Deberíamos los seres humanos de
este Planeta, único conocido por ahora donde la vida se ha abierto camino,
confraternizar más con el resto de los seres que lo pueblan - que no con los
que sin duda habitan otros mundos, aunque deseable sería – no solamente por
salir de nuestra diaria y devastadora rutina que nos mantiene unidos
indisolublemente a nuestras costumbres y hábitos diarios de siempre, sino por
mantener nuestros sentidos al margen de cuanto nos acucia con furor y denodada
malicia, fundamentalmente los que al oído y a la vista se refieren, machacados
continua, dura y tercamente cada una de las horas de nuestros inevitables días,
sin descanso, sin pausa, sin tregua alguna que permita recuperarnos de tanta y
tan obstinada y pertinaz persecución por parte de los medios de comunicación
que nos martirizan desde hace años, con los mismos contenidos referidos casi
siempre a lo mismo, a la crisis, a los recortes, a las corruptelas varias, a
los impresentables personajes de todo tipo y condición que pueblan este País, cubriéndolo
de miseria y oprobio, hasta extremos ya insoportables.
Sería un ejercicio de
relajación y sosiego, de quietud, placidez y calma, que agradeceríamos
profundamente ante la actual degradación de la vida diaria que nos maltrata de
mil formas diversas, llenando de irritación e incertidumbre cada uno de
nuestros días. Y lo haríamos lejos de aquí, en otros lugares donde nunca
habíamos vivido, con otras gentes y otras costumbres, bastarían para ello apenas
unos meses, durante los cuales nos mantendríamos al margen de cuanto aquí
ocurre, como si hubiéramos abandonado este mundo para dar el salto a otro donde
todo sucede de otra forma, de otra manera, con otro ritmo, sin parecido alguno
a lo ya conocido, con nuevas caras, nuevos lugares, nuevas experiencias que nos
permitan sanear nuestro cuerpo y nuestra mente, para así poder retornar a
nuestro lugar de origen después de contrastar las vivencias en uno y otro lado
y poder extraer conclusiones que nos ayudarán a entender mejor nuestra existencia
y nuestra capacidad de observar cuanto nos rodea hasta el punto de intentar
cambiar las cosas que puedan y deban modificarse en beneficio nuestro y de
cuantos nos rodean, o al menos, de filtrarlas y asimilarlas sobre la base de
las nuevas experiencias vividas, para de este modo sobrellevarlas con un mejor,
diferente y renovado ánimo.
Nos hallamos sin duda navegando
por el insondable océano de la imaginación, allí adonde habitamos con
frecuencia, adonde regresamos de vez en cuando, donde nos encontramos cómodos
en un mar de límites desconocidos, en un territorio sin fronteras que nos
proporciona la paz y la tranquilidad que no hallamos aquí, en el terreno de la
cruda y dura realidad que nos acucia y nos ata sin posibilidad de escapar de sus
férreos y tenaces tentáculos, proporcionándonos esos momentos de calma que todo
ser humano ansía y que nos permite viajar por esos mundos que relatábamos, que
están ahí, que serían deseables y hasta necesarios para cambiar de aires,
relajando nuestras vidas hasta el extremo de hacerlas irreconocibles.
Todo esto lo puede lograr una
imaginación desbordante, que incluso nos puede conducir a mundos paralelos,
inventados a nuestro antojo, a nuestro acomodo, a nuestra particular visión de
una realidad inventada que nos permita sobrellevar la real, la que vivimos
aquí, en este mundo cerrado, que sin embargo posee una inmensidad de fronteras
que casi nunca vamos a cruzar, pero que la poderosa fuerza de nuestra mente
sobrepasa ampliamente, desplegando toda su maravillosa capacidad imaginativa,
su soberbia capacidad de inteligencia y su hermosa y mágica disposición para
soñar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario