaliento más absolutos como se puede contemplar hasta en la calle, donde la gente parece marchar algo más silenciosa, ausente y cabizbaja, como si una pesada losa pesara sobre los transeúntes.
Y pienso en los jóvenes, ya de por sí bastante acomodaticios hoy en día, y en su futuro y siento una profunda preocupación por su porvenir, por su ausencia de expectativas laborales, por su, a veces, ausencia de concienciación de lo que les está pasando, de la que se les viene encima, con un horizonte oscuro, casi negro, que debería ponerles en una rebelión permanente y que sin embargo se limitan a continuar en casa como si nada pasara, como si no fuera con ellos, con la que está cayendo, con la que está por caer. Es trágico, frustrante y desolador.
Pero aún más preocupante es la situación en la que se encuentran los trabajadores con esa cierta edad, digamos a partir de los cuarenta, que de una forma increíble, irresponsable y vergonzosa, es considerada por muchos como de ancianidad laboral. Es terrible, es triste, es de una injusticia desmedida, pero los que han sido despedidos recientemente tienen muy pocas posibilidades de conseguir un nuevo trabajo.
Con cargas familiares muchos de ellos y con una moral que arrastran por los suelos la desesperación es su día a día, y así se va creando una bolsa de población que vive en la angustia permanente, que se acrecienta trágicamente cuando son varios los miembros de la familia que se encuentran en la misma situación.
Ningún Estado puede permitirse las espantosas cifras que arrojan las estadísticas de un paro galopante, insoportable e insufrible que golpea las conciencias de los ciudadanos de un País que no se cree lo que ve y oye porque le cuesta admitir que esas cifras sean reales. Pero pocos son los que pueden afirmar que no conocen a alguien que haya perdido su empleo o que se encuentre en paro permanente. Un estado social y de derecho no puede maltratar así a sus ciudadanos.
No me pidan soluciones ni permitan que se las pidan a ustedes. Bastante nos han castigado con las ultrajantes medidas que han dictado desde las poltronas de sus despachos. No nos merecemos esto, nadie se merece esto.

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