En los últimos días de este
indeciso mes de junio, un domingo claro y soleado, a primera hora de la mañana,
las calles, avenidas y parques del campus de la Universidad Complutense de
Madrid, se veían anormalmente repletas de gentes de todo orden y condición, con
las bocas del metro escupiendo viajeros de forma continua e interminable, ocupando
las aceras a uno y otro lado y transitando por ellas ordenada y pausadamente,
sin prisas, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo, como si se
dirigieran a un destino inequívoco y bastante común, donde nada les llamara
poderosamente la atención, donde arribar a tiempo, puntualmente, no fuera
necesariamente obligado y perentorio.
Llegado un momento, las
interminables colas de las gentes, comenzaron a bifurcarse repetidas veces, a
dirigirse hacia diferentes puntos, a izquierda y derecha, en grupos más o menos
numerosos, siempre pausadamente, hasta localizar el punto de destino, la
facultad o la escuela adonde habían sido citados en un día tan poco
acostumbrado, tan singular, en una Universidad que como todas, descansa los
domingos y donde sus amplias avenidas y abundantes espacios verdes, gozan de
toda la tranquilidad y quietud que se les niega el resto de los días de la
semana.
Llegados a sus puntos de
destino, los edificios que albergan las facultades, de estilo años cuarenta, auténticos
búnkeres de hormigón armado y recio ladrillo rojo, que parece fueron
construidos para soportar un bombardeo,
poco a poco iban engullendo a la muchedumbre, que se esforzaba en consultar unas
interminables listas, en busca de sus nombres, para una vez confirmados,
localizar la planta donde debían encontrarse las aulas que les correspondían,
todo en un día festivo de fin de semana, en un domingo inhábil para las clases
de unos supuestos estudiantes que copaban las calles y las escuelas y
facultades como si de un ejército invasor se tratase.
Pero no asistían como alumnos a
unas clases donde tampoco se encontraban los profesores que habrían de
impartirlas. Eran opositores, casi veinte mil los que se habían inscrito,
aunque como siempre, los que realmente se presentaban, siempre lo eran en menor
número. La oposición estaba convocada
por el Museo del Prado, que sacaba a concurso oposición un total de once plazas
de vigilantes de sala, es decir, del personal encargado de controlar e informar
al público visitante en cada una de las salas del Prado, pertenecientes al
grupo tercero, nivel seis, o lo que es lo mismo, a la categoría más baja de las
existentes en el museo, sin menoscabo alguna hacia un personal que cumple una
importante función, sin los cuales las visitas a esta importante pinacoteca
serían imposibles de llevar a cabo.
Se fueron llenando las plantas
de cada uno de los edificios, ocupadas por personas de todas las edades, mujeres
y hombres a partes iguales, que pronto entablaban conversación entre ellos,
comentando las circunstancias de la oposición, el elevado número de aspirantes
y la insignificante cifra de plazas. Se adivinaba por su aspecto, por los temas
tratados y la forma de hacerlo, que se trataba en su mayoría de estudiantes
universitarios, de titulados, tanto medios como superiores, gentes con un alto
nivel formativo, muy preparados, dispuestos a enfrentar un examen, donde
predominaban los omnipresente e impresentables test psicotécnicos y de
personalidad, formulismo necesario para llevar a cabo una selección que
condujera a la designación de los susodichos once vigilantes de sala.
Este no es sino un fiel reflejo
más de la deplorable y triste situación de un País, donde titulados que se han
formado a costa de grandes esfuerzos en todos los órdenes, se ven obligados a
regresar de nuevo a la universidad, no a llevar a cabo el doctorado o un
postgrado, sino a mendigar un trabajo muy lejos de sus habilidades técnicas
para las que se formaron, compitiendo con decenas de miles de compañeros,
muchos con carreras universitarias, pero muchos también sin ellas, que como el
resto, buscaban desesperadamente entre esa ingente multitud un trabajo para
seguir adelante, para cubrir sus necesidades, para sobrevivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario