martes, 2 de julio de 2013

LA RESPONSABILIDAD DE LOS JÓVENES

No valen las comparaciones, son odiosas, son injustas, no tienen sentido ni cabida en la sociedad, ofenden a casi todos – sobre todo a los que con ellas salen perdiendo – molestan a los contrariados a los cuales van dirigidas, a quienes han de soportar las cargas comparativas, porque sobre ellos recaen las culpas, los agravios y los consiguientes reproches y reprimendas, que han de admitir o no, pero que en cualquier caso han de soportar las consiguientes acusaciones de las que no se han de librar, porque constarán en acta una vez pronunciadas, sean o no justas, ecuánimes y equilibradas en su razonamiento.
Esto es lo que se suele afirmar, lo que el saber popular y la costumbre suelen poner de manifiesto, como una generalización más de tantas que asolan la, a veces folclórica sabiduría pública, la cual no siempre es correcta, ni acertada, ni mucho menos objetiva y cabal, pues está viciada de una falta de raciocinio necesario para la imparcialidad y la honradez necesarias, por lo que sentadas estas bases, podríamos afirmar que las comparaciones, en ocasiones ,sí son ajustadas a un derecho natural, que surge de la costumbre, de la razón y de la libertad humanas.
Y así tendemos a establecer las obligadas comparaciones, ya sea a nivel personal, general o histórico, con símiles inevitables entre una y otra persona a las que relaciones mediante los oportunos parangones profesionales y/o personales o en el caso de grupos sociales, políticos, religiosos, económicos o de otra índole, siempre con el objeto de dejar constancia de las diferencias existentes entre ellos, en términos de más, menos, mejor, peor o similares, que en el caso de las comparaciones históricas llegan a estudios más profundos y exhaustivos, que ocupan más espacio, más tiempo, y sobre todo, con muchos más aspectos a considerar, con el objeto de llegar a una conclusión que no siempre es fácil ni plenamente objetiva.
Con frecuencia comparamos los tiempos en que vivimos con el pasado – interesante sería poder hacerlo con el futuro, pero ello, por ahora, nos está vedado – rememorando las circunstancias sociopolíticas que condicionaron la vida de, por ejemplo nuestros padres, muy diferentes a las actuales, con un escenario político absolutamente diferente, en el que vivieron y sufrieron una guerra y una posguerra civil tremendamente cruel y dolorosa, soportando una miseria y unas condiciones de falta de libertad que ahora nos son afortunadamente desconocidas, extendiéndose esta última incluso a nuestra existencia, pues muchos vivimos y padecimos una dictadura, que sin embargo nuestros hijos no llegaron a conocer.
Imposible establecer comparaciones entre generaciones tan diferentes. La sociedad ha sufrido cambios muy profundos a todos los niveles. Nos limitaremos a encontrar similitudes entre nuestra generación y la de nuestros hijos – la generación de nuestros padres queda demasiado distante y distinta y presenta condicionantes profundamente diferentes a la presente - y nos encontraremos con unos cambios sociales, económicos y, sobre todo tecnológicos, que han marcado intensa y drásticamente a la presente generación de jóvenes, cambios en los que no todo ha sido positivo y beneficioso para ellos como cabría esperar.
No lo tienen fácil, es más, el futuro no se les presenta todo lo halagüeño que desearíamos para ellos, inmersos como estamos en una imparable crisis económica que los ha dejado de lado de una forma pertinaz y despiadada, con un paro y una falta de perspectiva laboral, que no tiene ni sentido ni razón alguna, cuando nos encontramos con una generación que generalmente está más preparada que nunca lo ha estado.
Pero se les debe exigir la ineludible responsabilidad que adquieren por el hecho de ser jóvenes, por tener en sus manos, pese a las dificultades, el futuro del País, por ser los depositarios de las esperanzas de quienes llegan después de ellos, a quienes preceden y que pronto, pues todo pasa demasiado rápido, se encontrarán con una herencia que la juventud de hoy deberá construir, que se antoja complicada y harto difícil de gestionar, pero que no podrán evitar, pues serán ellos los que en su momento serán objeto de las comparaciones a las que les someterán los citados herederos.
Y no los veo dispuestos a ello. No los encuentro en la lucha diaria, enfrascados, perdidos como están en sus tecnológicas y absorbentes redes sociales, donde parecen haberse enmarañado de tal forma que son incapaces de escapar a su poder de atracción que los tiene obnubilados, en una comunicación permanente y obsesiva, donde abundan los mensajes vacíos, intrascendentes y frívolos, que no parecen denotar una excesiva preocupación por una situación trágica en general, que les afecta en particular a ellos, que deberían utilizar los prodigiosos medios de los que disponen, para discriminar primero, comparar después y denunciar siempre que el agravio lo exija.
Esta exigencia está siempre ahí, a la orden del día, esperando que nuestra juventud despierte y se mueva, elevando su limpia y enérgica voz por encima de los injustos y las injusticias, de las mentiras y los mentirosos, de los silencios y de quienes quieren hacerlos callar, a ellos, que son mensajeros de ilusión, de esperanza y de un futuro irrenunciable, que les pertenece por derecho natural.
La juventud es un arma cargada de futuro, siguen cantando los poetas.

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