Anda la Iglesia Católica dando
tumbos, de un lado para otro, sin rumbo fijo, aunque siempre persiguiendo la
misma línea, el mismo sendero, idéntico e inmutable camino marcado desde el
comienzo de los tiempos, que no le impide desvariar con frecuencia, empeñada en
un enfrentamiento constante consigo misma y con una sociedad que avanza a un
ritmo infinitamente mayor que el seguido por una institución harto desfasada
respecto de los tiempos que corren, que no logra conectar con las necesidades
de un Mundo cuya sociedad se va desmarcando de ella poco a poco, incluidos
muchos fieles descontentos, en un continuo y permanente desbarrar en sentido
contrario, empeñados en ir contra corriente, en un mundo cambiante al que se
enfrentan con un ideario que choca frontalmente, y lo saben a ciencia cierta,
no solamente con las nuevas generaciones, sino con las que les han seguido
siempre y que ahora comienzan a flaquear en un apoyo en el que ya no creen,
hacia una Iglesia empeñada en aislarse del resto del Mundo, anclada en tiempos
pretéritos, ya ampliamente superados en todos los órdenes, que sólo puede
conducirlos al aislamiento, el ostracismo y la soledad que depara a todos
aquellos que nos son capaces de contactar con la sociedad en la que se desenvuelven,
y a la que dicen dedicarse en cuerpo y alma – nunca mejor dicho - pero sin
convencer a casi nadie, dadas las circunstancias actuales por las que está
pasando.
A nadie se le escapa que la
Iglesia Católica es una institución con una gran implantación a nivel mundial, con
una gran fuerza no sólo religiosa, sino social, política y hasta económica que le
supone gozar de una importante influencia en todos los órdenes, que todos los
políticos y Estado del Mundo tienen en cuenta a la hora de tomar decisiones sumamente
importantes, cruciales y definitivas, como tantas que han tenido lugar en los
últimos tiempos como la caída del comunismo y otras que quizás jamás lleguemos
a conocer, dada la siempre oscura y siniestra actitud de esta institución tan
dada al oscurantismo en cuanto a sus actividades internas se refiere, que han
dado lugar a muchas suposiciones acerca de sus intrigas palaciegas, que merced
a ese empecinamiento, en un silencio que se presta a todo tipo de interpretaciones,
está logrando que se acreciente cada vez más una leyenda inacabable sobre las
interioridades más profundas de la Iglesia.
Y he aquí, que llegados a este
punto, aparece como por encanto, como por arte de magia, a estas alturas y un
tanto inesperado y por sorpresa, un cura argentino llegado de un país sudamericano,
al que han elegido sumo representante de una Iglesia Católica, cuyos fieles no
salen de su asombro, ante un Papa que con sus inhabituales y transgresoras formas,
ha roto todos los esquemas habidos hasta el presente en un jerarca que no
solamente es el máximo representante del Estado del Vaticano, sino que es el
pastor de millones de almas repartidas por todo el mundo, y que ha sorprendido
a propios y extraños, pero que no debería obnubilar ni confundir necesariamente
a quienes pensamos que una institución con dos mil años de historia, durante
los cuales apenas ha sufrido cambios, pueda acabar hecha pedazos, llevando a
cabo una metamorfosis transformante tal, que la deje irreconocible.
Contemplo a Bergoglio con gesto
sonriente y desenfadado, andando a zancadas, sin molestarse en dar muestras de
elegancia, boato y ceremonial tan propio de sus antecesores, y no puedo evitar
un sentimiento de simpatía hacia un Papa que habla nuestro idioma y que parece
dar síntomas de intentar, al menos formalmente, lavar la cara de la Iglesia.
Dudo que pase de ahí, pero no deja de ser un buen intento.
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