martes, 10 de junio de 2014

UNA DECISIÓN CIUDADANA

Muy lejos quedan los tiempos aquellos, cuando nuestros padres manifestaban su temor ante la situación a la que habría que enfrentarse este País cuando el Dictador, que durante cuarenta años lo manejó con puño de hierro, ya no formase parte de los vivos, cuando su ausencia, pensaban y temían, podría provocar que la paz que disfrutaban sería sin él imposible de mantener en un futuro que veían imposible sin su presencia, en un País que apenas  había tenido tiempo de saborear una democracia, que bajo la forma de República había sido elegida libremente por los ciudadanos de una España sumida en el atraso y el subdesarrollo más espantosos y que deseaba vivir en libertad con un ansiado y necesario progreso económico, político, social, cultural y en todos los órdenes, que se le venía negando desde el principio de los tiempos y que tenía justo, legal y pleno derecho.
Después de numerosos sobresaltos en forma de conflictos varios, los ciudadanos fueron por fin llamados a las urnas, que dio como resultado la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931, en sustitución de la monarquía de Alfonso XIII, y que estuvo vigente hasta el 1 de abril de 1939, con el triunfo de los golpistas, inaugurándose así una dictadura de casi cuarenta años, durante los cuales España quedó sumida en la oscuridad más tenebrosa, suspendiéndose todas las libertades democráticas e iniciándose un período dictatorial que alejó el País de Europa y el resto del mundo, encerrándose en sí mismo lo que conllevó un retraso social, político y cultural que duró hasta el año 1975, fecha de la muerte del Dictador, año en el que fue proclamado el presente Rey, que culminaría con las primeras elecciones generales en el año 1977 y con la proclamación de la Constitución Española en 1978.
Hoy, cuarenta años después, existen en nuestro País territorios que no encuentran acomodo en una Constitución que continúa inamovible desde entonces, así como una parte de la población ciudadana que reclama cambios que no deberían provocar suspicacias ni temores injustificados por quienes la consideran intocable e inmutable, en un ejercicio de inadaptación a un País, a una sociedad y a un mundo en continuo e imparable proceso de cambios que exigen respuestas por parte de quienes ostentan los poderes públicos.
Por muchos esfuerzos que se dediquen a tratar de evitar la controversia permanente acerca de una Monarquía en horas bajas, inmersa en una serie de problemáticas de índole diverso, que le han originado un descrédito imparable y progresivo, se hace cada vez más necesario, y más aún ahora con la abdicación del Rey, plantear una consulta que dilucide si los ciudadanos desean que esta institución continúe o se instaure una República, la tercera, que sería la nueva forma de gobierno del Estado Español.
Parece mentira, pero aún quedan suspicacias y viejos temores, fruto del desconocimiento, en cuanto a la institución republicana, que tan malos recuerdos parece traer a estas alturas a una parte de la población, que aunque minoritaria, aún vivió de cerca aquellos tiempos o a quienes ha heredado de ellos una cierta repulsión no justificada hacia la forma de gobierno que hoy en día existe en numerosos países como Francia, Alemania, Italia o Estados Unidos, por citar algunos de ellos.
La contestación y la puesta en cuestión de la Monarquía son indudables, y la respuesta de la sociedad en cuanto a la consulta que dilucidara si Monarquía o República, es cada vez mayor y con el tiempo irá creciendo. La Constitución se modernizaría, y la democracia saldría reforzada. Sin duda valdría la pena.

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