Andan los ánimos en extremo exaltados, y cada vez más
a medida que nuestros gobernantes se empeñan, se empecinan, se obcecan más bien,
repitiéndonos una y mil veces, que los números de la macroeconomía y otros
índices varios, que al común de los ciudadanos de a pie de calle nos resultan
extraños, por ininteligibles y perversamente retorcidos, muestran que la
recuperación es ya un hecho, que estamos saliendo del oscuro y profundo bache –
eso que se lo digan a las infraestructuras, por ejemplo viarias, como la A1,
que en muchos tramos entre Madrid y Segovia, que conozco bien, está ya
impracticable, no con baches, sino con auténticos socavones que hay que ir
evitando para no caer en ellos – y que por lo tanto la recesión es ya historia,
un mal recuerdo que va quedando atrás, muy lejos de la situación en la que nos
encontrábamos hace unos pocos años, cuando en lugar de los cinco millones de
parados que tenemos ahora, tan sólo teníamos tres, cuando la sanidad, la
vivienda, la cultura, los sueldos y las pensiones, aún estaban intactos,
inmaculadamente intangibles, y los museos, las bibliotecas y la formación a
todos los niveles, gozaban aún de ayudas que les permitían perseverar en
incrementar el nivel cultural de este País.
De esta manera, la ciudadanía se lleva las manos a la
cabeza, cuando no al bolsillo, en un gesto de airada sorpresa, al escuchar
estas reflexiones que los gobernantes exhiben sin el menor pudor, intentando
hacer comprender a la población que sus problemas han tocado a su fin, o que al
menos están próximos a ello, cuando la cruda realidad es otra muy distinta, que
no parecen querer ver – lo cual es más que dudoso, dadas las estadísticas que
ellos mismos confeccionan, o quizás precisamente por ello – con unas cifras de
desempleo que continúan impertérritas y unos recortes en todos los órdenes
sociales que deberían desmontar de inmediato las optimistas afirmaciones de los
políticos, que parecen no querer ver lo que pasa a su alrededor, entre sus conciudadanos,
donde todos desafortunadamente conocemos a alguien en el paro, y donde las
situaciones de extrema necesidad, cada vez son más evidentes y de común
alcance.
Pero estos datos parece que no cuentan a la hora de
valorar la supuesta recuperación de un País que lleva varios años sumido en la
recesión, y donde todo se fía a la llamada macroeconomía, conjunto de
enrevesados datos expresados en valores numéricos que no parecen estar pensados
ni dirigidos para los ciudadanos de a pie, para el trabajador dependiente de
una nómina cada vez más exigua, sino para las altas finanzas, las grandes
empresas, los bancos, las sociedades de inversión y sus correspondientes
dirigentes blindados en sus exuberantes sueldos, muy alejados todos ellos de
quienes tienen en sus manos la fuerza del trabajo, la de los productores, la de
los trabajadores, cada vez más hundidos y anclados en ese último escalón por
donde se mueven arriba y abajo, a sus anchas, quienes se encargan de publicar
esas cifras que airean una recuperación que sólo se divisa en la cúspide de esa
perversa escalera de caracol, en sus peldaños más altos, más lustrosos y menos
desgastados, por donde sólo pasan quienes habitan los pisos más elevados,
opulentos y ostentosos, con los que comunica esa más real que virtual escalera,
que se muestra más rica y suntuosa, cuanto más alta se encuentra.
Enredados, atrapados y hundidos en los últimos
peldaños de la vertiginosa y helicoidal subida, los ciudadanos miran hacia
arriba sin encontrar respuestas a sus cada vez más angustiosas preguntas. Las
sugerencias más airadas, cada vez están más próximas a la violencia. Algo que
tampoco se pueden permitir.
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