viernes, 15 de abril de 2011

CONTRA LA DESESPERANZA

Se define la esperanza como el estado de ánimo que nos presenta como posible lo que deseamos. Claro está que para que exista, para que pueda darse, para que pueda sustanciarse y tomar carta de naturaleza, es necesario que se cumpla ese deseo, esa acción que nos lleva a querer conseguir algo, a lograr unas metas, unos objetivos que hagan factible y deseable esa cualidad tan humana y vital como es la esperanza.
Sin ella, la vida pierde sentido, se convierte en una actividad inercial y vegetativa que reduce al ser humano a la pasividad, a la indolencia, a la desidia. Millones de seres humanos viven hoy en día en esa situación, por causas ajenas a ellas, debido a la indiferencia y el abandono del resto del mundo que ha decidido ya hace tiempo que no hay remedio a la situación de miseria de esos mil millones que viven en la indigencia más absoluta.
En ese mundo no hay lugar para la esperanza, no cabe ni la ilusión ni el optimismo ni mucho menos la perspectiva de una vida mejor. Sobrevivir, resistir, es el objetivo diario, no existe el futuro ni la ambición ni el deseo de una vida soportable. No es indiferencia ni desapego ni indolencia, es sufrimiento y miseria.
Pero aquí, en el lujurioso mundo opulento y voraz consumista en el que vivimos y del que tanto nos quejamos – también hay motivos para ello – sí reina la indiferencia, la apatía y el pasotismo culpables por parte de todos a la hora de remediar la situación de ese mundo olvidado y relegado. No tenemos disculpas, no podemos rehuir una responsabilidad que nos corresponde por solidaridad, por humanidad, por nuestra condición de seres humanos.
Decíamos que también aquí sobran motivos para levantar la voz y la palabra en un contexto radicalmente distinto a aquel, pero donde el desinterés, el desdén y la displicencia cada día más rotunda por parte de todos pero sobre todo de los jóvenes, está consiguiendo que los poderes fácticos de siempre, fundamentalmente los económicos, estén imponiendo una dictadura financiera salvaje, donde los grandes bancos y multinacionales campan a sus anchas sin límite ni control alguno.
Mientras escribo estas líneas, escucho en la radio que Telefónica, que el año pasado obtuvo unos beneficios de once mil millones de euros y este año “sólo” siete mil millones de euros, plantea despedir a un veinte por ciento de la plantilla, y todo porque no se han alcanzado las expectativas propuestas, es decir, no han ganado todo lo que deseaban para así poder justificar los sueldos escandalosamente millonarios que pagan a sus mil doscientos altos cargos.
Su desfachatez es tal, que al mismo tiempo que anuncian un recorte de plantilla, anuncian unos bonos para los susodichos altos cargos de quinientos millones de euros, para que se los repartan, eso sí siempre y cuando alcancen los objetivos propuestos, objetivos que cada trabajador de este País alcanza con creces cada día, y que no por ello son recompensados con esas cifras multimillonarias con las que estas grandes empresas, bancos, financieras y otras entidades supranacionales premian a sus privilegiados directivos.
Pero no solamente cabe levantar la voz contra estas injusticias. Ahí tenemos otras como las dictaduras que subsisten por doquier, con el indignante trato al que se somete a las mujeres en muchos países debido al integrismo y fanatismo religioso, con la humillante situación de una Palestina oprimida y sometida por Israel, con los hechos habidos en Irak, con el abandono de tantos y tantos países Africanos, los cuales, además de la miseria que soportan, se encuentran bajo la dictura del tirano de turno.
Acabo de leer – apenas bastan cuarenta y cinco minutos para ello – el libro de Stéphane Hessel que titula “Indignaos” y que debería ser de lectura obligatoria para todos los jóvenes sobre todo, para lo que invito al autor a subirlo a Internet para que así lo puedan descargar y propagar a través de las Redes Sociales.
Es este libro un alegato contra la indiferencia, la desidia y el pasotismo reinante hoy en día, cuando tantos motivos quedan aún para protestar, para levantar la voz, para decir basta. Invita, fundamentalmente a los jóvenes a la protesta y a la insurrección pacífica, en un mundo donde todavía queda mucho por hacer a la hora de dejar patente las injusticias e incongruencias de un mundo donde los poderes de siempre, de una forma sutil y sin estridencias, de guante blanco, campan por sus respetos mientras un veinte por ciento de la población española se encuentra desempleada.
Afirma el autor - que con noventa y tres años y una trayectoria vital intachable merece todos mis respetos - que la peor de las actitudes es la indiferencia y que sobran razones para levantar la voz de forma pacífica para decir no, para gritar basta, para, en definitiva, darle alas a la esperanza.

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