martes, 20 de septiembre de 2011

LECCIONES DE LA HISTORIA

La historia es una fuente inagotable de conocimiento que deberíamos conocer mucho más exhaustivamente de lo que tradicionalmente nos han enseñado, aunque esta deficiencia educativa, no es obstáculo alguno para alegar de su ignorancia, ya que su estudio está al alcance de todos independientemente de si poseemos o no la bibliografía y la documentación necesarias para semejante empeño.
Internet nos brinda esa posibilidad si realmente estamos interesados en conocer nuestro pasado, y a nada que nos molestemos y poseamos una mínima capacidad para bucear en tiempos pretéritos, dentro de esa maravillosa herramienta al alcance hoy en día de una inmensa mayoría de la población, encontraremos cuanta información deseemos de cualquier capítulo de la historia pasada de la civilización humana.
De esta manera, me adentré en una época de la historia de España como es la que comprende la Primera República, que apenas sobrevivió once meses, del 11 de febrero de 1872 al 29 de diciembre de 1874. Durante este breve período de tiempo ejercieron cuatro presidentes de la República, uno de los cuales, fue Nicolás Salmerón, nombre que a la mayoría, sin duda nos suena sin más, como tantas otras figuras de nuestra historia pasada, pero de las que en realidad ignoramos todo o casi todo.
Fue un hombre íntegro y un político singular, que apenas ostentó la presidencia de la Primera República durante el breve tiempo de un mes y medio, y no porque fuera derrocado – aunque fueron muchas las presiones que tuvo que soportar por parte de diversos estamentos – sino que decidió dimitir por negarse a firmar unas condenas de muerte, alegando lo siguiente: “ la pena de muerte como materia de penalidad no la admitiré nunca, porque es contraria a mi conciencia, a mis principios y a los principios que rigen la democracia”.
Tal integridad es difícil de entender hoy y siempre, y sitúan a este eminente político en un destacado lugar entre tanta mezquindad y miseria humana como encontramos no sólo ahora, sino en el pasado, a la hora de dedicarse a esta profesión tan denostada en nuestro tiempo.
Su rectitud, su honradez y su sentido del deber, le llevaron a enfrentarse con sus enemigos, no sólo políticos, sino a la monarquía – los borbones que serían restaurados poco después tras el golpe del general Martínez Campos – que no le perdonaron declaraciones del calado que sigue a continuación: “os gastos de todo el sistema de enseñanza en España, ascienden a tres millones de pesetas, los de la monarquía a trece millones”. Regresó a su cátedra de metafísica, pero con la restauración Borbónica, tuvo que exilarse en Francia. Volvió en 1885, merced a una amnistía que le permitió recuperar su cátedra.
Hoy, en este País, continúa la misma dinastía monárquica, pero a diferencia de aquellos tiempos, hoy desconocemos por completo los gastos que genera, que han de ser muy elevados dada la amplitud en número de miembros de la familia Real.
Si consideramos los tiempos difíciles y tremendamente complicados por lo que está pasando una población que se ve obligada a soportar continuos recortes en todos los órdenes, tanto sociales como económicos, la lección de la historia es clara y concluyente: tenemos derecho a saber, como entonces, cuales son los gastos que genera la Monarquía y que desde ahora mismo, se les apliquen los recortes que les correspondan.
Nicolás Salmerón tuvo el valor de denunciar un hecho que hoy en día, al cabo de casi ciento cuarenta años, se oculta a la ciudadanía que es quien sufraga sus onerosos gastos.
Si D. Nicolás formara hoy parte del gobierno de esta España tan absurdamente cortesana, quizás conoceríamos esas cifras que siguen empeñándose en mantener bajo un oscuro silencio, aunque lo más seguro es que se lo prohibirían, en nombre de un incomprensible sentido del secretismo que ampara a una institución, que no lo olvidemos, no ha sido elegida por la ciudadanía, sino que viene impuesta por una tradición histórica, anacrónica a todas luces en pleno siglo XXI.

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