La importancia que el ser
humano ha concedido siempre a su necesidad de expresarse, a comunicarse con el
mundo que le rodea, ha sido siempre una necesidad básica y vital, casi
irrenunciable, que no siempre ha sido satisfecha, ya que los obstáculos
interpuestos al desarrollo de tan elemental derecho, han sido sistemática y
continuamente utilizados por los individuos y grupos poderosos a lo largo de la
historia de la humanidad en todas las sociedades y civilizaciones y siempre con
el objeto de hacer callar al vasallo primero y al ciudadano después, siempre
por motivos diversos, inconfesables y despóticos, que no hacían sino salvaguardar
los privilegios del individuo, del grupo o del poder dominante y opresor,
establecido con el objeto de mantener sus arbitrarias normas y sus intocables e
inmutables principios a buen recaudo.
De esta
manera, el ciudadano limitaba su poder de comunicación a las personas que le
rodeaban, sin posibilidad alguna de trascender esta restricción que impedía su
ansia de compartir sus conocimientos, notificándolos al resto de seres humanos,
al tiempo que le impedía la correspondiente reciprocidad de los mismos por
parte de los demás, lo cual supuso una ralentización en la transmisión no sólo
de los hechos científicos, sino también de los culturales, con el consiguiente
retraso en el avance de una sociedad a la que no se le permitía acceder a los
descubrimientos, hallazgos y hechos novedosos de diferente naturaleza que
quedaban estancados sin poder compartirlos con una familia científica a la que
no podían acceder.
Si a los
impedimentos citados, todos ellos de orden impositivo, por parte tanto de los
poderes establecidos, como de los poderes fácticos, interesados todos ellos en
silenciar todo cuanto pudiera contradecir sus intocables principios, sumamos
los de la ausencia de unas redes de comunicación, inexistentes entonces, que
pudieran contrarrestar en parte esta situación, el resultado no puede ser otro
que el estancamiento forzoso de una cultura, una tecnología y unos hallazgos
científicos, que se vieron necesaria y forzosamente relegados a un ostracismo
que detuvo el progreso y el avance social de los pueblos, países y
civilizaciones durante siglos.
La
llegada de los diversos medios de comunicación, tanto hablados como escritos,
que fueron apareciendo ya bien entrada la modernidad, chocaron no obstante con
las férreas políticas de censura, bien previa, bien total, que limitaron
enormemente la transmisión del conocimiento en no pocos lugares de un mundo tan
necesitado de comunicarse, lo que supuso un freno a esas ansias de libertad
informativa, afortunadamente, poco a poco y con el paso del tiempo, fueron
desapareciendo en aras de una expansión planetaria que lograron reducir este
problema a áreas muy localizadas, que aún hoy se resienten.
Y
llegamos por fin a uno de los hallazgos más importantes, no sólo de la
comunicación, sino de la historia de la humanidad, que ha logrado transformar
profundamente las relaciones entre los seres humanos que continúan aún asombrados
ante el empuje de un descubrimiento tecnológico que todavía no ha alcanzado su
máximo esplendor y desarrollo: Internet.
Su
inmensa capacidad de poner en contacto a todos los habitantes del planeta, no
es comparable con ningún medio de comunicación de los ya existentes. Su
inmediatez, sus posibilidades multimedia son tan potentes y tan efectivas, que
no nos sería posible concebir el mundo actual sin una herramienta que ha
encontrado aplicación en todas las actividades humanas, sin la cual, este
planeta se vería tan afectado en tantos órdenes, que quedaría paralizado ante
la ausencia de funcionamiento de la mayoría de los sistemas que gobiernan el
mundo actual, a nivel de la industria, la ciencia, la tecnología, medicina,
transportes, economía, banca, administración, etc.
Uno de
los servicios más usados que nos proporciona Internet y que va dirigido
fundamentalmente a las personas privadas y grupos sociales, son las redes
sociales, numerosas y al alcance de cualquiera que disponga de una conexión a
Internet. Su facilidad de uso, así como su versatilidad y su flexibilidad,
tanto con el texto, como las imágenes y vídeos, hacen de ellas un instrumento
sumamente potente en manos de cualquiera que sepa utilizarlas convenientemente,
tanto en beneficio propio como en el de la sociedad.
Sin
embargo, yo que recurro a ellas con frecuencia, observo con una cierta
perplejidad y desánimo, como se diluye su capacidad de mostrar al mundo, y más
en los tiempos actuales, la denuncia de las injusticias que lo asolan, la
corrupción y el despilfarro, la exigencia de una democracia más real y directa,
la expresión de la necesidad de discriminar y debatir sobre cuanta información
nos llega de diversos orígenes, sobre todo de los poderes públicos, de los
poderes fácticos y de los grupos de presión que actúan a nivel mundial y que
acaban afectándonos a los individuos.
Y lo que
puedo observar, cada vez con más frecuencia, es que los jóvenes, que son sus
principales usuarios y por tanto benefactores, se dispersan en su comunicación
permanente con mensajes mitad frívolos, mitad intrascendentes, que no conducen
a nada, que no suponen ni denuncia ni debate, ellos que son los más
perjudicados por la situación actual.
Se
dedican a enviarse fotos y vídeos propios o de sus hijos, de sus familiares,
noticias deportivas, insustanciales, contenidos casi siempre insípidos,
ingenuamente graciosos, sin contenido crítico, perdiendo un tiempo precioso que
debieran aprovechar en beneficio de toda una sociedad que tiene al alcance una inmensa
posibilidad de comunicarse, de transmitir sus quejas, sus inquietudes, y
también, cómo no, sus emociones más íntimamente humanas, pero repartiendo los
tiempos de forma inteligente y sabia, algo que no suele suceder en las Redes Sociales,
donde los contenidos frívolos, son moneda corriente.
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