La historia de la Humanidad se
caracteriza por un continuo y denodado esfuerzo por seguir la flecha del
tiempo, esa que marca nuestro destino, siempre en la misma dirección, hacia
delante, en la que la unidad espacio-tiempo, inseparables ambos según demostró
Einstein y que la física moderna acepta unánimemente, como una realidad
demostrable e inmutable, que nos conduce irremediablemente en el mismo sentido,
en un vertiginoso viaje en el que se embarcó el universo hace catorce mil millones
de años, cuando comenzó a expandirse en su loca carrera por ensanchar sus
fronteras, dejando a su paso la materia estelar condensada que formaría los
astros y las galaxias, sin detener su imparable movimiento cada vez más veloz a
medida que se expandían y se alejaban entre ellas, hasta que hace cuatro mil
quinientos millones de años se formó la Tierra, planeta que aún tuvo que
esperar hasta hace unos pocos minutos, en términos astronómicos, para que esa
portentosa y tenaz actividad inteligente llamada vida, se abriese camino con
vigorosa fuerza.
Habrían de pasar inmensos períodos
de tiempo desde que aparecieron los primeros seres vivos en el mar, hasta que el
primer ser humano comenzó a labrar los campos y habitar las ciudades y con ello
transformar su vida nómada y trashumante en sedentaria y estable, dando lugar
así al comienzo de la historia, que tradicionalmente se considera desde que
aparece el primer documento escrito hasta nuestros días, aunque de forma real y
fehaciente la misma se sitúa varios siglos más atrás, de los que tenemos
conocimiento gracias a los restos que quedaron del paso de los viajeros del
tiempo que habitaron los campos y las tierras de un planeta virgen por
entonces, que nos dejaron las huellas de su paso, en forma de construcciones,
objetos de utilidad cotidiana y otros utensilios que nos han permitido
reconstruir, sin documentos escritos que lo avalen, la historia que quedó
atrapada entre los restos que nos legaron.
Hasta la invención de la
imprenta en el siglo XV, la humanidad progresó lenta y paulatinamente, con
cortos períodos de paz entre continuas guerras que desangraron el mundo
conocido, que apenas encontraba respiro para un progreso ralentizado que se
estancó durante siglos. Fue con la llegada del Humanismo y el Renacimiento,
cuando el hombre despertó de su largo letargo, saliendo de la oscuridad, la
ignorancia y el valle de lágrimas en el que estuvo sumido durante largos
siglos, para descubrir la luz que le proporcionó el conocimiento al que fue
teniendo acceso lentamente, con el aprendizaje de la escritura y la lectura y
con el consiguiente cambio de mentalidad al que estas herramientas
contribuyeron y que le condujeron a concebir el mundo y los fenómenos naturales
como algo explicable y científicamente razonado, llevándole de esta manera a la
modernidad y a la revolución industrial, durante la cual se dieron tales
cambios en todos los órdenes, que motivó el hecho de que se avanzase más en un
siglo que en todo el pasado de la Humanidad.
Pero la historia no ha sido un
continuo, incesante e ininterrumpido salto hacia adelante, ni ha supuesto un
prolongado, constante e imparable avance, con continuas e imparables mejoras que
ni ha sido un camino de rosas para una Humanidad que ha podido contemplar cómo los
vaivenes sociales, políticos, económicos y culturales han jalonado su historia
con avances y retrocesos, que en el presente, y desde una perspectiva histórica,
se nos presentan como irreales, cuando el progreso que experimentamos parece
haberse instalado definitivamente en nuestras vidas, con una pujante tecnología
que parece no tener meta ni fin a la vista, en un imparable, obstinado y veloz viaje
hacia un futuro incierto e imprevisible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario